UCRANIA FASHION WEEK
DAVID BOLLERO
Fragmento de la portada de
Vogue con la llamada
primera dama de Ucrania. -
Vogue
El reportaje publicado esta semana en Vogue en el que Olena Zelenska, esposa del presidente de Ucrania Volodímir Zelenski, posa en diferentes escenarios -en ocasiones junto a su marido- ha sido objeto de polémica. El hecho de que la sesión fotográfica haya corrido a cargo de Annie Leibovitz, la fotógrafa de las grandes estrellas del cine y la música, ha amplificado aún más el ruido generado en torno al reportaje que firma Rachel Donadio, colaborada afincada en París de medios como The Atlantic y antigua corresponsal cultural de The New York Times. La guerra convertida en pasarela con el pretexto de expandir los horrores del conflicto y generar conciencia prêt-à-porter.
La polémica
generada ha venido motivada fundamentalmente por la sesión fotográfica. No es
para menos, puesto que alumbrar una suerte de Ucrania fashion week, con su
correspondiente estilismo, ayudantes de estilismo, maquillaje, peluquería y
producción resulta, cuanto menos, frívolo en mitad de un conflicto bélico que,
como ya apunté hace meses, se ha convertido en el más mediático e irracional.
Es la primera
guerra en la que hemos visto a mandatarios europeos hacer tours y fotografiarse
entre escombros mientras continúan financiando a Rusia con su gas; que llegara
un reportaje como el de Vogue era sólo cuestión de tiempo. Es la guerra
espectáculo en el reino de la imagen con filtros que han traído las redes sociales,
que idealizan tanto como lo hace el texto que firma Donadio. Porque si
polémicos son los posados de Zelenska, diría que aún más lo es el reportaje en
sí, cuya traducción al español es de muy dudosa calidad (si sienten curiosidad
y saben inglés, léanlo en la edición estadounidense).
Más allá de esta
tendencia a abolir que lleva a convertir a las parejas de los mandatarios en
primeras damas (excepcionalmente, primeros caballeros) con designios de asuntos
sociales o culturales, el reportaje de Vogue es una oda al matrimonio Zelenski,
presentándolo al mismo nivel que a una familia humilde del barrio de Obolon de
Kiev. Pueden compartir miedos por su integridad física, por sus hijos, por sus
padres, por el futuro de un país absolutamente desdibujado... pero el punto de
partida es radicalmente distinto; lo es ahora y lo era antes de la guerra. Tal
y como escribe la propia Donadio, antes incluso de que Zelenski fuera
presidente, la familia ya iba a Lisboa a ver un concierto de Adele o viajaba a
Barcelona a pasar un fin de semana... algo al alcance de no muchos ucranianos y
ucranianas.
El lavado de cara
que realiza Vogue es de brocha gorda, llegando a referirse a la Ucrania de la
que habló Zelenska en su discurso ante el Congreso estadounidense como un país
que ya no era el de "oligarcas y cleptócratas de los años
postsoviéticos". Paradójicamente, no cita a personajes oligarcas y
cleptócratas como el amigo de la familia Zelenski y principal mecenas de su
campaña electoral Ihor Kolomoyskyi, huido a Suiza tras ser acusado de haber
vaciado el mayor banco ucraniano, el Privat Bank -del que era supervisor-,
haciéndose con más de 5.500 millones de dólares.
El texto deja
pasajes tan forzados, de una artificialidad tan burda que roza lo cómico:
"no pude evitar pensar que la prenda tenía el mismo tono oxidado que los
tanques rusos quemados que vi en las carreteras de Irpín y Bucha". Rompo
una lanza, empero, por una de las reflexiones que realiza la periodista
-empeñada en brillar tanto como la entrevistada-, cuando apunta que
"resulta extraño hablar del exterminio del pueblo ucraniano y de la moda
de Ucrania en la misma conversación, y sin embargo esa es la disonancia
cognitiva que rige la Ucrania actual". La vida sigue, claro, o por ser más
precisos, trata de abrirse paso aunque no en todos los casos con las mismas
facilidades.
Para ilustrar esa
realidad, "esa esquizofrenia se cumple especialmente en Kiev, donde puedes
tomarte un matcha en un café y conducir después la hora que la separa de Bucha
para ver la fosa común" no hacía falta publicar un reportaje como el de
Vogue... ni siquiera en Vogue. En lugar de posados tan refinados que rozan el
mal gusto, podría haber aprovechado el talento de Leibovitz para ilustrar ese
día a día de Zelenska con la población ucraniana, pero no, ha preferido
convertir el horror en pasarela de un modo tan grosero como si Jill Biden
posara con su último Oscar de la Renta en uno de los colegios en los que se ha
producido una matanza para concienciar sobre el control de armas en EEUU. Este
periodismo no es la enfermedad, es tan solo un síntoma de esa superficialidad
patológica que trata de impregnarlo todo y cuyo antídoto, afortunadamente,
viene de la mano de periodistas como Patricia Simón, Ebbaba Hameida, María
Sahuquillo, Núria Garrido y un largo etcétera de profesionales como la copa de
un pino. Cada uno elige qué vacunas se pone.
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