LOS VAGOS SALVAN A LOS SEÑORES DE NEGRO
DAVID BOLLERO
El plan de ahorro de gas,
decidido unilateralmente por la Comisión Europea, ha generado división en la
UE. - Dado Ruvic / Reuters
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentó el pasado miércoles su plan de emergencia energética para salvar el invierno de los cortes del gas ruso. Inicialmente como recomendación pero con la advertencia encima de la mesa de que pueda convertirse en obligación, el plan Ahorra gas para salvar el invierno -que es como lo han bautizado-apuesta por una reducción del 15% del consumo durante los próximos ocho meses. Asimismo, se solicita activar un mecanismo solidario mediante el cual los países mejor preparados ayuden a los que un día se jactaron de ser el motor económico de Europa.
Hace unos días, el
politólogo Pablo Bustinduy avanzaba en este medio lo que ha terminado
estallando en Bruselas y a lo que ayer mismo se refería la ministra para la
Transición Ecológica, Teresa Ribera, al negar que España hubiera vivido por
encima de sus posibilidades energéticas. Las reminiscencias de la crisis de
2011 en tal afirmación son más que evidentes: entonces, los países del norte de
Europa, que hoy sudan frío por los cortes de gas ruso, se presentaban como esos
señores formales que acudían al rescate de los borrachos, los vagos, los cerdos
(acuñaron el término PIIGS, haciendo el juego de palabras en inglés para
referirse a Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España).
Pues bien, hoy esos
vagos y borrachos, los de las siestas, tendrán que salvar a unos países del
norte que sí vivieron por encima de sus posibilidades energéticas,
absolutamente dependientes del gas barato procedente de Rusia en el que la
locomotora alemana basó su potencia. La diferencia respecto a 2011 no sólo es,
como apunta Bustinduy, que el plan de ahorro nos afecta a todos los países -el
austericidio sólo nos estranguló a los países del sur-; también existe una gran
diferencia en cómo los del sur nos comportaremos solidariamente, mientras que
en la crisis anterior aquellos países formales ejercieron las peores prácticas
usureras mandando a sus particulares matones económicos en forma de señores de
negro.
El austericidio y
la docilidad de gobiernos como el de Mariano Rajoy desmantelaron buena parte de
nuestro sistema de bienestar, siguiendo la estela que había iniciado la
administración Zapatero que traicionó a toda la ciudadanía española, con la
complicidad del PP, modificando con nocturnidad y alevosía el polémico artículo
135 que antepone el pago de la deuda a los bancos antes que la prestación de
servicios públicos.
Sin embargo, esta
solidaridad no saldrá ni gratis ni cómo ha planteado la Comisión Europea. Pedir
solidaridad con un plan cerrado que podría penalizar a nuestra industria,
nuestra recuperación y, con ello, menguar las posibilidades de una pobreza
disparada que casi alcanza a una cuarta parte del país, y hacerlo sin ni
siquiera habernos consultado previamente es intolerable. Un error tan de bulto
como no haber entendido a estas alturas que la Unión Europea está en guerra con
Rusia.
Escuchar airados a
los representantes europeos hablar de "chantaje energético" por parte
de Putin evidencia cuán alejados de la realidad andan algunos. ¿Y las sanciones
económicas que asfixian a Rusia, qué son, estímulos? Aunque Europa no haya
desplegado tropas en el frente, ha dotado de armamento y recursos a Ucrania y
ha utilizado la economía como un arma de destrucción masiva en la economía
rusa. Parece, pues, obvio que Putin utilice el gas como un arma más en este
contexto bélico. Era tan lógico como previsible y Europa se ha dormido en los
laureles.
La jugada de Putin
es de experto ajedrecista, mirando todo el dibujo, sin centrar su foco
únicamente en el invierno. Es lo mismo que sucedió con el coronavirus, que
Europa nunca lo concibió como una pandemia global, no si ello implicaba
sacrificar ciertos niveles de opulencia, de disfrute capitalista. Si lo hubiera
hecho, se habría preocupado más por extender las campañas de vacunación a los
países en vías de desarrollo y no lo hizo. Idéntica situación se ha dado con la
guerra de Ucrania: detrás de todas esas banderas ucranianas repartidas por
doquier o del agravio comparativo realizado con la población refugiada se
esconde la línea roja del confort que se reduce a la máxima "apoyo a
Ucrania sí, pero sin pasar frío". Podemos encontrar su variante ecológica
con "apoyo a Ucrania y guerra al cambio climático sí, pero sin pasar
frío".
Así, del mismo modo
que se permite ahora contaminar, se declaran energías verdes al gas o la
nuclear y se da rienda suelta al consumo de gas de EEUU procedente del
fracking, comienza a respirarse en Europa un clima de hartazgo por la guerra,
no tanto por el bienestar de Ucrania, sino por el de Europa. Esa es la jugada
de Putin, que desde Moscú debe regocijarse al ver cómo la inestabilidad
política comienza a instalarse en la UE. Italia, con la más que previsible
nueva dimisión de su primer ministro Mario Draghi, es una prueba de ello,
convenientemente aderezada por la caída del fiestero Boris Johnson en Reino Unido, tal y como
también apuntaba acertadamente Bustinduy.
La UE vuelve a
demostrar que no está a la altura de lo que se espera de ella, que hay países
de primera y de segunda, incluso, cuando hay que pedir ayuda a estos últimos.
Nos queda el vano y efímero placer de disfrutar de cómo los países del norte
clavan rodilla en suelo reclamando nuestra solidaridad, pero no nos
emborrachemos de regocijo, que la torticera política exterior impuesta por el
presidente Pedro Sánchez y el titular de Exterior, José Manuel Albares, ya nos
está costando millones al haber dinamitado nuestra relación con Argelia y, con
ello, pagar a precio de oro el gas estadounidense procedente del fracking. No
vayamos a pasarnos de frenada en esta justicia poética y terminemos ebrios de
revancha.
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