‘MADE IN HOLLYWOOD’
Resulta extraño que el asesinato a sangre fría de una persona sea recibido
con chanzas y alegría, pero es lo que pasa cuando el derecho a la salud se
convierte en un negocio
Manifestación de la Marea Blanca contra la privatización de
la sanidad pública en Madrid (2013). / Barcex
Exterior día. Plano cenital de una céntrica calle de Manhattan. La cámara se acerca a un hombre maduro y elegantemente vestido con un traje a medida y zapatos italianos que camina despreocupado en dirección a un hotel de cinco estrellas. Tras él se puede ver la figura de otro hombre más joven, que viste chaqueta verde y mochila, y cuyo rostro se oculta gracias a una capucha y una mascarilla negra. Está siguiendo los pasos del hombre maduro y elegante. Sin mediar palabra, el hombre joven saca un arma del bolsillo derecho de su chaqueta y dispara al hombre del traje elegante que se tambalea antes de desplomarse en el suelo. El desconocido dispara de nuevo sin vacilaciones contra el hombre elegante. La cámara se aleja. Comienzan los títulos de crédito.
Ahora
la acción se sitúa en un abarrotado y desordenado despacho de la Escuela de
Derecho de la Universidad de Columbia. Plano medio. La cámara enfoca el rostro
del ocupante del despacho, un profesor de Ética del Derecho a punto de
jubilarse. Sabemos que es un hombre desencantado porque viste un traje
ligeramente desaliñado y ha sustituido la camisa y la corbata por un jersey de
lana. Sabemos que es un liberal porque junto a los diplomas y las distinciones
que cuelgan en las paredes de su despacho podemos ver fotos de él junto a Obama
y Bernie Sanders. En la mesa de su despacho, enmarcada, una fotografía de unos
adolescentes tomada hace unos diez años. Está divorciado y no tiene contacto
con sus hijos. Suena el teléfono, al otro lado oímos la voz temblorosa de una
mujer con acento del Medio Oeste, se nota la angustia en su voz. Le pide ayuda,
está desesperada. El FBI ha detenido a su hijo y lo acusa del asesinato en
primer grado de un CEO de la aseguradora de salud más importante del país. Un
caso que ha conmocionado a la opinión pública. Piden cadena perpetua sin
posibilidad de condicional. Su hijo es lo único que le queda. Llora.
Plano
general de una sala de justicia. La ayudante de la fiscal es una mujer joven.
Sabemos que es ambiciosa porque es rubia y es guapa. El profesor de Derecho
progresista y desencantado intenta consolar a una mujer menuda y humilde con la
que acaba de entrar en la sala. Sabemos que es humilde y buena porque lleva un
corte de pelo austero, no se tiñe las canas y viste un traje de chaqueta y
falda pasado de moda. El juez que preside la sala es un hombre alto e
imponente. Sabemos que es justo e imparcial porque es afroamericano. Entra el
acusado, un joven de unos veinte años guapo y atractivo que intenta
tranquilizar a su madre con una sonrisa encantadora. La mujer llora. Fundido a
negro.
La
cámara enfoca el estrado de los testigos. La mujer humilde y buena está
declarando. Su esposo fue diagnosticado de cáncer de pulmón. Un hombre
trabajador y honesto que llevaba años pagando el seguro de salud. No sirvió de
nada porque la aseguradora se negó a cubrir el tratamiento. Vendieron la
granja, su hijo dejó la universidad. Se arruinaron para apenas poder cubrir el
coste de un par de sesiones de quimioterapia. La mujer llora. El abogado
progresista y desencantado llama a declarar a la siguiente testigo, una antigua
empleada de la aseguradora, una mujer de mediana edad hermosa que mira
desafiante a la ayudante de la fiscal. Declara bajo juramento que los
ejecutivos de la aseguradora han dado la orden de denegar todas las peticiones
que hagan sus asegurados, que ya ni siquiera son atendidas por los empleados de
la compañía sino por una inteligencia artificial entrenada para ponderar los
beneficios de la empresa por encima de los derechos de los asegurados. Los
asistentes al juicio murmuran escandalizados. El juez justo e imparcial ordena
silencio.
La
cámara se pasea por la sala hasta enfocar de nuevo el estrado de los testigos.
El abogado progresista y desencantado está interrogando a un alto ejecutivo de
la compañía de seguros, sabemos que es malvado porque viste un traje hecho a
medida en Londres y porque su dicción es perfecta. Tras declarar bajo juramento
que la inteligencia artificial empleada para atender las reclamaciones era
defectuosa, que todo fue un error y que lo sucedido con el padre del acusado
fue solo un trágico malentendido, el abogado progresista y desencantado logra
poner contra las cuerdas al testigo, que pierde los nervios y acaba confesando
la verdad: que no tienen intención de aprobar ningún tratamiento y que los
deniegan de oficio. La sala estalla en un grito unánime de censura e ira.
Primer
plano del juez, que trata en vano de acallar con su martillo los aplausos y
vítores en la sala tras oírse el veredicto: “Inocente”. La mujer se abraza al
joven y a su abogado, que apenas puede contener las lágrimas. La joven y
ambiciosa ayudante de la fiscal inclina su cabeza en señal de respeto. El juez
grita “orden, orden” pero la alegría desborda al público. Travelling de
la cámara que se aleja de la sala de justicia mientras el joven baja las
escaleras rodeado de prensa y público. “Hemos hecho justicia, papá”, dice
mirando al cielo. Suena la música y llegan los títulos de crédito finales.
No
creo que tardemos mucho en ver en Netflix una película no muy distinta a esta
que les acabo de contar a cuenta del asesinato de Brian Thompson, el CEO de
United Healthcare, que fue tiroteado en Manhattan el pasado 4 de diciembre y
cuyo joven asesino se ha convertido ya en una leyenda y un héroe para miles de
norteamericanos. Resulta extraño que la muerte a sangre fría de una persona sea
recibida con chanzas y alegrías, pero es lo que pasa cuando los derechos, en
este caso el derecho a la salud, se convierten en un negocio y los beneficios
se ponen por delante de las vidas. Los norteamericanos no son ni pacientes ni
usuarios de la sanidad, son meros clientes. Su salud, un negocio millonario; su
vida, un inconveniente. La deshumanización y la cosificación son el resultado
natural de este sistema y las IA que utilizan para analizar las reclamaciones
de los clientes no son menos humanas e insensibles que los ejecutivos que
dirigen las grandes aseguradoras. Mientras asistimos desde fuera entre
entretenidos y asombrados a la reacción en redes al asesinato de Thompson,
contemplamos indiferentes cómo se va desmantelando poco a poco nuestro sistema
de salud pública al tiempo que se abre paso la propaganda idiota de que los
impuestos no sirven para nada. Y así dejaremos de ser ciudadanos para
convertirnos en clientes. Pero durante la pandemia ya vimos lo que les ocurre a
aquellos que no pueden pagarse un seguro privado: que se los deja morir sin
contemplaciones ni consecuencias ahogados en sus camas sin asistencia ni
piedad. Si seguimos jugando con fuego el próximo guión ya no se escribirá desde
Hollywood, lo podremos firmar cualquiera de nosotros... si tenemos la suerte de
que la aseguradora apruebe nuestra reclamación.
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