EL CASO PABLO GONZALEZ: PRESO EN POLONIA
ACUSADO DE ESPIONAJE
FRANCISCO GARCÍA CEDIEL
La desgracia de Pablo González es
ser vasco y ruso, mala combinación en los tiempos que corren
En un acto celebrado en Madrid el pasado mes de junio pidiendo la libertad del periodista de nacionalidad española y origen ruso Pablo González, sometido a un calvario judicial en Polonia tras haber sido detenido a finales de febrero de 2022 por las autoridades polacas y, en la actualidad (julio 2022), en prisión provisional acusado de espiar a favor de Rusia, una pregunta flotaba en el ambiente ¿Estamos en guerra?
La pregunta es relevante puesto
que explicaría al menos parcialmente la actitud timorata del Gobierno español
ante el hecho de que un reportero que estaba prestando servicios para el
programa de televisión Al Rojo Vivo, del mediático y hoy desenmascarado
Ferreras, y que está privado de libertad con base en pruebas secretas
esgrimidas por el Estado polaco, miembro de la UE, tras lo cual parece que solo
subyace el origen ruso de Pablo, nieto de uno de los niños de la guerra,
acogidos en la extinta URSS para protegerles del levantamiento fascista de
1936.
La clave a la pregunta podemos
encontrarla en las declaraciones de Pedro Sánchez el pasado 24 de junio; tras
elogiar en palabras textuales el “extraordinario trabajo de las fuerzas de
seguridad marroquís” en la valla de Melilla, saldada con varias decenas de
muertos, se refirió al conflicto bélico en Ucrania como “frente oriental” (sic)
que, además de ser la misma terminología que utilizaba Hitler en los años 40
del pasado siglo, denota el por otra parte evidente alineamiento de esta
gobierno respecto al citado conflicto y la beligerancia que exhibe, y que se
traduce no solo en el envío de armas al gobierno Zelenski, sino en un bombardeo
mediático sin precedentes tendente a pintar la imagen de ucranianos buenos
frente a rusos malos, digna de una película de Walt Disney, de tal modo que hoy
es más fácil mandar dinero al Gobierno de Ucrania que a un familiar necesitado.
Dicho posicionamiento,
subordinado (¿cómo no?) a los intereses norteamericanos, enmascara el origen
del problema ucraniano, minusvalorando el hecho de que gran parte del bloque
que sostiene política y militarmente al gobierno ucraniano lo conforman los
seguidores de Stepan Bandera, un agente de la Gestapo, y su compinche el
ideólogo Dimitro Dontsov (1883-1973), que señalaban a los “auténticos”
ucranianos como descendientes de los Varegos, una tribu vikinga que
supuestamente vino de la actual Suecia, y calificaban a los eslavos como
subhumanos. Los seguidores de esos personajes son los que nutren el batallón
Azov, integrado en las fuerzas armadas ucranianas.
No voy a afirmar que el gobierno
español suscriba tan delirantes teorías nazis, pero una elemental comparación
entre el acogimiento con los brazos abiertos a refugiados ucranianos rubitos
por parte de las autoridades de este Estado, frente al trato dispensado a los
subsaharianos de Melilla, por no hablar de las gentes de Siria, Yemen, Sudan,
etc., abona malos pensamientos.
No puedo resistir hacer una breve
mención a la otra pata del gobierno Sánchez, apoyando figuras destacadas del
ejecutivo como Yolanda Díaz el envío de armas, y las declaraciones de
destacados dirigentes de Unidas Podemos señalando que se puede estar contra la
OTAN y ejercer de corteses anfitriones de la cumbre que dicho club montó en
Madrid a fines de junio del presente año, con sus corolarios de incremento del
gasto militar, mantenimiento de las bases norteamericanas en nuestro suelo,
señalamiento a China como el peligro real…Parece que algunas y algunos,
parafraseando a Pink Floyd (wish you were here), han intercambiado un rol
secundario en la guerra por un papel protagonista en una jaula.
La desgracia de Pablo González es
ser vasco y ruso, mala combinación en los tiempos que corren, por lo cual no es
de extrañar que no sea merecedor por razones étnicas y de vecindad civil a
ningún premio, no como Lech Walesa, expresidente polaco y flamante Premio Nobel
de la Paz, que recientemente ha enriquecido el debate afirmando que es preciso
“reducir la población rusa a 50 millones de personas”. Aunque Pablo no merezca
el mismo galardón que fue otorgado a tal ilustre estadista, por lo menos
podemos afirmar ingenuamente que el gobierno progresista podía hacer algo por
librar al periodista del proceso kafkiano a que está siendo sometido, con
intolerables lesiones del derecho de defensa incluidas; tales como no poder
comunicar con sus abogados y que éstos no puedan acceder a las pruebas en las
que supuestamente se basa su imputación.
Claro que, como señalaba una
persona en el acto que en solidaridad con Pablo González se celebró en la
Euskal etxea de Madrid a principios de julio, el Estado español no está
históricamente muy sobrado en cuanto a la defensa de la libertad de prensa e
información, recordando los cierres de periódicos (Egin, Egunkaria, Ardi
Beltza…), la tortura y encarcelamiento de directores y periodistas de esos
medios, ante la pasividad y complicidad casi general, concluyendo atinadamente
que a veces nos cuesta más ver lo que pasa delante de nuestras narices que lo
que sucede en un lugar más lejano.
También, cuando estoy redactando
estas líneas (julio de 2022), escucho la noticia acerca de que Bernat
Barrachina, el guionista del Ente Público RTVE que fue fulminantemente
despedido (en menos de una hora) tras colocar en febrero de 2021 en el programa
La Hora de la 1 un rótulo sobre la salida de la princesa a estudiar al Reino
Unido que rezaba “Leonor se va de España como su abuelo”, ha obtenido sentencia
por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid que declara nulo su cese y por
tanto debe readmitírsele, por entender que dicho despido se realizó lesionando
su libertad de expresión. Al menos es una buena noticia en un mar de
despropósitos.
Podemos concluir que en estos
momentos Pablo González es un rehén involuntario de este conflicto, de tal modo
que seguramente un eventual acuerdo de paz o alto el fuego mínimamente duradero
en Ucrania seguramente podría traer aparejado que las autoridades polacas
perdieran el interés por este periodista. Tal vez cuando esto este artículo sea
publicado se haya producido tal liberación, pero sirvan estas reflexiones al
menos para señalar que las libertades públicas no son, para el Estado, dignas
de protección respecto a quienes escriben, publican, hablan o cantan contra los
intereses del poder, o simplemente se trata de personas como Pablo que en un
conflicto bélico su origen étnico y cultural le hacen sospechoso. Se trata de
contribuir modestamente a denunciar esta realidad o que, al menos, no se nos
engañe.
Francisco García Cediel
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