DE JUAN LOBATO A
PACO LOBATÓN
Las
extrañas circunstancias y calendarios de la caída de Juan Lobato son un nuevo
episodio de El suicidio considerado como una de las bellas artes, esa
epopeya interminable que no para de escribir el PSOE madrileño desde hace 30
años. Se conoce que es difícil agarrar la pluma con una rosa clavada en el
puño.
Y
quizá convenga añadir que el único sociata que habitó la Real Casa de
Correos fue Joaquín Leguina, expulsado del PSOE por pedir públicamente
el voto para Isabel Díaz Ayuso y después fichado por ella como consejero
de la Cámara de Cuentas con un sueldecillo de 100.000 euros anuales. No
fue puerta giratoria en este caso, sino giratorio tiovivo (se puede escribir
separado). A día de hoy, o sea, podemos aseverar que los ocho presidentes que
han gobernado Madrid son del PP.
Recuerdo cuando, en el lejano 2003, tras los ocho años de presidencia de Alberto Ruiz Gallardón, los madrileños votaron al socialista Rafael Simancas. Fue tan breve la infidelidad del pueblo capitalino hacia el posfranquismo pepero que no la podemos ni calificar de cornamenta. Un piquito con roce de ingles, como mucho. Una breve noche de instintos locos que se desvaneció con la resaca del amanecer, ya de regreso al lecho conyugal.
Porque
a Simancas, el mismo día de la investidura, no le votaron ni sus diputados. El
Madrid del no pasarán en versión facha triunfó otra vez. Se abstuvieron
los socialistas Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez Laguna, y se
rompió el hechizo. En la inmediata repetición electoral, la inefable
Esperanza Aguirre arrasó en las urnas y Madrid volvió a ser una Villa y
Corte como dios manda.
Creo
que ya os lo conté alguna vez. Fui uno de los cientos de periodistas que
investigamos aquel pucherazo diferido. En cuanto mi jefe me soltó el bozal,
corrí a la calle Ferraz y me recibió José Blanco, a la sazón secretario general
del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. Mi implacable paisano Pepiño
tenía que saber algo. Salí de su despacho una hora después con telarañas en los
oídos. Y con la triste convicción de que nunca se conocería quién había
comprado esos dos votos, porque eran los propios socialistas los más interesados
en que no se supiera.
Allí
arrancó la gran etapa ecologista de Esperanza Aguirre, empeñada en regar con
charcas de ranas la comunidad de Madrid. En esos tiempos gloriosos, los
socialistas intentaron arrebatarle las dependencias de Correos al PP ni más ni
menos que con Tomás Gómez, que había dejado como alcalde de Parla un agujero
económico de más de 150 millones solo con las obras del tranvía. También se
rumoreaba su implicación en la trama Púnica (más bipartidismo). Era como
si el PSOE no disputara la comunidad de Madrid con un programa contra el PP,
sino con una batalla electoral para ver quién era más presunto. Era
Gómez tan presuntísimo (aunque después salió indemne de todo) que Pedro Sánchez
lo destituyó siete meses después de auparse, por primera vez, a la secretaría
general.
Para
constatar que una de las grandes prioridades del nuevo PSOE era seguir
perdiendo Madrid, el siguiente candidato fue Ángel Gabilondo. Persona de
excelsa formación intelectual, educación exquisita y honradez contrastada,
estaba por tanto incapacitado para la política de guante porquero. Tendía la
mano a todo aquel que se la mordía. Ganó unas elecciones, las de 2019, pero con
tanta prudencia que no le dio para gobernar.
Y
así llegó Juan Lobato, quien, con todos mis respetos, parecía un niño de San
Ildefonso cantando una pedrea pobre sin mucha convicción: ¡¡¡Solo 614.296
voootoooos!!! El segundo peor resultado de la historia de los socialistas
gatos.
Ahora
suena Óscar López como sucesor. Al menos promete un poco más de malicia
que sus predecesores. Pero yo propongo que el candidato ideal para suceder a
Juan Lobato debería ser Paco Lobatón, para que nos monte un Quién
sabe dónde se perdió el voto socialista madrileño.
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