LA CONSTITUCIÓN Y EL CAMBIO
DE RÉGIMEN
DIARIO
RED
La Constitución del 78 —piedra de bóveda de la operación política llamada
'transición'— hace tiempo que no está vigente de forma material y la mutación
del sistema se ha vuelto inevitable. La pregunta es hacia dónde
Marta Fernández / Europa Press
Hoy se celebra el 46º aniversario del día
en el que la mayoría del pueblo español aprobó la actual Constitución en
referéndum. El pueblo español de entonces, claro está. Porque la mayoría de los
españoles que están vivos hoy no votaron a favor de la carta magna aquel 6 de
diciembre de 1978.
Aunque son evidentes los mimbres con los que se desarrolló la operación política conocida como 'transición', aunque no podemos olvidar que Juan Carlos I —el único nombre propio que aparece en la ley de leyes— fue elegido por el franquismo como el sucesor del dictador, aunque todo el mundo sabe —y Adolfo Suárez se lo confirmó a Victoria Prego en aquella mítica entrevista, intentando silenciar el micrófono de corbata— que los españoles habrían apostado por la República en aquellos años si se les hubieran preguntado, aunque la táctica evidente para hacer pasar una serie de trágalas fue forzar una votación en pack de todos los elementos indisolublemente unidos, aunque es imposible pensar que eso hubiese funcionado de no haber existido el 'ruido de sables' que casi se convierte en algo más que ruido el 23 de febrero de 1981, aunque es obvio que la circunscripción provincial, la mayoría de 2/3 de ambas cámaras para poder llevar a cabo una reforma profunda o el blindaje de la corona en la zona protegida de la Constitución son tan solo los más evidentes candados que las élites del régimen de entonces dejaron cerrados con cuatro llaves en 1978, aunque todo esto es cierto, también lo es —aunque nos cueste reconocerlo desde la izquierda— que aquella operación fue esencialmente exitosa.
A principio de los años 80 del siglo
pasado, el sistema político diseñado durante la 'transición' había conseguido
devenir en un turno bipartidista casi perfecto
De hecho, ya a principio de los años 80
del siglo pasado, el sistema político diseñado durante la 'transición' había
conseguido devenir en un turno bipartidista casi perfecto que, ocasionalmente,
necesitaba del concurso de los partidos alfa de los subsistemas vasco y
catalán, el PNV y CiU. Virtualmente desde el inicio del nuevo periodo
formalmente democrático, la izquierda de ámbito estatal nunca tuvo
posibilidades de disputar el poder político en España y a lo máximo que llegó
fue a los 21 diputados obtenidos por Julio Anguita en 1996. "Todo ha
quedado atado y bien atado con la designación como mi sucesor a título de rey
del príncipe don Juan Carlos de Borbón", dijo Francisco Franco en su
discurso de Navidad de 1969 y, efectivamente, las primeras décadas del nuevo
régimen parecían confirmar sus palabras.
Durante los últimos años, sin embargo, las
cosas han cambiado de forma profunda e irreversible y ese mundo ya no existe.
La crisis financiera de 2008 hizo estallar
por los aires el sueño capitalista del 'fin de la historia' y sentó las bases
de una primera ola revolucionaria en la dirección antioligárquica y progresista
que se hizo visible con el 11M
Primero, la crisis financiera de 2008 hizo
estallar por los aires el sueño capitalista del 'fin de la historia' y, junto
con la aparición de Internet, sentó las bases de una primera ola revolucionaria
en la dirección antioligárquica y progresista que se hizo visible en España el
11M de 2011 y que tuvo su traducción política en las elecciones europeas de
2014 y después en las generales de 2015 y 2016, pasando por la conquista de los
principales ayuntamientos por parte de Podemos y sus candidaturas asociadas en
las elecciones municipales. En esas citas electorales, el sistema del turno
bipartidista se rompió para siempre, llegándose incluso a quebrar, unos años
después, la cláusula de exclusión histórica que vetaba a la izquierda
transformadora de formar parte del ejecutivo con la formación del gobierno de
coalición entre el PSOE y Unidas Podemos tras las elecciones generales del 10
de noviembre de 2019.
A esta primera disrupción tectónica del
tablero político español le siguió, como ocurre siempre a lo largo de la
historia, la correspondiente reacción. Al avance del independentismo catalán
por un lado, del feminismo y de la izquierda transformadora por el otro, se
opuso una violentísima reacción mediática y judicial que sembró el terreno para
la eclosión electoral de una extrema derecha españolista, antifeminista y
anticomunista. Como parte de un fenómeno global de naturalización del
autoritarismo, el odio y la utilización del bulo como arma política, las
derechas sociológicas españolas transitaron rápidamente en los últimos años
hacia los lugares que habitan los Trump, los Bolsonaro y los Milei: destrucción
neoliberal del Estado del bienestar, enaltecimiento de los oligarcas,
utilización de la judicatura y los aparatos del Estado para subvertir la
democracia y discursos de odio y violencia política contra las personas
migrantes, los pobres, las personas LGTBIQ+, las feministas y los 'rojos'. Ese
sector tenebroso de la sociedad y de la ideología también ha venido para
quedarse y es otra expresión —en España— del agotamiento del antiguo régimen.
Aunque Ayuso acuse a Pedro Sánchez de
estar intentando llevar a cabo una 'mutación constitucional' por la puerta de
atrás, lo cierto es que son precisamente las derechas las que ya están
empujando esa agenda
De hecho, y aunque Ayuso acuse —en la
mejor tradición táctica goebbeliana de transposición— a Pedro Sánchez de estar
intentando llevar a cabo una 'mutación constitucional' por la puerta de atrás,
lo cierto es que son precisamente las derechas las que ya están empujando esa
agenda. Mediante la utilización espuria de los operadores judiciales para
intervenir en política, han eliminado de facto el ideal democrático de la
separación de poderes. Mediante la percusión ideológica de extrema derecha
sobre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, han limitado
significativamente las libertades civiles básicas de manifestación y reunión
(solamente para las gentes de izquierdas, claro). Mediante la privatización
salvaje de los servicios públicos en aquellas comunidades autónomas que
gobiernan, han deteriorado gravemente los derechos constitucionales a la salud
o a la educación, entre otros. Mediante la naturalización del odio, los bulos y
la manipulación en los medios de comunicación corporativos, han cancelado el derecho
de la ciudadanía a recibir una información veraz (al tiempo que garantizan la
máxima intoxicación de los procesos electorales). Han vaciado tanto los
preceptos formales de la Constitución del 78 que ni siquiera tienen que
cambiarla para violarla. Es más, todo indica que, de seguir profundizándose la
deriva actual, cada vez tendrían más incentivos para transicionar de forma
explícita a un sistema autoritario. En esta coyuntura, regresar al viejo mantra
de que 'Europa nos va a salvar' apenas se queda en una ilusión infantil después
de que Ursula von der Leyen haya sentado a los fascistas en el ejecutivo de la
Unión; con el apoyo, por cierto, de los socialdemócratas y de buena parte de
los 'verdes'.
Es en esta época y no en un pasado
bipartidista que ya no existe en la que nos tenemos que plantear el cambio de
régimen político como algo inevitable. La Constitución del 78 —piedra de bóveda
de la operación política llamada 'transición'— hace tiempo que no está vigente
de forma material y la mutación del sistema se producirá en un sentido o en
otro. Las nuevas derechas ya no tienen ningún apego al régimen anterior y están
construyendo uno nuevo —mucho más violento y despiadado— delante de nuestros
propios ojos. Ante eso, reivindicar de forma espasmódica un texto
constitucional que no es más que una cáscara vacía que solo sirve para
legitimar simbólicamente el avance reaccionario es un error gravísimo que
cometeríamos los demócratas. A su modelo de nuevo régimen neofascista no se le
puede oponer algo que ya no existe. Si no queremos que llegue la oscuridad a
las tierras de España, todo el complejo conglomerado que va desde el PSOE hasta
los partidos independentistas, pasando por Podemos y lo que quede de Sumar,
tenemos que ofrecer a la gente un nuevo régimen alternativo. Basta mirar las
pocas encuestas que existen al respecto para llegar a la conclusión de que ese
nuevo país —más luminoso y más justo— se llama República… y hay números para
ello.
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