CUANDO LA PROGRESÍA
MEDIÁTICA DA ALAS A LA EXTREMA DERECHA
Ante la posibilidad de que Podemos
pudiera gobernar, medios supuestamente progresistas alimentaron el odio a los
rojos. Esta práctica ha servido para dañar a algunos dirigentes del partido,
pero también ha aupado a los ultras
Pablo Echenique
La extrema derecha formalmente democrática, es decir, la extrema derecha que acepta someterse –al menos formalmente– a las reglas del juego democrático, es la última ratio del poder justo antes de la violencia física como forma de gobierno. Esto es, justo antes de la dictadura o, dicho de otra forma, justo antes de la institucionalización de la tortura y el asesinato como herramienta legítima del Estado para controlar a la población. Esto puede parecer una afirmación muy atrevida pero, si pensamos en lo que estaba ocurriendo en Italia y en Alemania justo antes de Mussolini y de Hitler, es fácil comprobar que se trata de una constante histórica. Y esa naturaleza inmediatamente previa a la violencia física permite, además, entender y explicar muy bien muchas de sus características visibles más notables, como su violencia verbal, su actitud matonil, los pectorales henchidos de gimnasio, el fetichismo casi lúbrico por las armas, la participación de históricos neonazis en sus manifestaciones y estructuras de partido o la proliferación de atentados terroristas de extrema derecha que estamos empezando a ver a lo largo del mundo desarrollado –muy especialmente en Estados Unidos– y que constituye la principal amenaza a la seguridad nacional en los países modernos. La palabra clave es violencia.
En
términos de poder, es esa naturaleza de última ratio antes de la violencia
física como forma de gobierno lo que caracteriza a la extrema derecha. En
términos de discurso, lo que la caracteriza es el odio.
La primera funcionalidad del odio es la justificación
de la violencia. En esta lógica, la extrema derecha señala una serie de
enemigos
Obviamente,
la primera funcionalidad del odio es la justificación de la violencia. Para
poder ejercer violencia, hace falta previamente haber generado el suficiente
odio o el suficiente miedo hacia el objeto de dicha violencia. En esta lógica,
la extrema derecha señala una serie de enemigos a los que habría que odiar muy
fuerte y percute sobre ello. Podemos incluir en la lista sin temor a
equivocarnos a los independentistas vascos y catalanes (a veces se pasan de
frenada y dirigen su odio contra el conjunto del pueblo vasco o el conjunto del
pueblo catalán), a las feministas, a las personas migrantes, a las personas
LGTBI, a los rojos –y este será un punto central en este artículo– o incluso a
cosas tan inofensivas como los progres o la agenda 2030.
Pero
el odio hacia todos estos colectivos, además de servir para justificar la
violencia hacia ellos, tiene también otras funcionalidades importantes. El odio
te exime, por ejemplo, de tener un programa. Si centras toda tu fuerza en que
todos esos colectivos a los que odias no puedan implementar su agenda de cambio
(o en la reversión de la agenda de cambio que ya hayan podido implementar),
entonces no tienes que llevar a cabo ningún trabajo programático. Dos ejemplos.
Abascal el otro día en el Congreso diciendo que, si llegan al poder, van a
derogar “toda la porquería legislativa” que ha aprobado el Gobierno de
coalición. Toda. Sin más y sin distinciones. Segundo ejemplo: el patético
programa electoral de Vox en Andalucía, que básicamente era una servilleta con
faltas de ortografía.
Que
no les haga falta tener un programa electoral es algo positivo para el crecimiento
de la extrema derecha porque, si lo tuvieran que tener, si se tuvieran que
posicionar de forma articulada acerca de los numerosos asuntos de la vida
pública, política y económica, la ciudadanía tardaría menos de cinco minutos en
certificar que son un auténtico fraude. Por cierto, esta simpleza programática
consistente en prometer la cancelación de los programas de cambio de los demás
–o incluso la vuelta al pasado– es lo que ancla a la extrema derecha como una
propuesta política reaccionaria. No tienen una propuesta de país de futuro. Son
solamente la reacción a los avances y la ampliación de derechos que otros ponen
en marcha.
El odio es una herramienta muy eficaz para exonerar al
1% más privilegiado de su responsabilidad en el destrozo del Estado del
Bienestar
Pero
el odio, además de la justificación de la violencia y el eximente de tener un
programa, es también un sentimiento que implica automáticamente sentirse por
encima de la persona o del colectivo odiado. Esto tiene dos efectos sobre la
naturaleza de la extrema derecha, uno funcional y uno definitorio. El funcional
es que sentirte por encima de los demás es algo que alimenta el ego, y mantener
calentito el ego de tus votantes tiene ventaja electoral. El efecto definitorio
es que, si te crees superior a los demás, entonces las leyes y las normas no
van contigo. Esto explica el poco respeto que tiene la extrema derecha a la
democracia, a la legalidad vigente o a las convenciones que permiten el civismo
en la sociedad. Por eso no les importa en absoluto gritar “¡Viva Juan Carlos
I!”, aunque Juan Carlos I sea un corrupto.
Por
último, el odio es una herramienta muy eficaz para dividir en un montón de
partes al 99% y exonerar al 1% más privilegiado de su responsabilidad en el
destrozo del Estado del Bienestar y en la generación de desigualdad económica y
pobreza. Si la causa de todos tus males es tu vecino nigeriano, entonces no es
Ana Patricia Botín. Si la causa de todos tus males es tu vecina feminista,
entonces no es Ignacio Sánchez Galán. Si la causa de todos tus males es tu
primo de Podemos, entonces no es Florentino Pérez. El odio sirve para poner a
pelear al penúltimo contra el último de la sociedad, al tiempo que garantiza la
impunidad para los multimillonarios que viven en la parte alta de la cadena
alimentaria. El odio divide al 99% de la población trabajadora, haciendo mucho
más difícil el éxito de proyectos políticos emancipadores, y protege a la vez a
los causantes verdaderos de los problemas materiales y vitales de ese 99%. Este
factor es quizás el que mejor explica la clarísima funcionalidad de la extrema
derecha para proteger los intereses y privilegios de los grandes poderes
económicos.
En
términos de poder, la última ratio antes de la violencia física como forma de
gobierno. En términos de discurso, el odio como elemento fundamental. Pero,
¿cuál es la naturaleza social de la extrema derecha? ¿Cuál es su estructura?
Pensar que la extrema derecha empieza y acaba en Vox
es un grave error de análisis. Es más que un partido. Es una corriente social
de opinión y acción
Lo
primero que hay que decir y hay que decirlo categóricamente es que la extrema
derecha no es solamente un partido. La extrema derecha no es solamente Vox.
Pensar que la extrema derecha empieza y acaba en Vox es un grave error de
análisis, y los errores de análisis conducen a conclusiones y a estrategias
completamente inoperantes. Como en el caso de cualquier otra tendencia
política, la extrema derecha es mucho más que un partido. Es una corriente
social de opinión y acción que se inserta y se infiltra en todos los estamentos
de la sociedad, teniéndolo –obviamente– mucho más fácil en aquellos estamentos
que defienden, por su propia naturaleza, el statu quo, esto es, la estructura
actual del poder realmente existente.
Pongamos
algunos ejemplos.
En
primer lugar y constituyendo un ejemplo claro, es bastante fácil encontrar
componentes antifeministas en sentencias como la de “la manada”, componentes
anti independentistas en sentencias como las del procés o componentes
antirrojos en alguna de las sentencias que nos han colocado a la gente de
Podemos. Afirmar que hay un sector de la Judicatura que maneja ideas de extrema
derecha no debería escandalizar a nadie cuando Vox está por encima del 10% en
estimación de voto. ¿O es que los jueces no son ciudadanos que votan? Asimismo,
hemos visto también a ciertos sindicatos policiales defender la ley mordaza o a
ciertos policías de servicio tolerar –incluso cuidar– manifestaciones neonazis,
al tiempo que daban palos en Vallekas a la gente que se manifestaba por la
sanidad pública. Y no podemos olvidar tampoco a esos militares retirados que
fantaseaban en un chat con “fusilar a 26 millones de españoles” y que luego
Macarena Olona reivindicó desde la tribuna del Congreso de los Diputados como “los
nuestros”. Por supuesto, la corriente de pensamiento y acción que supone la
extrema derecha también tiene muy fácil insertarse en partidos que alguna vez,
quizás, pudieran haber sido meramente conservadores. Isabel Díaz Ayuso gritando
“comunismo o libertad” en la campaña electoral de Madrid es un ejemplo. Pero
también lo es Alberto Núñez Feijóo sugiriendo que el presidente de Gobierno
podría estar pensando en llevar a cabo un fraude electoral en las próximas
elecciones; siguiendo el mismo argumentario con el que Donald Trump provocó el
asalto al Capitolio en el que una turba de extrema derecha intentó dar un golpe
de estado y varios agentes de policía fueron asesinados. La prueba de que la
extrema derecha va mucho más allá de Vox es precisamente que hunde sus garras
de forma clara y profunda también en el PP.
Sin
embargo, en mi opinión, el estamento social en el que se manejan habitualmente
ideas de extrema derecha y que tiene una mayor influencia en el crecimiento de
esta corriente de pensamiento y acción es el de los medios de comunicación.
El estamento en el que se manejan habitualmente ideas
de extrema derecha y que tiene una mayor influencia en su crecimiento es el de
los medios
Y
aquí hay que hacer una distinción muy importante. Hay muy pocos medios que se
revelen como explícitamente de extrema derecha, es decir, que viertan
directamente piropos a los líderes de Vox y casi te pidan el voto. El panfleto
de Eduardo Inda o la radio de Federico Jiménez Losantos son dos ejemplos
bastante claros pero que no dejan de ser minoritarios en el conjunto del
ecosistema mediático. Que un medio se muestre explícitamente de extrema derecha
no es ni lo más habitual ni lo más eficaz. Como diría Antonio García Ferreras,
es demasiado burdo. Lo que es muchísimo más habitual y, desde luego, también
mucho más eficaz es difundir ideas de extrema derecha vestidas de opiniones
supuestamente sin ideología. Hoy mismo, el día en el que escribo estás líneas,
Antena 3 ha entrevistado a un neonazi, con una camiseta neonazi, que ha vertido
opiniones neonazis en directo en dicha cadena de televisión. A las pocas horas
y después de que Antena 3 no tuviera más remedio que emitir una disculpa con la
boca pequeña, Ana Terradillos ha decidido entrevistar al mismo neonazi en
Cuatro. Sin embargo, estas acciones patéticamente autodestructivas no conforman
la estrategia mediática habitual, y no es así tampoco como crecen políticamente
los movimientos de extrema derecha. El mecanismo es otro, más sutil y mucho más
eficaz.
Lo
que verdaderamente funciona es ir vertiendo ideas de extrema derecha en las
tertulias, en los telediarios, en los programas, desde perfiles que no sean
fáciles de adscribir automáticamente a dicha corriente, durante años, incluso
durante décadas, como una gota malaya, día tras día. Cataluña nos chantajea,
los catalanes prohíben que se hable español en Barcelona, hay una terrible
invasión migratoria, no tenemos recursos para acogerlos a todos, muchas mujeres
hacen denuncias falsas, un niño crece mucho más sano si sus padres son un
hombre y una mujer, si gobiernan los rojos van a convertir España en Venezuela,
etc. Entonces, cuando el campo social está bien sembrado de ideas de extrema
derecha, la situación está lista para que aparezca un partido o una persona sin
escrúpulos y coseche los frutos electorales. Es así como ha ocurrido en todos
los países del mundo. Trump nunca se habría hecho con el control del Partido
Republicano, primero, y nunca habría ganado las elecciones, después, si no
fuera por años y años de emisión de ideas de extrema derecha en Fox News y en
todo el ecosistema mediático de la alt-right. El Reino Unido no habría
abandonado la Unión Europea, Nigel Farage no habría obtenido los resultados que
llegó a obtener con el UKIP y Boris Johnson no se habría hecho con el control
de los Tories si no fuera por la amplísima difusión de ideas racistas y de
noticias falsas en los tabloides británicos de extrema derecha. Es así como se
crean grupos parlamentarios y primeros ministros de extrema derecha y el papel
de los medios de comunicación es absolutamente esencial.
El eje de articulación de la extrema derecha en España
es idiosincrático: es el odio al independentismo vasco y, en los últimos años,
al catalán
Explica
el periodista Enric Juliana que no habría sido posible el ascenso de Salvini en
Italia si no hubiera sido por el hecho de que buena parte de los medios de
comunicación italianos se dedicaron durante décadas a neurotizar a los
italianos con la inmigración. “Neurotizar” no es un verbo elegido por mí, sino
por Juliana, y me parece muy apropiado. Después de muchos años de sembrar ese
odio en la población desde los altavoces mediáticos, llega un momento en el que
la cosecha de votos está lista para ser recogida y –entonces– aparece Matteo
Salvini con el tractor. Esto también explica por qué, en España, el eje
principal de articulación de la extrema derecha no es el odio a las personas
migrantes. Este eje está, por supuesto, en la parte alta de la lista. Pero no
es el más fuerte. El eje principal de articulación de la extrema derecha en
España es idiosincrático: es el odio al independentismo vasco y,
fundamentalmente, en los últimos años, al independentismo catalán. Y el motivo
por el cual es este y no otro es sencillamente porque este es el odio en el que
la mayoría de los medios de comunicación han neurotizado a la población
española durante las últimas décadas. Este odio específico de nuestro país se
ha sembrado con esmero desde los altavoces mediáticos durante largo tiempo y,
cuando la cosecha ha estado lista para ser recogida, Abascal ha aparecido con
el tractor.
Pero,
de nuevo, hay que volver a repetir que la extrema derecha es una corriente de
pensamiento y acción que va mucho más allá de un único partido político y que
se infiltra en diferentes estamentos de la sociedad, incluidos otros partidos
no identificados habitualmente como de extrema derecha. El ejemplo del PP ya ha
sido comentado y tampoco debemos olvidar la forma en la que el PP –antes de que
apareciera Vox– utilizó el anticatalanismo como reclamo electoral. No debemos
olvidar a Mariano Rajoy recogiendo firmas para tumbar el Estatut de Catalunya o
el boicot a productos catalanes promovido desde los altavoces mediáticos de la
derecha. Del mismo modo, el análisis que aquí se plantea permite entender
fácilmente la desaparición de Ciudadanos como opción política. Aunque
Ciudadanos se construye mediáticamente como una operación de régimen para
detener a Podemos y se le intenta revestir de un carácter liberal, al nacer en
Catalunya y tener en su ADN el odio al independentismo, Ciudadanos se sitúa en
la extrema derecha precisamente en el eje más importante que define a esa
corriente de pensamiento y acción en España. Esto es lo que explica la foto de
Albert Rivera en Colón –algo que ningún dirigente liberal europeo jamás se
hubiera permitido hacer– y esto también es lo que explica su irremediable
desaparición. Si te pones a competir con un partido abiertamente de extrema
derecha precisamente en el eje en el que ellos pueden ir más lejos, es
absolutamente obvio que los votantes van a acabar abandonando la copia para
votar al original.
Puede ocurrir que la potencia de los mensajes sea tan
grande que consiga infiltrarse en entornos supuestamente progresistas
La
potencia de un marco analítico se mide por su capacidad de explicar una serie
de fenómenos muy diferentes y aparentemente desconectados utilizando únicamente
un puñado de ideas sencillas. El reconocimiento de que la extrema derecha es
mucho más que un partido y que su crecimiento está basado –principalmente– en
la difusión mediática masiva de sus ideas no sólo permite entender por qué los
ejes en los que se articula dependen de cada país, cómo funciona el surgimiento
de grupos parlamentarios explícitamente de extrema derecha o por qué Ciudadanos
ha desaparecido como proyecto político. También nos permite entender un último
elemento que nos acerca a la tesis final de este artículo.
Dado
que la principal gasolina para encender el motor de la extrema derecha es la
difusión mediática de sus ideas y teniendo en cuenta que el espacio mediático
en España es mayoritariamente de derechas, no es difícil anticipar que, en
algunos casos, en aquellos que se adapten mejor, puede ocurrir que la potencia
de alguno de los mensajes que se emita sea tan grande –tan apabullante– que
incluso consiga infiltrarse en estamentos sociales, políticos y mediáticos
supuestamente progresistas.
Esto
ha ocurrido clarísimamente con el odio al independentismo vasco y catalán. No
solamente los medios claramente identificados como de derechas o de extrema
derecha han emitido mensajes que facilitaban al conjunto de la población
desarrollar un sentimiento de odio hacia las personas con ideas
independentistas. Esto también se ha hecho –especialmente en los momentos más calientes
del conflicto político catalán– desde medios de comunicación supuestamente
progresistas. Cuando esto ocurre, además, se genera una hegemonía en torno al
mensaje que hace muy difícil que determinados sectores políticos puedan
apartarse de él. Esto explica la existencia de un sector dentro del PSOE
–afortunadamente hoy en minoría–, que tiene como caras más visibles a algunos
de los barones territoriales y cuyo mensaje respecto del independentismo vasco
y catalán apenas se distingue del que pueda emitir el PP o incluso Vox. Cuando
un mensaje de derechas se vuelve hegemónico al ser emitido también por los
medios progresistas, afuera del mensaje hace mucho frío y a la socialdemocracia
no le gusta pasar frío mediático.
Y
lo mismo ha ocurrido con otro de los odios principales que alimentan a la
extrema derecha y que no es, en este caso, idiosincrático de España. Desde la
época de la caza de brujas macartista en Estados Unidos, el odio a los rojos ha
sido un combustible muy eficaz de las corrientes políticas de pensamiento y
acción más reaccionarias. En la Guerra Fría, se articuló como anticomunismo
pues el enemigo era la URSS. A finales del siglo XX y principios del siglo XXI,
también se ejerció con violencia política contra los líderes de izquierdas que
empezaron a ganar elecciones en América Latina. Durante la última década, en
España, este eje articulador de la extrema derecha se ha conjugado como
antipodemismo, es decir, el odio a la gente de Podemos. Se trata de un hecho
incuestionable.
El odio a los rojos es un combustible primordial de la
extrema derecha y, desde 2014, este odio se ha activado con más intensidad
Recordemos
que Ciudadanos –el partido que puso una pista de aterrizaje a Vox mediante la
difusión masiva de ideas de extrema derecha en al menos dos ejes– nació como
una forma de detener específicamente a Podemos. No solamente porque el
presidente del Banco Sabadell dijera poco después de la aparición de Podemos
que “necesitamos un Podemos de derechas” y, a las pocas semanas, se llevara a
cabo la operación Rivera, colocando a un –hasta entonces– desconocido político
catalán en todas las tertulias televisivas estatales. Es que la propia Begoña
Villacis llegó a reconocer en una entrevista que la función política primordial
de Ciudadanos era evitar que Podemos entrase en el Gobierno de España. Tampoco
podemos olvidar que Rocío Monasterio se negó a condenar la amenaza terrorista
contra la familia de Pablo Iglesias cuando le enviaron balas por correo en la
campaña de Madrid o que, entre la turba fascista que acosaba a Pablo y a sus
niños pequeños en la puerta de su casa, eran habituales los militantes de Vox.
El odio a los rojos es un combustible primordial de la extrema derecha y, desde
2014, este odio se ha activado en España con especial intensidad. Solamente en
los momentos álgidos del conflicto catalán, específicamente durante el año
2017, el odio a los independentistas –que fue absolutamente hegemónico, como
comentábamos, antes de 2014– llegó a superar este renacido odio político como
gasolina principal de la reacción.
Entender
esto tiene, de nuevo, un fuerte poder explicativo. ¿Por qué, si no, se
repitieron tres veces las elecciones en España antes de que pudiera conformarse
un gobierno de coalición en noviembre de 2019 cuando la mayoría progresista y
plurinacional que lo hizo posible había existido ininterrumpidamente desde
diciembre de 2015 en el Congreso de los Diputados? ¿Por qué se consiguió
instalar en buena parte de la población la idea de que Podemos, aunque tuviera
millones de votos igual de válidos democráticamente que los de los demás
partidos, no tenía derecho a formar parte del Gobierno de España? ¿Hay algún
razonamiento mínimamente articulado que pueda sostener esa posición más allá
del antipodemismo, del odio a los rojos? Me parece evidente que no.
Lo
que ha ocurrido en España en los últimos años con el odio a la gente de Podemos
es, de nuevo, la hegemonización de una idea de extrema derecha penetrando con
fuerza en sectores sociales, políticos y mediáticos supuestamente progresistas.
La presencia de tertulianos desplegando odio hacia Podemos en buena parte de
las cadenas de televisión y radio –también en las progresistas–, la difusión de
argumentarios para generar odio hacia Podemos e incluso la difusión de basura
falsa, fabricada muchas veces por las cloacas ilegales del Estado montadas por
el PP, han sido la constante desde que nacimos. Y a día de hoy lo siguen
siendo. Sin ir más lejos, hace tan solo unos días, se difundió ampliamente el
bulo de que Podemos va a montar una candidatura conjunta con Esquerra
Republicana y con Bildu para las próximas elecciones generales. Pero
mencionemos tan sólo dos ejemplos especialmente paradigmáticos para que quede
claro lo que estamos diciendo.
El
primer medio de comunicación que publica en exclusiva el llamado “informe PISA”
–pura bazofia falsa fabricada por los policías corruptos de Jorge Fernández
Díaz– no es Libertad Digital, ni la COPE, ni OKdiario. Es la Cadena SER. Ana
Terradillos, muy cercana al comisario mafioso Villarejo, a día de hoy sustituta
de Ana Rosa Quintana en Telecinco y todavía en la plantilla de la Cadena SER,
publicó está difamación criminal contra Podemos en la radio más escuchada de
España y la joya de la progresía mediática. A día de hoy, el informe falso
sigue publicado en la web de la Cadena SER y nadie ha pedido todavía disculpas.
La cuestión es ir acumulando fuerza para, cuando
llegue el momento, como fue el caso de la bazofia de Granadinas, dar un golpe
demoledor
El
segundo ejemplo tiene que ver con los audios recientemente conocidos en los que
Antonio García Ferreras habla con Villarejo entre otros. Además de admitir en
esos audios que permitió a Eduardo Inda en La Sexta difundir otra bazofia falsa
de las cloacas –un documento fabricado con Photoshop aparentemente por un niño
de 5 años en el que ponía que Pablo Iglesias tenía una cuenta en el paraíso
fiscal de Granadinas a nombre de su madre donde Nicolás Maduro le había
ingresado más de 270.000€– y que él sabía que era falsa antes de permitir su
difusión, Ferreras nos cuenta algo mucho más interesante. Nos explica –de viva
voz, y en ese lenguaje de puro y carajillo que tanto gusta en los ambientes
mafiosos– que calzarnos una hostia desde un medio supuestamente progresista es
mucho más eficaz y nos hace mucho más daño. El director de La Sexta y
presentador de Al Rojo Vivoresume en esos audios una estrategia
para asesinar civilmente rojos. Es muy sencillo. Durante años, un medio de
comunicación se dedica a emitir algunos mensajes de izquierdas para ganarse la
confianza del electorado de Podemos. Incluso puede entrevistar de forma más o
menos amable a alguno de sus líderes. Porque la cuestión es ir acumulando
fuerza para, cuando llegue el momento determinante –por ejemplo, un mes antes
de las elecciones, como fue el caso de la bazofia de Granadinas–, dar un golpe
demoledor. Si tu medio supuestamente de izquierdas te está contando que Pablo
Iglesias es un delincuente, es mucho más fácil que te lo creas.
Es
un hecho que durante años la progresía mediática en España ha alimentado el odio
a los rojos –de forma más sibilina (tienen el ceño fruncido, no saben hacer
leyes con seguridad jurídica, no deberían vivir en esa casa, sólo quieren
sillones, solamente saben hacer ruido) o de forma más burda– y es absolutamente
obvio que esto ha sido consecuencia de la posibilidad de que Podemos pudiera
gobernar. Esto se ha hecho –y se sigue haciendo– mediante la presencia habitual
de tertulianos que emiten odio antirrojos e incluso mediante la difusión de
noticias falsas. Es una práctica que ha servido para asesinar reputacionalmente
a algunos de los dirigentes de Podemos y seguramente también para reducir
nuestras perspectivas electorales. El problema es que, haciendo suyo este
mensaje, la progresía mediática también ha contribuido a darle alas a la extrema
derecha, suministrando a la población una idea que es uno de sus principales
combustibles.
Cuando
asalten el Capitolio, llegarán las lágrimas de cocodrilo.
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Pablo
Echenique es portavoz del grupo
parlamentario de Unidas Podemos-ECP-GeC.
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