DIVAGACIONES DE UNA TARDE JULIO DEL 2022
DUNIA SANCHEZ
Viene la
astuta, viene gélida, viene silenciosa, viene ávida, viene con la celeridad de
la ignorancia. Muerte. Parada absoluta donde la existencia se anula, se hace
hermética. Muerte. Viene cuando son las once. Viene con el quejido último hasta
la sepultura. Y escucho el sonido sórdido de la ida. Y escucho el estupor de la
oscuridad. Y escucho la impotencia de las manos que no lucen el brío a la vida.
Ojos ruidos. Ojos opacos. Ojos abiertos. Ojos dolidos. Ojos perdidos. Ojos
enrarecidos por los pantanos del adiós. Muerte. Parada donde el corazón dice no
más. No más alargamiento de una atmósfera telúrica. Y bebo agua. Y un temblor
se aposenta en mis piernas, en mis espaldas. Jadeo la pena. Y mis pisadas son
cristales rotos donde el aire no llega. Muerte. Existencias desparramadas en un
adiós. Una sala. La muerte. Y la voz se hace un hilo de agua que no corre. Y me
reviento. Y bebo agua. Y un temblor de rajadas sensaciones, despellejada
verticalidad me circula. Y son las once. Adiós, me siento caer a la deriva. Me
siento con una tristeza incurable en el transcurso de un tiempo donde la
memoria será cicatriz que no dejará de sangrar, de expulsar lo trágico de ese
instante. Muerte. Me recompongo, busco
cada pieza para mi entereza, para mi disimulo del dolor y se agrietan los
minutos, las horas, el tiempo. Muerte. Y el adiós. Y son las once.
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