LA INTERNACIONAL
DIARIO RED
Francisco J. Olmo / Europa Press
Es tan absurdo el contraste entre el programa electoral y el himno que se canta al final de sus congresos que es perentorio dar una explicación política
Durante
este fin de semana ha tenido lugar el 41º Congreso Federal del PSOE. En él y
como estaba previsto, Pedro Sánchez ha revalidado la Secretaría General con el
90% de los votos y apenas ha hecho cambios significativos en la Ejecutiva del
partido.
Al tratarse del partido alfa del régimen del 78 en el lado "progresista" del parteaguas y al llevar el PSOE, desde la moción de censura de 2018, encabezando el gobierno de España, no era sino natural que todo lo que rodea al cónclave celebrado en Sevilla ocupara los lugares privilegiados de la escaleta de los telediarios tanto el sábado como el domingo.
El primer
día, la conversación giró en torno a los múltiples frentes judiciales que, en
estos momentos tiene abiertos tanto el PSOE —varios de sus dirigentes y
exdirigentes—, como el propio Pedro Sánchez y su familia, así como el fiscal
general del Estado. La ofensiva reaccionaria por parte de la derecha política,
mediática y judicial a las que el propio Sánchez ha dejado hacer durante
prácticamente una década y que, como consecuencia de ello, ahora se ven
impunes, ha conseguido situar a los del puño y la rosa en un lugar
completamente defensivo y no era posible plantear un Congreso Federal en el
cual este no fuera el principal marco mediático. Con esta evidencia en la mano,
el PSOE apostó por intentar abrir el evento a la ofensiva y fue el secretario
de organización, Santos Cerdán, el encargado de señalar el sábado la existencia
de una operativa golpista contra el gobierno que incluye a sectores derechistas
no solamente en los medios sino también en la judicatura, utilizando un
discurso que, hasta hace poco, solamente se atrevían a emitir los portavoces
del independentismo y de Podemos.
En el lado negativo, supimos
que fueron aprobadas sendas enmiendas para eliminar las siglas Q+ del ideario
del partido, así como incluir una referencia promovida por el sector tránsfobo
El
domingo, se consiguió colocar en las escaletas la incorporación a la Ejecutiva
de Sánchez de la delegada de Gobierno en Valencia —supuestamente como premio
por su buena gestión respecto de la DANA— y también el anuncio por parte del
propio presidente de la creación de una empresa pública de vivienda de la cual
todavía se desconocen la función y el alcance exactos. En el lado negativo,
supimos que fueron aprobadas sendas enmiendas para eliminar las siglas Q+ del
ideario del partido, así como incluir una referencia promovida por el sector
tránsfobo a limitar la participación en competiciones deportivas de las
personas "con sexo masculino".
Con todo
esto encima de la mesa y en un momento de tan alta tensión política, la
habitual foto final de los dirigentes del PSOE cantando, con el puño izquierdo
en alto, 'La Internacional' podría pasar como la consabida celebración ritual y
bastante ridícula a la que ya nos tienen acostumbrados. Nada más que una
anécdota.
Sin
embargo, también podemos argumentar que dicho momento final está, de hecho, en
el centro de la naturaleza precisa del combate político que se está librando no
solamente en España sino en el conjunto del mundo.
Por un
lado, tenemos que recordar que 'La Internacional' —una canción con letra de
Eugène Pottier y musicalizada en 1888 por Pierre Degeyter por encargo de un
dirigente del Partido Obrero Francés— no solo es considerada como el himno
oficial de los partidos socialistas y comunistas por todo el planeta, sino que
también fue el himno de la Unión Soviética desde 1922 hasta 1944. Además de las
referencias históricas, basta pronunciar sus primeras estrofas para hacerse una
idea de la ideología política concreta que evoca la canción (en su versión
cantada en América Latina y también por el PSOE, que es diferente a la que
cantan los partidos comunistas europeos):
Arriba
los pobres del mundo.
En pie
los esclavos sin pan.
alcémonos
todos al grito:
¡Viva la
Internacional!
Removamos
todas las trabas
que
oprimen al proletario,
cambiemos
el mundo de base
hundiendo
al imperio burgués.
Por otro
lado, es obligado mencionar que el PSOE apoya la monarquía, la subordinación de
España a la política internacional de Estados Unidos a través de la OTAN, el
sistema capitalista sin paliativos o la política migratoria europea,
consensuada en estos momentos con la extrema derecha.
Es tan
absurdo el contraste entre el programa electoral y el himno que se canta al
final de sus congresos que es perentorio dar una explicación política a
semejante diferencia y la explicación es —precisamente— uno de los signos más
importantes de la época. Como es evidente, la única manera de poder mantener
una divergencia tan brutal entre el ritual y la praxis política concreta pasa
por un gasto constante e ingente de energía comunicativa. No sería posible
evitar que la disonancia cognitiva hiciera estallar la cabeza de los votantes
del PSOE si no se dispusiese de poderosísimos cañones mediáticos que percuten
24/7 la ficción de que dicho partido es de izquierdas.
Sin la
capacidad de disociar casi por completo el relato político de la realidad
material, el momento de levantar el puño y cantar 'La Internacional' produciría
la fuga inmediata de la mayor parte de sus votantes, indignados con el engaño.
No obstante, la capacidad existe y, por eso, la progresía mediática es capaz de
mantener el hecho en el ámbito de las anécdotas pintorescas sin importancia.
La exagerada hipocresía que
exhibe la progresía política y mediática se ha convertido en uno de los
principales combustibles discursivos para el avance de los reaccionarios
El
problema, sin embargo, es que la disonancia no desaparece por completo a pesar
de la percusión comunicativa. El problema es que la distancia entre el discurso
y la praxis es real y es abismal. Y esto no es anécdota sino categoría. De
hecho, esa tensión constante a la que los partidos alfa del progresismo someten
a sus votantes en todos los países del mundo es posiblemente una de las causas
principales detrás no solo de la desafección de millones y millones de personas
con la democracia liberal sino también del auge de las opciones reaccionarias.
Si después
de la crisis financiera de 2008 la conciencia de que el segundo gobierno de
Zapatero había perpetrado políticas económicas neoliberales idénticas a las que
podría haber abanderado —y, de hecho, después abanderó— el PP fue una de las
energías políticas principales detrás del nacimiento, unos años después, de
Podemos, una vez que el ejercicio de la violencia y el lawfare ha conseguido
contener el descontento antisistémico que se canalizó por la izquierda, la
exagerada hipocresía que exhibe la progresía política y mediática se ha
convertido en uno de los principales combustibles discursivos para el avance de
los reaccionarios.
De hecho,
es absolutamente obvio que si la acción política desplegada por el PSOE de
Sánchez se pareciera tan solo un poco más a la letra de 'La Internacional' y se
hubieran dedicado estos años a algo mínimamente cercano a "remover las
trabas que oprimen al proletario" —y no digamos ya a "cambiar el
mundo de base hundiendo al imperio burgués"—, hoy la reacción ultraderechista
estaría mucho más débil. Eso es lo que no podemos soslayar cada vez que vemos a
Pedro Sánchez y a los suyos cantar el himno con el puño en alto, y no lo
podemos soslayar porque se encuentra en el centro del análisis y, por tanto, en
el origen de cualquier hoja de ruta viable.
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