EL VATICANO Y LA PEDOFILIA. EL
EVANGELIO AUSENTE (I)
POR FELIPE PORTALES
Con este título, Editorial Catalonia me acaba de publicar un libro sobre el tema. La idea ha sido delinear lo más exactamente posible las dimensiones del fenómeno y buscar sus raíces históricas más profundas para lograr comprenderlo y poder aportar en la superación lo más pronta posible de este gravísimo problema.
Lo más grave del problema es el alcance mundial que ha adquirido, tanto la profusión de casos de pedofilia eclesiástica en las últimas décadas como, sobre todo, las desastrosas políticas vaticanas y de la generalidad de los episcopados y congregaciones religiosas del mundo en ocultar los delitos y proteger a sus autores. En definitiva la jerarquía eclesiástica ha desarrollado sistemáticamente una defensa corporativa que lo único que ha logrado es aumentar exponencialmente el daño de sus víctimas y, al mismo tiempo, socavar quizá como nunca antes la autoridad moral de la propia Iglesia e introducir un injusto y cruel manto de sospecha sobre la generalidad de los sacerdotes y religiosos del mundo.
En el libro se hace
un esfuerzo por detallar lo más posible los alcances mundiales del fenómeno,
buscando los datos más actuales posibles provenientes de libros publicados; de
fuentes periodísticas y judiciales; de organizaciones de víctimas; de
comisiones gubernamentales y eclesiásticas; y de entidades especializadas en el
tema. Por cierto que todos los registros encontrados están muy lejos de cubrir
a cabalidad los hechos, desde el momento en que se hace muy difícil para gran
cantidad de víctimas de estos atentados tan graves y traumáticos denunciar
incluso su existencia. Pero de todos modos los resultados son espeluznantes.
Y peor aún son las
actitudes vaticanas y jerárquicas frente a ellos. Partiendo por la negación o
minimización de ellos.
Luego, por las
presiones hechas a sus familiares para no denunciarlos. O, alternativamente,
por iniciar una investigación canónica “eterna” y secreta para terminar en nada
o con amonestaciones, “tratamientos terapéuticos” o, peor aún, con el traslado
de los victimarios a otros lugares pastorales -¡sin advertir a los nuevos
feligreses de la peligrosidad de aquellos!- diseminando enormemente los males
causados a numerosas nuevas víctimas por delincuentes seguros de su impunidad.
Y ya cuando a
partir de los 80 los casos empezaron a hacerse públicos en gran cantidad, a lo
largo de todos los Continentes, fue también increíblemente vergonzosa la
actitud jerárquica. Siempre buscando “bajarle el perfil”, cuando no buscando
sellar el secreto de los familiares a cambio de compensaciones económicas; o
desacreditando a los denunciantes; o descalificando a la prensa como “enemiga”
de la Iglesia. Y nunca abordando debidamente la reparación integral de las
miles de víctimas.
También ha sido muy
penosa la actitud general del laicado católico y de los mismos sacerdotes y
religiosos –en su inmensa mayoría inocentes de ser autores de abusos- de
simplemente mirar para el lado en términos de acciones correctivas eficaces y
ni que decir de pronunciamientos públicos a la altura de la gravedad del
problema y del inmenso daño efectuado por las protecciones u –en el mejor de
los casos- omisiones jerárquicas.
El libro efectúa
también un estudio especial de tres situaciones que ilustran particularmente
las pautas de comportamiento vaticano y de las jerarquías eclesiásticas
nacionales. Ellos son las referidas a los Legionarios de Cristo y Marcial
Maciel; a Estados Unidos; y a Chile. Así, por ejemplo, de acuerdo a fuentes
oficiales vaticanas se ha sabido que los primeros indicios de las conductas
pedófilas de Marcial Maciel llegaron a conocimiento del Vaticano ¡en 1943!,
cuando todavía Maciel no era siquiera sacerdote. También es muy impactante
saber que de la única investigación vaticana seria que se hizo de Maciel hasta
el final del pontificado de Juan Pablo II (entre 1956 y 1958), ¡lo salvó la
Curia vaticana, de forma completamente ilegal e inmoral, ¡en el lapso entre el
fallecimiento de Pío XII y la elección y entronización de Juan XXIII!…
En el caso de
Estados Unidos y el Vaticano, tenemos -por ejemplo- el caso de Theodore
McCarrick, nombrado arzobispo de Washington en 2000 (y al año siguiente
cardenal), pese a que Juan Pablo II había recibido denuncias en su contra de
una víctima en una audiencia en 1988. Que, además, el cardenal arzobispo de
Nueva York, John O’Connor, le había escrito en 1999 al nuncio en Estados Unidos
que tenía serios temores de testigos autorizados de que su nombramiento
suscitaría un escándalo. Y que a mediados de los 90 tres seminaristas lo habían
acusado infructuosamente de abusos. Sólo en 2017 Francisco tomó en serio el
caso; y, luego de una investigación vaticana, en 2019 fue recién apartado del
sacerdocio.
En el caso de Chile
y el Vaticano quizá lo más impactante fue la actitud de Francisco de designar
en 2013 (hasta 2018) al cardenal Errázuriz en el Grupo de ocho cardenales
encargados de estudiar una reforma de la Curia vaticana, pese a que años antes
había reconocido públicamente que había actuado –al menos- con gran negligencia
en los casos de Karadima y del obispo Cox. En efecto, en 2002 dijo respecto de
Cox (habiendo sido Errázuriz superior de Schoenstatt en Chile desde 1965 a
1971) que “tenía una afectuosidad un tanto exuberante” que “se dirigía a todo
tipo de personas, si bien resulta más sorprendente en relación con los niños”.
Y que “cuando sus amigos y sus superiores llegamos a ser muy duros para
corregirlo, él guardaba silencio y pedía humildemente perdón. Nos decía que se
iba a esforzar seriamente por encontrar un estilo distinto de trato, pero
lamentablemente no lo lograba” (La Nación; 2-11-2002).
A su vez, respecto
de Karadima, Errázuriz le declaró a la jueza Jéssica González el 13 de julio de
2011: “El receso del procedimiento administrativo entre los años 2006 y 2009 es
de mi responsabilidad y fue una decisión que tomé luego de haber oído el testimonio
de monseñor Andrés Arteaga (¡estrecho discípulo de Karadima!) respecto de los
denunciantes (de Karadima)” ( Mónica González, Juan Andrés Guzmán y Gustavo
Villarrubia.- Los secretos del imperio de Karadima; Edit. Catalonia, 2014 (1°
edición de 2011); p. 245). ¡Y le declaró a la misma jueza que en 2006 le pidió
a Karadima que dejara de ser párroco de El Bosque, para que cesara en sus
abusos!: “Pensé que al separarlo de su cargo y al saber de las denuncias en su
contra que yo le había hecho saber a sus cercanos, y que sin duda se lo habrían
hecho saber a él, sus conductas abusivas iban a cesar” (Ibid.).
También fue muy
impactante la escandalosa designación de Francisco de Juan Barros (también,
estrecho discípulo de Karadima) como obispo de Osorno en 2015, la que causó
protestas e indignación en los fieles, en autoridades eclesiales chilenas y en
la propia Cámara de Diputados. Y que lo haya mantenido obstinadamente en su
cargo hasta que luego de su desastrosa visita a nuestro país -a comienzos de
2018- se vio virtualmente obligado a pedirle su renuncia; y no sólo a él, sino
a todos los obispos chilenos.
Dado que, en
definitiva, la explosión de casos de pedofilia y su ocultación constituye un
extremo de abuso de poder que va mucho más allá de la estricta depravación
sexual; el libro también efectúa un sucinto análisis histórico de la
trayectoria del comportamiento vaticano, particularmente en el último milenio,
en la idea de encontrar las claves que permitan comprender bien las raíces de
un fenómeno de tanta gravedad, para aportar ideas concretas para su superación
(Continuará).
No hay comentarios:
Publicar un comentario