CENIZAS EN LOS DESPACHOS
DAVID BOLLERO
Efectos
del incendio en la Sierra de la Culebra (Zamora).
- Mariam
A. Montesinos / EFE
En 2017 escribí un artículo titulado 'El incendio de Huelva comenzó en los despachos'. En él, describía cómo un incendio a las puertas del Parque Nacional de Doñana había devorado el monte imparable debido a la falta de mantenimiento forestal, la reducción de recursos de bomberos... Cinco años después, con Castilla y León asolada por el fuego, descubrimos con estupor que la historia se repite. Las decenas de miles de hectáreas calcinadas podrían haberse evitado si se realizara las debidas tareas preventivas, según denuncia la Asociación de Trabajadores de Incendios Forestales de Castilla y León.
Cuando uno viaja a
países en los que el acceso a la sanidad es complicado o especialmente caro
siempre es recomendable contratar un seguro. Una inesperada apendicitis puede
arruinarnos en EEUU, por ejemplo. Sin embargo, muchas personas optan por viajar
sin seguro y, afortunadamente, la mayor parte de las veces sale bien, sin que
se produzca ninguna incidencia. Como resultado de ello, si uno echa cuentas de
lo ahorrado a lo largo de los años, quizás pueda costearse un nuevo veraneo.
Las tareas
preventivas son invisibles, no se perciben a menos que hagan falta, aun cuando
requieren de esfuerzos. En materia forestal, sucede exactamente lo mismo. Las
tareas de mantenimiento del monte durante todo el año requieren de unas
partidas presupuestarias fuertes que, en cambio, se mantienen planas o se
recortan, a pesar de que el riesgo de incendio va en aumento año a año debido
al cambio climático. Si las llamas no devoran el monte, el grueso de la opinión
pública no percibe ese mantenimiento activo del monte, esa gestión,
sencillamente, no le luce al político de turno.
Como sucede con el
ejemplo del viaje, si no se produce incidencia alguna, con el dinero ahorrado
es posible ejecutar otras acciones más visibles, con las que sacar mayor rédito
político, como es desviar subvenciones a lobbies con peso electoral o acometer
alguna privatización prometiendo mejores servicios. El ahorro que supone
jugársela y descuidar el monte reporta un colchón económico con el que
desplegar políticas interesadas o, directamente, alimentar estómagos
agradecidos. Una jugada que le sale redonda al gestor si no se produce ningún
incendio, al tiempo que la opinión pública es ajena al riesgo al que está siendo
expuesto. Quienes viven en las localidades que terminan siendo devoradas por
las llamas sí son conscientes de ese riesgo y alzan la voz reclamando más
medios pero, ¿quién escucha al mundo rural fuera de periodo electoral en el que
besar a un vaca cuenta tanto como a un niño?
Las denuncias de
los trabajadores forestales de Castillo y León no son una excepción, como
tampoco lo eran en Huelva hace cinco años. Esta práctica generalizada de
reforestar de manera inadecuada, descuidar el mantenimiento del monte y reducir
y/o privatizar los recursos de extinción supone una grave negligencia cuyos
efectos son más evidentes cada año. El cambio climático provoca más sequía, un
aumento desmesurado de las temperaturas y, una vez generado el incendio, una
mayor voracidad del fuego. Ante este nuevo escenario, no se está sabiendo
responder desde los despachos, abocándonos a un país cada vez más desértico,
con menos masa arbórea.
Decía estos días el
presidente extremeño Guillermo Fernández Vara (PSOE) que "lo único irremplazable
es la vida humana", tratando así de advertir a la población que no dudara
en desalojar los pueblos si las llamas avanzaban. Se equivocaba porque la fauna
y la flora que el fuego destruye por completo también es irremplazable. Podrá
reforestarse y repoblar con nuevos ejemplares de animales, pero ya será otra
vegetación y serán otros animales, con el hándicap añadido de que en el primer
caso llevará generaciones contar con la riqueza natural previa al incendio, si
es que alguna vez se alcanza.
Los incendios
comienzan en los despachos, sí, pero no terminan porque allí no llega el fuego
y, quizás, va siendo hora de que lo hagan, quedando los gestores pirómanos
reducidos a cenizas electorales. ¿Cuándo comenzarán las políticas
medioambientales a tener el peso que merecen? No se engañen, no lo tienen y, de
hecho, siguen sin tener presencia en los debates electorales; para cuando se
reaccione, quizás no queden ni montes ni playas.
Efectos
del incendio en la Sierra de la Culebra (Zamora).
- Mariam
A. Montesinos / EFE
En 2017 escribí un
artículo titulado 'El incendio de Huelva comenzó en los despachos'. En él,
describía cómo un incendio a las puertas del Parque Nacional de Doñana había
devorado el monte imparable debido a la falta de mantenimiento forestal, la
reducción de recursos de bomberos... Cinco años después, con Castilla y León
asolada por el fuego, descubrimos con estupor que la historia se repite. Las
decenas de miles de hectáreas calcinadas podrían haberse evitado si se
realizara las debidas tareas preventivas, según denuncia la Asociación de
Trabajadores de Incendios Forestales de Castilla y León.
Cuando uno viaja a
países en los que el acceso a la sanidad es complicado o especialmente caro
siempre es recomendable contratar un seguro. Una inesperada apendicitis puede
arruinarnos en EEUU, por ejemplo. Sin embargo, muchas personas optan por viajar
sin seguro y, afortunadamente, la mayor parte de las veces sale bien, sin que
se produzca ninguna incidencia. Como resultado de ello, si uno echa cuentas de
lo ahorrado a lo largo de los años, quizás pueda costearse un nuevo veraneo.
Las tareas
preventivas son invisibles, no se perciben a menos que hagan falta, aun cuando
requieren de esfuerzos. En materia forestal, sucede exactamente lo mismo. Las
tareas de mantenimiento del monte durante todo el año requieren de unas
partidas presupuestarias fuertes que, en cambio, se mantienen planas o se
recortan, a pesar de que el riesgo de incendio va en aumento año a año debido
al cambio climático. Si las llamas no devoran el monte, el grueso de la opinión
pública no percibe ese mantenimiento activo del monte, esa gestión,
sencillamente, no le luce al político de turno.
Como sucede con el
ejemplo del viaje, si no se produce incidencia alguna, con el dinero ahorrado
es posible ejecutar otras acciones más visibles, con las que sacar mayor rédito
político, como es desviar subvenciones a lobbies con peso electoral o acometer
alguna privatización prometiendo mejores servicios. El ahorro que supone
jugársela y descuidar el monte reporta un colchón económico con el que
desplegar políticas interesadas o, directamente, alimentar estómagos
agradecidos. Una jugada que le sale redonda al gestor si no se produce ningún
incendio, al tiempo que la opinión pública es ajena al riesgo al que está siendo
expuesto. Quienes viven en las localidades que terminan siendo devoradas por
las llamas sí son conscientes de ese riesgo y alzan la voz reclamando más
medios pero, ¿quién escucha al mundo rural fuera de periodo electoral en el que
besar a un vaca cuenta tanto como a un niño?
Las denuncias de
los trabajadores forestales de Castillo y León no son una excepción, como
tampoco lo eran en Huelva hace cinco años. Esta práctica generalizada de
reforestar de manera inadecuada, descuidar el mantenimiento del monte y reducir
y/o privatizar los recursos de extinción supone una grave negligencia cuyos
efectos son más evidentes cada año. El cambio climático provoca más sequía, un
aumento desmesurado de las temperaturas y, una vez generado el incendio, una
mayor voracidad del fuego. Ante este nuevo escenario, no se está sabiendo
responder desde los despachos, abocándonos a un país cada vez más desértico,
con menos masa arbórea.
Decía estos días el
presidente extremeño Guillermo Fernández Vara (PSOE) que "lo único irremplazable
es la vida humana", tratando así de advertir a la población que no dudara
en desalojar los pueblos si las llamas avanzaban. Se equivocaba porque la fauna
y la flora que el fuego destruye por completo también es irremplazable. Podrá
reforestarse y repoblar con nuevos ejemplares de animales, pero ya será otra
vegetación y serán otros animales, con el hándicap añadido de que en el primer
caso llevará generaciones contar con la riqueza natural previa al incendio, si
es que alguna vez se alcanza.
Los incendios
comienzan en los despachos, sí, pero no terminan porque allí no llega el fuego
y, quizás, va siendo hora de que lo hagan, quedando los gestores pirómanos
reducidos a cenizas electorales. ¿Cuándo comenzarán las políticas
medioambientales a tener el peso que merecen? No se engañen, no lo tienen y, de
hecho, siguen sin tener presencia en los debates electorales; para cuando se
reaccione, quizás no queden ni montes ni playas.
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