CARA A CARA CON LA
MALDAD
ANA
BENAVENTE
Creo que es de sobras conocido el caso de Juana Rivas. Una mujer de Granada que denunció a su expareja por malos tratos. Ganó. Le acusó después de maltratar a sus hijos, pero para entonces una sentencia ya la obligaba a compartir la custodia con el progenitor. Se negó a entregárselos, hubo una campaña pública de recogida de firmas, recurrió a la Justicia, pero finalmente fue condenada por sustracción de menores y se le retiró la patria potestad de sus hijos. El juez que la condenó en Granada fue sancionado después por el CGPJ por difundir datos de uno de los menores en un comunicado; se llama Manuel Piñar. Sobre Juana Rivas se dijo de todo: se cuestionó su testimonio, su estabilidad emocional, sus intenciones..
.Desde hace un tiempo uno de sus hijos ha vuelto con su madre.
Tiene 18 años. Esta semana, con motivo de la repetición del juicio que deberá
dilucidar con quién debe estar su hermano menor, ha hecho público un testimonio
desgarrador: “Conozco a mi padre y sé que no es capaz de controlar su
impulsividad y su ira. Mi hermano está en gran peligro”. A su vez, la Fiscalía
de Cagliari, en Italia, donde vive actualmente el hijo menor de Rivas con su
padre, ha pedido que se procese a este por someter a aquel y a su hermano
“habitualmente a violencia física, vejaciones, insultos y amenazas”.
Al escuchar el vídeo de Gabriel, uno se pregunta hasta qué punto
esta sociedad y nuestro sistema de Justicia le han fallado a esa mujer y a esos
niños. A la vista de los últimos acontecimientos, Rivas hizo lo que haría
cualquier madre, pelear para poner a salvo a unos hijos en peligro. Cuando la
razón es tan poderosa y el riesgo tan tangible, incluso haber hecho todo lo que
estaba en tu mano no es suficiente para quedarse en paz. Es imposible entender
el dolor que debe sentir, como imposible es devolverle una infancia feliz a
unos niños que han sido obligados a estar con un padre cuya buena crianza
parece bastante más que cuestionada.
Ojalá el nuevo juicio por la custodia en Italia le permita a
ella y a Gabriel reunirse con el pequeño de 10 años. Ojalá cuando escuchemos el
testimonio de una víctima de violencia de género seamos capaces de entender,
sin juicios de valor baratos, lo complicado de esos procesos en los que lo
emocional complica tanto alejarse de tu verdugo. Ojalá la vergüenza cambie de
bando y el nombre de Juana Rivas sea recordado como el de una heroína y el
de Francesco Arcuri como el del rostro de esa maldad que, a veces, tanto
nos cuesta reconocer.
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