JUNQUERAS COMO EJEMPLO
DAVID BOLLERO
Publicada la
sentencia del juicio a la cúpula del ‘procés’ se puede afirmar si temor a
equivocarse que Junqueras es un ejemplo. Aunque hay otras personas condenadas,
me centraré en su figura por ser quien acarrea penas más duras. Pese a haberse
inclinado el debate dialéctico hacia la sedición en lugar de la rebelión, la
pena de 13 años es tan dura que pareciera que se trata de una mera cuestión de
nomenclatura. En ese sentido, el castigo es ejemplar, pero más interesante es
aún el ejemplo que representa Junqueras, no sólo para el independentismo, sino
para la clase política que pretenda ser honesta y consecuente con sus actos.
Los 13 años prisión
e inhabilitación de Junqueras han de servir de ejemplo para quienes pretendan
cuestionar la unidad de España. Esa debe de ser la lectura de los sectores más
conservadores, si bien es cierto que hubieran preferido penas aún más dura bajo
el título de rebelión. Con ese propósito han estado meses y meses contaminando
el proceso hablando de un «golpe de Estado» que, en realidad, sólo aparece en
sus ensoñaciones y nostalgias.
Sin embargo,
Junqueras ha de considerarse un ejemplo desde una óptica bien distinta que,
incluso, trasciende en independentismo. La figura de este político catalán
representa la honestidad, la integridad y la responsabilidad,
independientemente de que se comparta o no su visión. Junqueras tuvo y tiene un
sueño que en ningún momento ha tratado de imponer, sino que cumpliendo con el
sentimiento democrático que empapa a todo su actuar quiso compartir y consultar
con la ciudadanía.
Aquel movimiento no
fue unidireccional, sino bidireccional, puesto que no son Junqueras y el resto
de cúpula del ‘procés’ quienes generan independentismo, sino quienes tratan de
dar respuesta a esos millones de personas en Catalunya que lo desean. Con todo,
repito, nunca quisieron imponerlo, sino consultarlo.
El delito de
Junqueras es haber actuado frente a la inacción de Mariano Rajoy. Mientras se
gestaba el referéndum, nada hizo Rajoy pese a los intentos de Junqueras. Se
penaliza la acción considerándola sedición y, en cambio, la inacción que es la
máxima expresión de la dejación de funciones de Rajoy sale de rositas. Ni
siquiera se plantea -ni se planteará- juzgar tales no actos de Rajoy, pese a
las consecuencias fatales para el destino del país, del Estado que tanto dicen
defender quienes todavía continúan enseñando sus fauces pese a los 13 años de
cárcel.
Junqueras no huyó a
Waterloo, hizo frente a las acusaciones y participó en un juicio que, todo sea
de dicho, «no ofreció las garantías necesarias para calificarlo como justo»
según los observadores de la FIDH (Federación Internacional de Derechos
Humanos) y EuroMed Rights (Red Euromediterránea de Derechos Humanos). Será
consecuente con sus actos y con la pena impuesta, sin mentiras, sin
retractarse, fiel a unos princios inamovibles e impermeables a tantos cantos de
sirena que se escuchan en política.
Por todo ello es un
ejemplo, especialmente, para quienes más deseos tienen de que se pudra en una
celda cuando, en realidad, quienes ya están podridos aun fuera de prisión son
ellos y su moralidad cambiante, su revanchismo, su odio y su oportunismo
constante. Con Junqueras entre rejas el independentismo no se apaga, más bien
al contrario, crece, se reaviva y no hay artículo 155 capaz de sofocarlo.
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