LA TRAMPA DE ‘AL ROJO VIVO’
Ferreras
impone un sentido de la actualidad a través de preguntas muy calculadas. No te
dirán ‘qué’ debes pensar: te dirán ‘en qué’ tienes que pensar. Y por ese
sumidero se irá tu tiempo de reflexión política, y con él tu sentido del país y
del mundo
MIGUEL ESPIGADO
El presentador Antonio Ferreras interrogando en 2016 a Pablo Iglesias en su programa a propósito de una información falsa.
Muchos –pero muchos– espectadores de La Sexta ya saben desde hace tiempo que Al rojo vivo es un programa manipulador y sensacionalista, que obedece a poderes económicos con intereses antagónicos a los defendidos de la izquierda. Y sin embargo lo siguen viendo. ¿Por qué?
Llevo mucho tiempo haciendo esa pregunta a familiares y amigos que frecuentan esa cadena y ese programa a sabiendas de sus entretelas. Y la mayoría suelen justificarse definiéndose como eso que se llama “espectador a la contra”, es decir: alguien que desconfía de un programa, pero lo sigue porque le entretiene.
Y yo diría que
precisamente le entretiene porque desconfía de él. La paradoja es que ver un
medio que genera cierta desconfianza es más divertido que ver un medio que
genera total confianza.
Ver Al rojo vivo es
un pasatiempo inteligente, en realidad, porque convierte el acto de “informarse
de la actualidad” en un juego de adivinación psicológica. Asimilar información
rigurosa y contrastada es bastante aburrido: se parece mucho a estudiar. Mucho
más lúdico es entregarse a un desafío de interpretación y posicionamiento en
paralelo al que escenifican los tertulianos en el plató. Es como participar
desde casa en un Cluedo en el que han asesinado a la Verdad y hay que descubrir
quién ha sido, cómo lo ha hecho y por qué. Por no hablar de que un grupo de
gente discutiendo apasionadamente alivia mucho más nuestra soledad que una mesa
redonda de mesuradas expertas y expertos.
Entre mi gente yo
tengo a los que ven a Ferreras por personas sagaces, de verdad; gente con un
deseo respetable de participar en la actualidad informativa. Pero en algo
siempre los he considerado equivocados: creen que su escepticismo funciona como
una especie de traje antirradiación que los mantiene a salvo de la manipulación
nivel Chernóbil a que les expone ese programa. Y no es así: siempre acaban contaminados.
El error es creer
que nuestra postura crítica, incluso descreída o cínica, va a funcionar como un
cortafuegos que, una vez detecta una amenaza determinada, la neutraliza para
siempre. Más bien se parece a un guardián somnoliento al que se la cuelan cada
vez que tiene turno de noche. Un mensaje repetido mil veces acabará calando en
nuestras estructuras profundas de comprensión aunque no estemos de acuerdo con
él. Sobre todo cuando nos exponemos a ese mensaje en nuestros momentos de mayor
relajo, que suelen coincidir con el momento en que encendemos la tele.
Los espectadores a
la contra se equivocan mucho cuando creen que tener una opinión propia, como
cualquier otro tertuliano de la mesa, les salva de haber sido manipulados.
Porque en esta sofisticada maquinaria que Ferreras ha demostrado tocar con
virtuosismo de maestro, el mensaje no es una opinión determinada: el mensaje es
la agenda.
Imaginemos a un
padre que le pregunta todos los días a sus hijos qué han hecho mal. Los hijos
pueden opinar lo que quieran y el padre no les contradice, pero a lo largo del
tiempo, el mensaje predominante no serán las diversas respuestas de sus hijos.
Será la pregunta del padre, con todas sus –perversas– connotaciones.
Del mismo modo,
Ferreras impone un sentido de la actualidad, no a través de las respuestas, que
son tan diversas como tertulianos hay en la mesa, sino a través de las
preguntas lanzadas de forma muy calculada. Y dado que dicha agenda se halla
casi siempre sincronizada con la de los medios más poderosos de nuestro país,
hasta el más independiente de los espectadores a la contra acabará cayendo en
la trampa: acabarán creyendo que la conversación de Al rojo vivo es La
Conversación; que los temas que trata son Los Temas.
No, el escepticismo
no te salvará de esta trampa: acabarás abducido por la Conversación, por la
Agenda. Acabarás dando importancia a lo que se la dan ellos. No te dirán qué
debes pensar: te dirán en qué tienes que pensar. Y por ese sumidero se irá tu
tiempo de reflexión política, y con él tu sentido de la actualidad, del país y
del mundo. Pero, eso sí, podrás elegir con qué tertuliano de la mesa estás más
de acuerdo, y así mantener tu ilusión de independencia.
¿Qué podemos hacer
para protegernos? La solución es tan obvia que da miedo: no ver Al rojo vivo.
No introducir en nuestro organismo contenidos tóxicos que, por muy listos que
nos creamos, siempre acaban por malnutrirnos. Asumamos con responsabilidad el
deber de informarnos y crearnos una opinión sobre los problemas que afectan a
nuestra sociedad, sobre el ejercicio de la política de nuestros partidos y
gobernantes. Para ello, tendremos que esforzarnos: tendremos que dirigirnos a
medios serios y rigurosos, tendremos que dedicar esfuerzo a leer, escuchar y
ver trabajos de periodistas y analistas con profesionalidad y código. Aunque no
sean tan divertidos: sobre todo si no son tan divertidos. Puede que no haya
mejor señal de que estás consumiendo buen periodismo que el hecho de que te
suponga cierto esfuerzo, y hasta te aburra a veces. Sí, como leer.
Porque si seguimos
ocupándonos de la política como otro entretenimiento en nuestros ratitos de
asueto frente a las pantallas, y no como un deber, estamos condenados a ser
carne de la parrilla al rojo vivo.
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