Corrupción S.A.
DAVID BOLLERO
El Bribón
navegando en aguas de Sanxenxo el pasado
mes de
mayo. - Brais Lorenzo / AFP
Cuando en un país su ciudadanía percibe que su riqueza está siendo esquilmada por la corrupción y que, además, ésta no se persigue de manera exhaustiva, es lamentable. Cuando esa sensación es confirmada por un organismo internacional como la Comisión Europea, es descorazonador. Es lo que ha pasado con la publicación del tercer informe sobre el Estado de derecho que se elabora en Bruselas, cuyo veredicto es demoledor: España es demasiado laxa combatiendo la corrupción que asola nuestro país.
Realmente es
sonrojante para una democracia que vengan desde fuera a tirarle de las orejas
por abordar la corrupción con tibieza. Es una carga de profundidad tanto para
los legisladores como para la judicatura, dejando en paños menores nuestro
Estado de derecho. La publicación del informe no podía haber llegado en mejor
momento: una semana después de que las seis grandes constructoras del país
fueran multadas con calderilla por haber alterado licitaciones públicas durante
25 años o el mismo día que el Tribunal Supremo anulaba por haber 'caducado' una
multa a Repsol y a Cepsa de 20 millones de euros y de 10 millones de euros,
respectivamente, por haber conformado un cártel.
La relación de
casos de corrupción que, o bien se dilatan en el tiempo, o bien terminan con
penas ridículas, muy inferiores a lo robado, es interminable, habiendo sumido a
la ciudadanía en una mezcla de sentimientos que van de la resignación con el
"todos son iguales" a "por qué no voy a hacer yo lo mismo en la
medida de mis posibilidades". En ambos casos, la responsabilidad viene de
arriba, de quienes, como denuncia el informe de la Comisión Europea, no hacen lo suficiente para cortar esta
sangría de recursos públicos que terminan en los bolsillos de una panda de
indeseables.
Asistir a la
impunidad del rey emérito, a cómo se ha librado de una condena por ilegalidades
demostradas por su condición de inviolable o por haber prescrito los delitos
después de que la Justicia arrastrara los pies y fuera varios cuerpos por
detrás de los medios de comunicación daña a nuestra misma democracia. La lista
de casos de corrupción de un partido como el PP, denominado por la judicatura
como "organización criminal", tiñe de negro todo el país. La
privación de recursos públicos que han robado al estado de bienestar, unido a
sus políticas privatizadoras de exclusión, se ha llevado por delante más vidas
que ETA en toda su existencia... tanto que gusta a la derecha resucitar el
fantasma de la banda terrorista.
A esta laxitud a la
hora de perseguir la corrupción se suma la enésima llamada de atención por
parte de Bruselas por el secuestro del Consejo General del Poder Judicial que
sufrimos desde hace años. La separación de poderes inexistente en España no
contribuye en nada a mejorar la lucha contra la corrupción, más bien todo lo
contrario. Una circunstancia que todavía se ve más agravada cuando los mismos
jueces hacen gala de su cuestionable moralidad al no dimitir de sus cargos para
forzar lo que desde la política se ha encallado.
En esta coyuntura
tan desoladora, la autocomplacencia que destilan los partidos políticos resulta
nefasta: mientras se regalan los oídos hablando de democracia plena, millones
de euros se van por el sumidero de la corrupción después de haber sido
tributados con enorme sacrificio por una clase trabajadora cada vez más
asfixiada. Y esa carencia de aire limpio ya no sólo procede por la precariedad
que asola el país, sino por el inaguantable tufo a corrupción impune que campa
a sus anchas, intoxicando la atmósfera local, autonómica y central.
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