sábado, 26 de octubre de 2019

LA GUERRA CIVIL EN "NOS DEJARON EL MUERTO", DE VÍCTOR RAMÍREZ


LA GUERRA CIVIL EN "NOS DEJARON EL
 MUERTO", DE VÍCTOR RAMÍREZ
                                POR RICARDO GARCÍA LUIS
Víctor Ramírez nos muestra en su novela -que hasta la fecha cuenta con cuatro ediciones, cada una de ellas enriquecida respecto a su precedente- un gran fresco histórico.


De su contenido quisiera resaltar el trasfondo implícito y señalado -que tanto ha marcado a CANARIAS- de la sangrienta "justicia" fascista llevada a cabo a partir del 18 de Julio de 1936 por la reacción -armada e implacable- contra el pueblo.

En la novela aparece -es una constante casi obsesiva- la Sima (de Jinámar) y la Marfea como lugares rituales de la represión de GRAN CANARIA.

Son varios los personajes de "NOS DEJARON EL MUERTO" cuyas vidas y muertes se encuentran ligadas a ese alevoso golpe militar "salvador de la patria".


Tenemos a don Lucio Falcón (el muerto), de quien se nos informa que "iba a misa y era amigo de don Viviano (el cura) y odiaba feroz a los comunistas rojos".

Su esposa manifiesta, acerca de él, que "se había hecho ruin después de volver a pisar su tierra natal: cuando tuvo que ponerse la camisa azul y los correajes".

Eloisita Peralta (su mujer) da a luz un "un hijito que nació fenómeno de cabezudo -y que moriría al poco de haber nacido. Hubo quienes aseguraban que lo mató fiero don Lucio Falcón: lo había estrellado contra el piso una noche de calentura (...). Que no le ocurrió nada judicial a don Lucio Falcón porque ya era falangista".

Sólo se salva -¿el escritor se apiada o lo hace alguno de sus personajes- cuando muere: "Se me antojaba más humano allí de cadáver bien vestido: con mejor color y sin aquella dureza de odio legal en el rostro".

* * *

Alrededor de don Lucio (el falange) se engranan otras personas, en estrecho contacto todas. Aunque para el tema que estamos abordando nos quedaremos con unos pocos, como Gabriel de la Dolorosa Estupiñán Fabelo -abuelo paterno del narrador-, del que se nos dice: "Lo tiraron por la Marfea los falanges -nadita más comenzar la guerra".

Y el motivo se encuentra en que Gabriel de la Dolorosa "había arrojado al monseñor cura en un estercolero (monseñor cura "que se dedicaba a mandar que la guardia civil diera palizas a los novios de las muchachas que se confesaban con él (...). Al hijo más viejo de un amigo los baldaron a correazos y palos no hacía mucho: aún el quedaban moretones al muchacho -por todo el cuerpo")".

Y se asegura rotundo: "De ahí le vino al abuelo Gabriel de la Dolorosa su sentencia a muerte para cuando la guerra. Porque él jamás estuvo envuelto en cuestiones políticas".

Pero el personaje que más páginas agota -de los estudiados- es Metodio Alcántara el Escondido, que además arrastra a otros muchos en su peripecia personal. De él se afirma:

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"Al principio estuvo huyendo y ocultándose por las cumbres y en compaña de otros desventurados como él: asombraditos, pasando calamidades. Con el paso de los años y en noche lluviosa tupida, acabó entrando en su casa allí en el Portón: donde vivían esperándolo sin esperanza y solitas la madre, Saturninita Josefa, y la única hermana, Guadalupita Leonora (...).

"Mi abuelo Ignacio Perpetuo (...) lo vio entrar todo enchumbado de agua y barbudo desgreñado -con la calva notándosele ya clarita. Traerá el chaquetón y los pantalones harapientos y todo embarrados: sin camisa, descalcito -tiritando de frío y miedo".

Es cuando decide ocultarse "tras un aparador" porque "temía en mucho -hasta el majadero insomnio bastantes veces- a don Lucio Falcón. Porque no podía quitarse de la mente que cualquier noche vendrá la brigada azul de don Lucio en su busca: para botarlo con otros infelices más a la Sima o a la Marfea.

"Y se ponía a imaginar cómo será eso de ir cayendo por aquel agujero hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo: temblando de sudores fríos al pensar que tal vez se tardaba mucho en morir allí, todo negro de oscuridad y todo quebrado uno".

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Para hacerle la vida más grata, su hermana Guadalupita Leonora contanto con "un ventilador (...) que daba mucho aire". El que "compró para los agobios lúgrubes de su hermano Metodio".

Una vez que Metodio Alcántara tiene un fuerte dolor de vientre, desesperada recurre ella a don Viviano Segura, "para su hermanito del alma, el único que le había dejado la maldita guerra de los infiernos".

Hay que resaltar -en un corto inciso- que Saturninita Josefa (madre del Escondido) "bajaba por la mañana y por la tardecita, todos los días, a la iglesia del Desamparo: para rezar a la Virgen de la Soledad, por las ánimas de sus hijitos desaparecidos en la guerra, nunca supo ella por qué desaparecieron".

Se muestra mujer de gran tolerancia porque, muerto don Lucio, "había abandonado el velatorio Saturninita Josefa -la madre de Metodio Alcántara el Escondido.

"Vino ella a acompañar durante un ratito y en contra del enojo que provocara a su hijo: quien con rabia algo comedida le recordó que ese perro había sido uno de los que botaron a tus otros dos hijos cuando la guerra. "Ese perro es uno de los que aún me buscan ¿o no lo sabe usted, madre?".

La visita de don Viviano Segura trajo un grave problema a Metodio Alcántara, pues aquel hizo todo los posible "para que dejara de una vez el escondrijo tras el aparador: y saliese a gozar el sol y la brisa, la playita, los campos, la vida (...). Lo animará sin resultado positivo".

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La negativa se asentaba en que "todos sabían en el barrio (...) del comportamiento de don Viviano Segura cuando la guerra: sus burlas y afrentas y acusaciones y maldiciones -enarbolando con ira de profeta bélico el crucifijo- a muchos que iban a ser fusilados o arrojados por la Sima o la Marfea".

Debido a eso, "ni la seguridad que le garantizaba don Viviano Segura -hombre pétreo del régimen- movería a Metodio Alcántara de su guarida tras el aparador". Y se especifica: "El Escondido aguantaba a don Viviano Segura por miedo a que el cura lo delatara".

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Es el momento adecuado para introducir a un lúcido personaje -zapatero y ateo-, Agapito Medrano, que en relación con una enfermedad que padeció don Viviano el cura, decía: "Ahí lo tienen ustedes pagando lo que hizo cuando la guerra con aquellos infelices que ayudó a botar por la Sima y la Marfea".

Y en otro pasaje de la novela se afirma de él: "Anda borracho desde que murió don Eliseo Rendón Parral". Era éste uno que se había hecho multimillonario con la guerra y los pozos de agua y que destacó sobremanera como falangista de los que mataron tanto.

"No para el baladrón zapatero de brindar por la muerte de don Eliseo" (...) "Verás la alegría que se lleva cuando sepa lo del cerdo don Lucio, verás".

Y termina, con sus propias palabras, manifestando una convicción profunda: "Para nuestro regocijo nos queda alegrarnos y brindar por la desaparición de los hijos de puta".

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Volviendo al Escondido, comienzan las presiones para que salga a la luz; las más insistentes, de su hermana Guadalupita Leonora: "La guerra terminó ya, Metodillo, mi niño" (...)

"Nadie te va a dañar, hombre. Sal de casa un ratito y coge una poca de sol. Si semejas un purito difunto, de lo chupado y descolorido que estás" (...).

"No pegará ojo en toda aquella noche Metodio Alcántara: acurrucado tras el aparador y sudando hielo el pobrecito".

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A pesar de estos consejos e insistencias: "Ya no se le buscaba. Eso era al menos lo que parecía. Que saliera a la calle: podía salir sin miendo. Nada le iba a pasar ni le harían daño -ningún daño ya".

"Pero insistirá Metodio Alcántara en seguir oculto pues le resultaba imposible creer que los mismos que habían botado a su hermanos y tantos amigos en la Sima lo dejarían vivo a él. No podrá creerlo: no le cabría en la cabeza por más que lo intentare. Y se acurrucaba encogidito más aún, allí -tras el armario, como un feto".

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La redención de Metodio empieza cuando don Lucio Falcón comienza a dar síntomas de querer abandonar este mundo. Y se recurre, para que lo lleve al hospital, al ventero Ferminito Ñeca, quien "de entrada se negó iracundo cuando supo que el enfermo del ataque repentino grave era don Lucio Falcón".

"Y tenía sus poderosas razones: "Ferminito Ñeca había tenido un hermano y dos primos que fueron arrojados a la Sima cuando la guerra.

"Unos pobrecillos infelices que únicamente se ocupaban en trabajar más horas de las que tiene el día y como burritos". Y comenta colérico: "mejor reventara el asesino ese".

Y para que quede clara su postura: "Esa tarde Ferminito Ñeca no abrirá la puerta al púbico (...). Esa tarde de sábado el tendero celebraba fehaciente la muerte de don Lucio Falcón. (...) se pasearía por el barrio para que la gente supiera de su contento insoportable y de su rencor meridiano para con don Lucio Falcón".

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La muerte de don Lucio anima a Metodio Alcántara a dar signos de vida: "La primera vez que presencié en persona a Metodio Alcántara el Escondido me asombraría con sobresalto: (...). Parecerá él más muerto que don Lucio Falcón cadáver de veras. Antes nunca había yo visto a Metodio Alcántara el Escondido.

"Y sabía de él según lo que únicamente oí. Casi no sabía caminar Metodio Alcántara el Escondido con sus flacos pies desnudos y amarillosos en las babuchas negras: como si temiera el pobrecillo pisar huevos o hacer ruido sobre vidrios rotos equilibrándose de brazos algo abiertos.

"Descolorido completamente, casi calvo total por la parte alta, salía del portón pareciendo un conejillo encogido -y con lo largo de talle que era-, deslumbrado".

Metodio se venga de don Lucio Falcón -ya muerto- de forma asaz escatológica: "Venía preparado con la intención planeada; se bajó los pantalones del pijama amarillo naranja -no llevaba calzoncillos-. Y soltó una cagada tremenda, una cagada de ocasión ansiada, de vientre flojo en el rostro de don Lucio Falcón cadáver: una cagada de vientre mal alimentado -casi diarrea y muy apestosa a perro podrido".

Y es la propia esposa de don Lucio Falcón -unida sentimentalmente, tras la muerte de su odiado marido, al Escondido- quien nos indica: "Era la primera vez que salía(s) de la habitación después de muchísimos años, más de diez años por lo mínimo".

Y a continuación manifiesta su inquina: "La segunda vez sería para cagarle en la boca al sabandija de don Lucio Falcón aquella misma noche del cuerpo presente sin nadie que lo velase".

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Hemos tocado estos personajes porque todos están íntimamente ligados a unos hechos históricos acaecidos en las Islas Canarias al amparo de la denominada "cruzada nacional" y que el autor ha sabido insertar en su novela con gran maestría. Cosa que le debemos agradecer.

Sobre todo ahora que surge la consigna -desde altas instancias, interesadas- del olvido. Pero ¿cómo olvidar?. ¿Cómo olvidar que aún, hoy día, hay escondidos que no quieren salir de sus agujeros?. ¿Cómo olvidar tantas muertes injustas y crueles, cómo?. ¿Cómo olvidar a tantos desaparecidos? ¿Cómo?".

Lo más ser como Saturninita Josefa, que perdona (pero no olvida) a los que la han sumido en la desesperación de perder dos hijos en la Sima y que vive con la incertidumbre de que cualquier noche saquen a Metodio de detrás del aparador.

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El escritor ha trazado un mundo donde cada personaje actúa como es, auténtico, sin falsedad ni interesado sentimentalismo: ahí están Agapito Medrano y Ferminito Ñeca celebrando -con suma alegría y sin recato alguno- la muerte de los verdugos.

Y es que en la vida hay de todo. La habilidad se encuentra en saber mostrarla en todas sus fascetas. Cosa que consigue, a plena satisfacción, Víctor Ramírez en "NOS DEJARON EL MUERTO".


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