LOS TITANES DEL CAPITALISMO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Lo diga quien lo
diga, en este país se puede elegir. Basta con remitirse a las pruebas. Decíamos
ayer, o hace unos días, que la cuarta parte de la población estaba en riesgo de
exclusión social y que 2,5 millones de personas vivían en la pobreza severa, un
barrio gigantesco con vistas a los comedores sociales y tan caluroso y bien
aislado que nadie enciende la calefacción en invierno. Pues bien, como en la
variedad está el gusto, acabamos de saber que fabricamos ricos como morcillas
de Burgos, hasta el punto de que en la última década se ha quintuplicado el
número de millonarios, según el informe de uno de esos bancos suizos que en
materia de opulentos son autoridades mundiales.
Los datos revelan
que conjugamos talentos especiales a ambos extremos de la cadena alimenticia,
del mendrugo del pan al caviar a cucharadas, y se evidencia lo obvio: para que
muchos vivan debajo de un puente tiene que haber otros que los construyan y
paguen comisiones a los concejales de Urbanismo. Estamos ante la prueba
definitiva de que España es un país plural por mucho que algunos se empeñen en
mantener lo contrario.
Al parecer, en 2010
sólo a 172.000 de nuestros compatriotas les había castigado Dios con dinero en
distintos grados. Estábamos ya en la gran crisis, ese período en el que el PIB
se puso a cavar un agujero para comprobar que, efectivamente, éramos las
antípodas de Nueva Zelanda. Muchos se apuntaron a la pobreza que, como otros
informes han demostrado, aumenta la esperanza de vida. Así, los que estaban
gordos adelgazaron y rebajaron el colesterol; los que comían hamburguesas fuera
empezaron a darle al cocido en casa, que es más sano; y los estresados por el
trabajo se relajaron como por ensalmo. Disminuyeron los accidentes de tráfico
porque sin poder pagar la gasolina nadie conduce y ello debió de repercutir en
los índices de contaminación y en un aire más saludable. ¿Quién no quiere vivir
mejor?
Otros, en cambio,
arrostraron los peligros de forrarse, que es malísimo para el riñón. Diez años
después, los millonarios son ya 979.000 y, si las previsiones del Credit Suisse
se confirman, seguirán aumentando hasta los 1,4 millones en 2024. Dinero llama
a dinero, aunque lo haga en voz baja para no dar notorios a sordos. De ellos,
cerca de 900.000 tienen una modesta riqueza de entre uno y cinco millones de
dólares; 52.500 de entre cinco y 10 millones; unos 25.000 de entre 10 y 50;
casi 1.500 cuentan con entre 50 y 100; 685 exhiben un patrimonio de entre 100 y
500 millones; finalmente, hay 61 españoles que superan este último umbral. Son
los titanes del capitalismo patrio, nuestros ‘amancios’, si se permite la
definición colectiva en honor a nuestro gran benefactor del prêt-à-porter.
Habrá quien piense
que este milagro de los panes y los ricos no debe de ser exclusivo de España, y
es verdad. Pero es que mientras a nivel mundial la cifra de millonarios se
multiplicaba por tres en este mismo período, aquí se hacía por cinco y algo
más, en abierta demostración de que tenemos una enorme habilidad para amasar
fortunas o, cuando menos, para acumular un patrimonio algo más que apañadito.
En el ranking que los suizos adjuntan en su memorando somos el octavo país en
el que más crecieron los millonarios, y eso –y nunca mejor dicho- hay que
ponerlo en valor.
Se entiende que los
distintos Gobiernos hayan evitado hasta ahora poner palos en las ruedas a estos
emprendedores en su titánico esfuerzo por reventar huchas de barro y que para
facilitar su tarea hayan sido eximidos en gran medida de apoquinar la factura
de la crisis. Si han de llorar, que sea por amor o por pelar cebollas, pero no
por la declaración de la renta, que es más prosaica que Azorín. ¿Que hay muchos
pobres que aun trabajando no llegan a final de mes? Pues que se hagan
millonarios que todavía están a tiempo.
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