MISERABLE PAGO AL ALMIRANTE COLÓN.
Rafael ZAMORA
MÉNDEZ.-**
Los personajes que
han transitado por la extensa Historia de la Humanidad, no han sido
obligatoriamente dioses y, sin embargo, reciben subyugado culto al pie de sus
establecidas estatuas.
Pueblos enteros, le
expresan una equitativa gratitud que en su memoria desean eternizar, fraguando
la misma en duradero mármol, perdurable bronce o inalterable granito.
Ante ellas, pasarán
multitud de futuras generaciones, ofreciéndoles abundantes coronas engalanadas
y fragantes ramilletes de atrayentes flores.
Gloriosos epitafios serán esculpidos para que
los mismos hablen a los venideros siglos de fantásticos hechos que, en el veloz
transcurrir del tiempo, con toda seguridad, ya habrá convertido en legítimas y
veneradas leyendas.
¡Triste
paradoja del voluble Destino:
Hubo uno de estos
específicos seres que, con los pies sangrantes, cubierto de mezquinos harapos,
agotado de recorrer sin descanso alguno un sin fin de escabrosos caminos, en
carne propia, pasando por La Gomera, tuvo que absorber el acerbo desaire de las
más brutales y salvajes decepciones. Era un genio, pero... no un genio
cualquiera, sino el de un gran lobo de mar que nació bajo el bienaventurado
signo de los predestinados.
El oro de sus rubios
y rizados cabellos, le daban un arrebatado aire de encendido trovador. Su
dilatada frente de artista innovador, sagazmente penetrante de azules
porcelanas, diseñaba en marcadas arrugas una rara singladura de anónimos e
inexplorados meridianos. Sus grandes ojos, semejaban a dos proféticos faros,
inflamando pinceladas de retenidas alboradas, misteriosamente ocultas en
algunos que otros ignotos horizontes.
¡Se
llamaba, CRISTÓBAL COLÓN!
En el esplendente
silabario de las estrellas, leyó un desnudar de mares, el disciplinado hijo
genovés del más abnegado curtidor de lanas. Muchas habían sido las noches
pasadas en constantes vigilias, rodeado por la vehemente fiebre de supuestos
mapas y caudalosos piélagos. Ansiaba abrir diferentes vías en las turbulentas
aguas de otros híbridos océanos, en ningún tiempo surcados.
¡Nadie le atendía,
tomándole por un grotesco elemento insólito, algo peor que cualquier demente,
totalmente trastornado y excesivamente parlanchín! Todas las puertas se les
cerraban con punzante estrépito, rompiendo cristales, entre sarcásticas y
burlonas carcajadas que rechinaban en su alma cual un afligido rezongo de
aciago acabamiento.
¿Qué
se podía esperar de un despojado soñador?
Poco consiguió,
acudiendo en son de ayuda y socorro, de la Ceca a la Meca, hacia diversos e
importantes países. Sin más, fue violentamente rechazado, pero...
¡bienaventurado día aquel en que se le ocurrió tender el flotante arco de la
aventura, para dar con la certera flecha de su idea en la mismísima médula del
blanco!
¡Su bien
conquistada diana fue: ESPAÑA! Hasta las sumisas puertas del Convento de la
Rábida, llega acompañado de su joven hijo Diego. Vienen exhaustos: El pequeño,
casi deshidratado, con urgencia, solicita alimentos para sus hambrientas
penurias corporales
El padre, sólo
implora ayuda y apoyo material, para sus perturbadas ambiciones de maniático
navegante.
El piadoso
frailecito, JUAN PÉREZ, queda gratamente impresionado por las prodigiosas
teorías que le expone aquel inédito vidente.
Es confesor de la Reina y, muy bien pudiera
abrirle las puertas para que consiguiera empezar a circular por sendas más
firmes y seguras de las que hasta entonces, arrastradamente, había llevado.
Hasta los mismos
rincones del regio palacio, habían llegado ya los repetidos rumores de algo
audazmente insólito, fabuloso e ilusorio
Isabel
de Castilla, la magnánima, hace llamar a Colón.
Quiere conocerle,
verle de cerca, para poder hablarle, para oír de sus propios labios lo que con
tanta y tanta firmeza, insistentemente, aseguraba. Se encuentran por primera
vez, frente a frente. Parecen viejos conocidos de siempre.
El diálogo fluye espontáneo, sencillo.
La Soberana, le
escucha entusiasmadísima y, por momentos, se siente como transportada
espiritualmente a extrañas regiones de las Mil y una Noche, gracias al hálito
misterioso que de aquel hombre singular, a raudales, se desprende. Existe el
serio inconveniente: Las arcas reales están completamente vacías. Las duras y
continuas luchas sostenidas contra los fanáticos hijos de la Media Luna, las
han mermado considerablemente.
Para todas las
dificultades y sufrimientos de la vida, para todos los contratiempos y
miserias, existen siempre grandes remedios, con tal de que se posea un gran
corazón.
El de la Reina es
magnánimo en grado sumo y, en un noble rasgo de ciega confianza, se desprende
de sus más preciadas joyas, fleta las naves y las pone a disposición del Genio.
En la memorable madrugada de aquel 3 de agosto de 1942, desde el Puerto de
Palos, en Huelva, amparados por una suave brisa y un cielo despejado, las tres
carabelas de ensueños e ilusiones, se hacen a la mar.
¡Ya está, por fin,
el Gran Almirante, rumbo y proa hacia los radiantes senderos de un paraíso,
hasta entonces clandestino entre las intocables manos de las negras sombras! Va
dispuesto a demostrar, con verídicos hechos, lo que todos creían quiméricas
pesadillas tejidas con febriles agujas en la demente tela de su chiflado
cerebro.
La Fe le conduce.
Pasan martirizantes
los días y, rudamente jadeantes, las sempiternas semanas. Entre el centenar de
rudos hombres que lleva consigo, van muchos desalmados ambiciosos. Murmuran de
él. Quieren matarle.¡Esperaban encontrar grandes y fáciles tesoros y... se
enfrentaban con el infranqueable problemas de verse faltos hasta de los más
indispensables alimentos, a merced de un rugiente mar de endiablados zargazos
que les impedían avanzar a placer.
En la noche, clara
y serena, firme, seguro como una roca, en su puesto de mando, permanece Colón.
Está mirando sosegadamente en el manto infinito de la noche, la reservada luz
de su Destino. Y, él, no lo sabía, pero...el SIGNO final, la seráfica ESTRELLA
que guiara todos sus pasos hasta alcanzar la victoria concluyente fue... la
Santísima Virgen.
Al frente de la
“SANTA MARÍA”, Ella quiso que se descubriera la ardiente aurora de un Nuevo
Mundo, precisamente, en el señalado crepúsculo matutino de su gran fiesta en la
madre patria: LA DEL PILAR.
¡AQUEL 12 DE OCTUBRE, el visionario, dejó de permanecer en pie!
Ahora está de
rodillas, besando emocionado la nueva tierra mil veces soñada y, clavando en
sus virginales entrañas, el glorioso Pendón de Castilla. ¡Así, le agradeció con
creces, al único Pueblo del viejo mundo que supo ayudarle y comprenderle!
¡TRISTE PARADOJA
DEL DESTINO: EN EL SIEMPRE RUTILANTE ABECEDARIO DE LAS ESTRELLAS, LEYÓ UN
DESNUDAR DE MARES EL HUMILDE HIJO GENOVÉS DEL MÁS ABNEGADO CURTIDOR DE LANAS ¡
COMO A CRISTO Y A
MUCHOS OTROS,
DE ESPINAS LE
CORONARON.
¡VEINTE MONEDAS DE
MONSTRUOS,
QUE ESCONDIENDO VILES
ROSTROS,
CON CADENAS LE PAGARON!
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