FERRERAS Y EL POSPERIODISMO
DAVID TORRES
Antonio García
Ferreras. La Sexta
Nunca deja de sorprenderme la capacidad de Ferreras para aguantar sentado hablando delante de una cámara de televisión. Estaba yo zapeando aburrido antes de ver una película y ahí me lo tropezaba, preparando el cotarro de una retransmisión con seis tertulianos y tres corresponsales. Terminaba la película y antes de acostarme, miraba otra vez la Sexta y ahí seguía Ferreras, sosteniendo él solo la actualidad, como una cariátide posmoderna. A veces me ponía a imaginar cómo era el mundo antes de Ferreras y no lograba acordarme. Un mundo sin Ferreras me resulta inconcebible, igual que un mundo sin internet, sin comida a domicilio o sin teléfonos móviles. Ferreras está ahí desde siempre, como la hora de la merienda, como el terraplanismo, como las caras de Bélmez.
Los días de elecciones, los
especiales de Ferreras se alargaban (supongo que se seguirán alargando) hasta
donde fuese necesario, arañando los últimos votos de un pueblo extinguido de
Zamora o exprimiendo las opiniones del conserje de un colegio electoral antes
de echar la cancela. Daba la impresión de que habían encadenado a Ferreras a la
silla, lo mismo que al Cid después de muerto, para que ganase batallas
electorales con el pactómetro, formando alianzas inverosímiles que no se le
ocurrían ni a los propios fontaneros de cada formación. Era casi milagroso que
pudiera sobrevivir a esas retransmisiones épicas en las que se tiraba
analizando una chuminada estadística durante dos horas y media mientras al
espectador se le iba poniendo cara de silla. Con la excitación postiza de esos
resultados que iba cantando como si fuesen goles en el último minuto, parecía
que en cualquier momento iba a darle un infarto y que tendrían que resucitarlo
con el pactómetro.
Qué gran sorpresa ha sido, por
tanto, que Ferreras llevase una doble vida en la que, aparte de posar de
presentador automático en la Sexta, también se sentaba a comer y a cenar con el
comisario Villarejo. Es posible que sea un reflejo de sus tiempos de periodista
deportivo, cuando llevaba el pactómetro de Florentino Pérez, ya que por fuerza
Ferreras tendría que haber sabido que sentarse a charlar con Villarejo es un
deporte de riesgo. Era una simbiosis, una relación laboral en la que Ferreras
usaba a Villarejo como fuente directa de las cloacas, para sacar mierda a
espuertas, y Villarejo usaba a Ferreras de megáfono. Fueron unos encuentros tan
íntimos que Villarejo llegó a confesar a Ferreras que era su debilidad, que
estaba totalmente entregado a él, que era un gran seductor y que entendía que
su pareja y él estuviesen tan enamorados.
Después de haberse destapado la
enésima tapa de la alcantarilla y descubrirse que Ferreras dio por buena
información falsa sobre Pablo Iglesias y Podemos, la verdadera noticia no es
que esa información fuese una porquería confeccionada desde las cloacas
estatales y transmitida vía Eduardo Inda. Eso ya lo sabía cualquiera con un
dedo de frente. La verdadera noticia es que Ferreras, Inda, Marhuenda y otro
montón de posperiodistas van a seguir retransmitiendo bulos y paparruchas a los
cuatro vientos, y que Pablo Iglesias tuvo suerte de que sólo le acusaran de
recibir dinero venezolano en vez de acusarlo de violar niños y luego matarlos.
Ferreras ha dicho esta misma mañana que no tiene nada que ocultar y es cierto:
la mierda está a la vista del mundo entero, gorda y hedionda como una plaza de
toros. Según sus explicaciones, desde el primer momento sospechó que se trataba
de una trola, más tarde la trola fue de dominio público, pero varios años
después sigue invitando a Inda a sus tertulias para sentar cátedra de
posperiodismo. Buenas noches, y buena suerte.
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