"EL ARRORRÓ DEL CABRERO",
DE
VÍCTOR RAMÍREZ:
POR ISAAC DE VEGA
Nuevamente con nosotros una obra de Víctor Ramírez,
EL ARRORRÓ DEL CABRERO, una más entre las tantas que nos ha dado movido por ESE
AFÁN, POR ESA FUERZA QUE A ALGUNOS EMPUJA INEXORABLEMENTE POR LOS A veces
difíciles caminos de la Literatura, caminos que a tantos ha llamado pero que,
también, no les ha llevado a destino satisfactorio.
El fracaso literario puede acompañar a la más alta
vocación. Ésta es una tragedia que queda lejos, afortunadamente, a Víctor
Ramírez, quien, desde sus primeros vuelos, ya mostró una gran capacidad de
dominio del idioma, de sus convenientes sintaxis, de las adecuadas palabras.
Acaso todo ello por su gran compenetración con los
personajes que maneja, que tan íntegramente conoce, que de forma tan
penetradora posee. Son gentes populares que constituyen esa gran masa en
apariencia anodina, sin importancia, pero que lleva en sí unos sentimientos
que, al fin, son los únicos ciertos y constantes entre nuestro pueblo y que se
repiten de generación en generación a través de los muchos años, siempre ahí
resonando, dejándose sentir y comprender por todos nosotros.
Un pueblo que, como seguramente todos los pueblos,
se limita a sí mismo. Que tiene un círculo muy propio dentro del cual se
desarrolla, se siente vivir con un propio calor, y que le salvaguarda de
extrañas influencias que de nada le servirían, si no es llevar a una indeseada
confusión y a la pérdida de su verdadera conciencia, esa conciencia que le hace
sentirse y desarrollarse en los ámbitos de un conocido y deseado hogar.
Todo lo demás es noticia que puede alterarle unos
tiempos pero que luego desaparece y queda la paz propia de su hogar.
* * *
Ya sabemos lo resobado que está que cada cual
depende mucho del contorno que le rodeó, que influye de modo notable en sus
costumbres y pensamientos. Un contorno no únicamente físico de montañas y
barrancos, sino también el que forman los hombres que nos rodearon, ciertos
árboles, ciertas plantas, algunos casas. Y hasta los vientos que soplan
continuos durante meses, el color del mar que nos limita.
Todo ello tiene un influjo capital sobre nosotros,
que perturba o altera, o desvía un tanto, la educación y directrices que nos
quisieran imponer. Lo que es nuestra tierra y nuestro ambiente se infiltra
profundo, marca con fuerza y para siempre.
Como dijimos, Víctor Ramírez ha sido un escritor en
el que resuenan constantemente esas piedras y esas gentes. Acaso la visión que
él tenga no será idéntica a la de los demás.
Algún filósofo ha dicho que el saber mirar con
exactitud lo externo, el fenómeno que tenemos ante nosotros, nos transforma,
transforma nuestra mente y la capacita para penetrar en algunos misterios que
comúnmente quedan ocultos, que no se llega fácilmente a ellos.
Esa ampliación del espíritu, pudiéramos decir, da
una mayor potencia a la capacidad de conocer esos fenómenos externos y se
llegue a ellos mediante una nueva y más exacta transformación.
Ya ellos no poseen, no desprenden, la misma
significación para todos; unos son capaces de una entrañable penetración y
otros quedarían en lo agradable, nuevo o pintoresco.
*
De estos libros de Víctor Ramírez podría extraerse
una filosofía completa, una información básica de los pueblos que se reparten
por esos lugares, a veces perdidos y otras incluidos casi en el corazón de las
ya más impersonales ciudades.
Que no lo son tanto, también tienen su fuerte
personalidad a pesar del forzado cosmopolitismo a que conduce esta vida moderna
y su forma de desarrollarse, una fuerza que tiende a nivelar, a hacer comunes
muchas cosas y a hacer desaparecer otras tantas, dándonos una vida casi banal
que en ocasiones se hunde en una universal indiferenciada chabacanería.
O son aires que pasan, corrientes del momento que
desaparecen y dejan su lugar a esas fuertes formas propias a quienes son
inútilmente se procuró destruir.
Aquí, Víctor Ramírez, se nos aparece como su mejor
conservador, mejor que otros muchos que nos atosigan con desconocidos
lenguajes, con machacados sucesos, con inventadas verdades.
Víctor nos da lo que en verdad existe por todas esas
partes, nos hace sentir las atmósferas peculiares de los grupos y de las
personas, los sentimientos y sus formas de manejarlos, de esos personajes tan
reales que transcurren por sus obras.
Personajes que ya todos nosotros hemos oído y visto
y que de inmediato reconocemos, claramente, en sus páginas tan lejanas de
cualquiera artificiosidad o de presión adaptativa a la forma de ser y de hablar
de nuestro pueblo. Y en esta obra que ahora presentamos, Víctor Ramírez no
sigue llevando por esos sus mundos, que a todos pertenecen.
*
En EL ARRORRÓ DEL CABRERO, en que sigue la línea que
muestra en SIETESITIOS QUEDA LEJOS, crea unos aparentes extraños personajes y
les infunde natural vida. A pesar de sus poco comunes características no son
artificiosos ni forzados sino que se nos presentan con una fácil realidad. Ello
significa un esfuerzo y una capacidad grandes.
Es un buen arte mantener el equilibrio de esos
personajes, conservarlos sin que degeneren en payasos o marionetas. Nunca dejan
de poseer una realidad fuertemente acusada.
Víctor, como siempre, se vierte generoso en sus
personajes, comunica un tremendo calor humano, baña a todo su contorno con los
amplios latidos su corazón, y al mismo lector le hace sucumbir con ellos. Esas
gentes, tan gentes nuestras, a pesar de los personajes que encarnan, que las
estamos viendo y hasta oímos el acento peculiar de sus palabras, el mover sus
brazos, los gestos de su cara, la variable mirada de sus ojos.
Ese mundo tan propio que ha sabido crear a partir de
esa realidad que ha sido una constante a través de los años y esos hombres y
mujeres portadores de nombres tan bien escogidos, tan propios y hasta
musicales, esos nombres dobles que ya se han hecho tan comunes en sus últimas
obras, de gentes buenas aunque a veces parezca que asome en ellos algún
recóndito geniecillo malévolo.
Y el aire que nos rodea, las nubes blancas que
discurren por lo alto; y el mar, siempre algo más lejos, resonando con su
incansable música de fondo.
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