sábado, 16 de julio de 2022

FERRERAS Y EL PODER EN ESPAÑA

 

FERRERAS Y EL PODER EN ESPAÑA

A nadie le puede sorprender que los grandes poderes conspiren contra la democracia. Pero que aquello que solo podíamos imaginar o deducir aparezca en toda su crudeza es más importante de lo que parece

PABLO IGLESIAS

Como escribía con su lucidez habitual Gerardo Tecé desde las páginas del CTXT, no es lo mismo que el telediario dé la noticia de que un oso ha devorado a un hombre, que ver en el telediario al oso devorando al hombre. Ciertamente, el Ferrerasgate es eso.

A nadie con cierta formación política y algo de conocimiento de la historia de España, le puede sorprender que los grandes poderes conspiren contra la democracia. Se trata, al fin y al cabo, de la característica fundamental de nuestra historia política y social en los últimos 200 años. Pero que aquello que solo podíamos imaginar o deducir (o en todo caso ficcionalizar) aparezca en toda su crudeza es más importante de lo que parece.

 

Imaginen que Tuñón de Lara hubiera podido contar con un Villarejo de la época que le proporcionara audios en los que escuchar junto a sus contemporáneos, como nosotros hemos escuchado a Ferreras y Villarejo, a las figuras equivalentes del momento. Villarejo pasará a la historia por muchas cosas, pero una de ellas será la de haber abierto ventanas, hasta hace poco inverosímiles, para los historiadores y para cualquiera que quiera ver y entender al oso de Gerardo en acción.

 

Hemos dedicado muchas horas de trabajo en La Base para informar sobre el Ferrerasgate y analizar sus significados políticos e históricos. Permítanme compartir con ustedes los fragmentos de algunos textos que he leído en estos días y que me han parecido muy significativos.

 

El profesor Ignacio Sánchez-Cuenca, también desde CTXT, reflexionaba sobre la justificada sensación de impunidad, como característica histórica del comportamiento de las élites en España:

 

De ahí esa sensación de impunidad tan extendida en la política española. Como dijo Camilo José Cela en su discurso del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, “en España, quien resiste gana”. Estos días contemplamos con melancolía un caso más, cuya principal novedad es que está protagonizado por un periodista, no por un político. Los hechos son palmarios: Antonio García Ferreras dio la oportunidad a Eduardo Inda de presentar en La Sexta información calumniosa y falsa sobre el que entonces era líder de Podemos, Pablo Iglesias. La información procedía de las cloacas del Estado…Mientras Ferreras mantenga los apoyos políticos, mediáticos y económicos, se mantendrá en la posición negacionista y no pedirá disculpas por el daño causado. Y todo indica que lo va a conseguir.

 

El razonamiento de Ignacio transmite, sin duda, pesimismo e impotencia. Parecería que poco se puede hacer. Como decía Leonard Cohen, “everybody knows the good guys lost…”. Pero en general los socialdemócratas pesimistas son mucho más interesantes que los que con entusiasmo y brillo en los ojos te pretenden vender las bondades democráticas de la OTAN.

 

Raul Sánchez-Cedillo hace, a mi juicio, el mejor análisis de las continuidades históricas y la naturaleza del poder en España. Desde las páginas de El Salto, Raúl dice:

 

Si a algo me recuerdan las voces omnipresentes de Villarejo y sus secuaces, mandos policiales, periodistas, políticos, es a una España invariante, que se remonta como mínimo a la Restauración canovista. Lo valleinclanesco no ha cambiado, la idea y la práctica patrimoniales del Estado español –por lo demás completamente normales y ajustadas a la realidad de las relaciones de y del poder de clase– no ha hecho más que aumentar, salvo el paréntesis de la Segunda República y luego de la Transición, con el inevitable reparto patrimonial, desigual e inestable, que estructura el régimen autonómico del Estado, siempre en crisis. Son las voces chabacanas, zafias, soeces, sórdidas, confiadas, que en cada una de sus inflexiones, timbres, dejes, estilos e idiolectos condensan cientos de miles de páginas sobre la naturaleza de la forma estado española. Villarejo es ya, pero lo será más con el tiempo, un signo condensador, un epítome de una democracia concedida, garantista los lunes y autoritaria el resto de la semana, modernizadora a todas horas pero fundada en el privilegio de clase y religioso en la educación, que no superó nunca el impacto del neoliberalismo sobre el sistema de pesos y contrapesos que hubiera podido servir para estirar una interpretación más progresiva de la Constitución. En esa medida, y a fortiori, la figura de Villarejo es la prueba de cargo contra la ilusión eurocomunista y socialdemócrata de una interpretación garantista, laborista y socializante de la Carta Magna.

 

Raúl juega en otra liga quizá no apta para todos los públicos, pero es difícil de superar su precisión analítica y la brutalidad de su prescripción política. No hay margen para una gobernanza democrática en el Régimen del 78, nos vendría a decir. No siempre estoy de acuerdo con el no way de Raúl y con la forma en que mitifica ciertas expresiones de la protesta social pero, como digo, nadie supera su precisión a la hora de describir lo que hay, aunque no aterrice con la misma precisión en lo que habría que hacer.

 

Gerardo Tecé, por su parte, ha sabido poner el cascabel al gato esquivo que suele escapársele a muchos de los historiadores y politólogos que han estudiado el poder español: los periodistas de Estado. Gerardo caza al gato:

 

La cosa no acaba en La Sexta, ni en Ferreras, ni en Villarejo. Los periodistas de Estado dispuestos a defender el cortijo lo copan todo. Desde la Ana Terradillos de la Cadena SER que es premiada por la Guardia Civil como mejor periodista del año –sí, la gente con armas en España otorga premios periodísticos– hasta la Ana Rosa Quintana que usa las mañanas de Telecinco para poner en la agenda del día nuevos miedos y bulos elegidos de forma meticulosa en los despachos pertinentes. Que en España el periodismo no vigile al poder, sino que le haga de matón a sueldo es tanto como decir que en España no hay democracia. A propósito, ¿recuerdan cuando el entonces vicepresidente Iglesias dijo tímidamente que la democracia española tenía defectos importantes? Quienes entonces se llevaron las manos a la cabeza son los mismos que hoy ni se inmutan ante los audios de Ferreras

 

El gato ya tiene el cascabel. Bravo Gerardo.

 

Permítanme una última referencia. El histórico dirigente abertzale Joseba Permach analizaba el Ferrerasgate en El Salto, desde la visión de un independentista que ve, en esa lógica, al Estado español como una cárcel de pueblos, pero que reconoce la existencia de una izquierda estatal no domesticable con la que cabría aliarse.

 

El caso Ferreras no es más que la punta del iceberg de una estrategia mediática que bien sirve para hacer frente al independentismo de izquierdas de Euskal Herria, Paisos Catalans y Galicia, o para desgastar al precio que sea a una izquierda estatal que no quiere ser domesticada... Creo que el respeto y la humildad tiene que ser una referencia entre aquellos que creemos que otro mundo es posible y que en el caso del Estado español pensamos que otras repúblicas y tipos de sociedad no sólo son posibles sino que son necesarias y urgentes.

 

No es menor que un indepe hable de izquierda estatal y no de izquierda española, y no es menor tampoco que hable de repúblicas.

 

Quizá una virtud del Ferrerasgate es que ha puesto a discutir a mucha gente de izquierdas de lo realmente importante en política: el poder. Eso no garantiza que la actitud pesimista de Ignacio no se imponga, ni tampoco asegura la decadencia del periodismo de Estado. Tampoco cambia la escasa potencia de los proyectos posibilistas que describe Raúl, ni asegura que se abra paso una alianza política que empuje una voluntad política de dirección de Estado republicana y plurinacional capaz de limitar las opciones del PSOE y de derrotar electoralmente a PP y Vox.

 

Pero sitúa los términos del debate estratégico de la izquierda allí donde, a mi juicio, deben estar. No es poca cosa.

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