ASESINATOS NEOLIBERALES
S.A.
En
Madrid, Almeida no se siente responsable de la muerte del barrendero que
trabajaba a más de 40ºC. El alcalde considera que si una institución
subcontrata un servicio se puede desentender de quienes trabajan en él. Esa es
la esencia de un modelo asesino
Brigadistas trabajando para sofocar un incendio forestal.
Dice Fernando Valladares, investigador del CSIC, que estamos viviendo el verano más fresco de los que vamos a tener por delante.
Más de 500 personas muertas hasta el momento. Más de 30 incendios. Es el rápido balance de la segunda ola de calor en España este verano. Debajo de los números se encuentran personas, pueblos, paisajes, cultivos, bosques y fuentes de agua. Vida abrasada que desaparece.
Es el cambio climático, provocado por un metabolismo económico que ha quemado en unos 150 años el petróleo que la biosfera tardó 300 millones de años en crear. Un modelo económico adicto al crecimiento del dinero y ciego a los efectos colaterales que ha desencadenado.
Un caos climático que no puede
separarse del otro problema urgente que acucia: el declive de la energía fósil,
y de los minerales con los que se pretende generar otros suministros
energéticos alternativos. El binomio energía/clima lo determina hoy todo.
Después de más de medio siglo de negacionismo, la crisis ecológica aparece como
un agente político que condiciona las posibilidades presentes y futuras, y con
el que no se puede negociar.
El impacto es brutal y recae
sobre las personas de forma desigual. Hay gente que estos días no está pasando
calor. De las casas refrigeradas, en coche con aire acondicionado, a las
oficinas o restaurantes donde incluso te tienes que poner una chaqueta. En el
otro lado se encuentran el barrendero, contratado durante un mes, que trabajaba
a más de 40º en las calles de Madrid. O el obrero confinado en un taller a 42º.
O las personas mayores, golpeadas por todas las secuelas –pandemias o calor– de
esta forma suicida de entender el progreso. Los bomberos y las personas
precarias de las brigadas antiincendios, un pastor abrasado. Vidas humanas y no
humanas sacrificadas por un capitalismo –incluido el de Estado en China– que no
produce para satisfacer las necesidades de todas y todos, sino para acumular.
Da igual lo que se lleve por delante.
Las sociedades quedan abandonadas
a su suerte y la desresponsabilización es dramática. La misma Unión Europea que
habla de Green New Deal, descarbonización y producción limpia, meses después
pinta de verde la energía nuclear y el gas –fósil– natural y se plantea reabrir
centrales de carbón.
Más energía fósil, más cambio
climático, más agotamiento de recursos, más dificultad para que la fotosíntesis
haga su trabajo, más incendios. Más madera, que esto no pare hasta que
reviente.
Menos agua, menos bosques, menos
seguridad. Menos futuro.
En Madrid, el alcalde Almeida,
persona de minúscula talla política, increpado ante la muerte del barrendero
que trabajaba a las cinco de la tarde a más de 40ºC, se escaqueaba diciendo que
no era trabajador del Ayuntamiento. No se sentía responsable. Almeida considera
que si una institución pública subcontrata un servicio se puede desentender de
quienes trabajan en él, incluso del propio servicio que se presta. Esa es la
esencia de la privatización y la explotación. De un modelo asesino. Desde hace
años, en Madrid hay cierta movilización ciudadana que demanda la gestión
directa de servicios esenciales como la limpieza.
Los bomberos que están en primera
línea de fuego dicen que la novedad de estos incendios es que no se apagan con
agua. Se apagan cuando ya no hay nada que quemar. Como el capitalismo y sus
artífices que, en ausencia de ciudadanía organizada y activa, solo frenan
cuando ya no hay nada que explotar, quemar o matar.
La experiencia de la Asamblea
Ciudadana por el Clima ha mostrado que personas elegidas al azar, en cinco
sesiones calmadas y reflexivas, son capaces de proponer las medidas que
nuestros gobiernos no se atreven a enunciar porque, sin haber hecho los
esfuerzos necesarios, creen que la ciudadanía no está preparada para
entenderlas.
Urge que las instituciones
públicas se hagan responsables del momento que vivimos. Que se abra un gran
debate en el que se comparta con la ciudadanía lo que estamos viviendo y lo que
va a venir. Que se exija una rendición pública de cuentas sobre las
consecuencias de la inacción. Hay posibilidad política y económica para
acometer los cambios que necesitamos y los gobiernos a todas las escalas están
obligados a dejarse la piel en intentar conseguirlo. Abrir debates y nombrar
con claridad los problemas es condición necesaria. De no hacerlo, serán otros
quienes los nombren.
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