ECUADOR: UN PUEBLO EN PIE FRENTE A LA OFENSIVA NEOLIBERAL
ADORACIÓN GUAMÁN
Miércoles 9 de
octubre de 2019: salimos de casa a las 10 de la mañana en un clima muy tenso
camino de la gran manifestación convocada por diversas organizaciones sociales
en el centro de Quito. La ciudad, y prácticamente el país entero, lleva siete
días paralizada entre protestas populares y represión policial y militar. La
escalada de violencia está siendo permanentemente azuzada por un Gobierno
decidido a no dar marcha atrás ni en las medidas que provocaron la movilización
ni en el uso de la fuerza contra la población.
En estos siete días
de protesta los acontecimientos se han sucedido rápidamente. Mientras las
manifestaciones se mantenían desde el pasado jueves en la capital y en otras
ciudades, impulsadas por diversos colectivos, y muy en particular por
estudiantes, a lo largo del fin de semana las comunidades indígenas comenzaron
a movilizarse contra el paquetazo y a avanzar hacia Quito. El lunes día 7
empezaron a entrar en la capital, donde los movimientos sociales habían
organizado 13 centros de acopio de alimentos para recibir a los más de 20.000
indígenas que poco a poco iban llegando a una ciudad prácticamente paralizada.
Mientras, en el resto del país la protesta se extendía: 98 vías cerradas, 9
provincias sin servicio de transporte, las Gobernaciones de Bolívar y Morona
Santiago tomadas por el movimiento indígena, cierre de mercados y
desabastecimiento en muchos lugares.
EL PROTAGONISMO DEL
MOVIMIENTO INDÍGENA SE REFLEJA EN LA EXTENSIÓN DE LA MOVILIZACIÓN A TERRITORIOS
FUNDAMENTALES PARA EL PAÍS COMO SON LAS SEIS PROVINCIAS AMAZÓNICAS DONDE ESTÁN
LAS INSTALACIONES PETROLERAS
La respuesta del
Gobierno ante la expansión de la protesta y el levantamiento popular se mantuvo
en la línea de la militarización del país. La imagen de las tanquetas militares
entrando en el centro de la capital evidenciaba una dinámica de represión
violenta en ascenso, amparada en el estado de excepción declarado desde el
mismo momento del inicio de las manifestaciones. El lunes 7 de octubre se hizo
público un primer informe elaborado por diversas organizaciones de derechos
humanos donde se daba un primer balance de heridos y detenidos, que solo hasta
ese día y en el conjunto del país ascendía a 500 personas. Muchas de ellas,
según este informe, habían denunciado al ser liberadas malos tratos, golpes y
amenazas en dependencias policiales, así como incomunicación y vulneración de
sus derechos fundamentales.
En paralelo a la
estrategia de represión, dirigida por el anciano ministro de Defensa (nueva
cara visible del gabinete), Oswaldo Jarrín, y por la ministra del Interior,
María Paula Romo, el Gobierno adoptó una estrategia de repliegue institucional,
manteniendo la negación radical de la posibilidad de una retirada de las
medidas adoptadas, así como la criminalización de la protesta. La bunkerización
del Gobierno comenzó el lunes 7 con la evacuación del Palacio Presidencial y de
la Asamblea Nacional, y poco después el presidente decidió trasladar el
Gobierno a la ciudad de Guayaquil, bastión de las élites económicas.
En paralelo, la
Corte Constitucional, en una decisión más que cuestionable desde el punto de
vista jurídico, afirmó la constitucionalidad del decreto de Estado de
excepción, visibilizando el cerrojo institucional alrededor del Gobierno. La
imagen del día fue la comparecencia en medios del presidente, Lenín Moreno,
flanqueado por el ministro de Defensa, el vicepresidente y el Comando Conjunto
de las Fuerzas Armadas. La nueva estrella del Gobierno, el ministro de Defensa,
ya había avisado de que el ejército del Ecuador estaba preparado para defender
su “honor” frente al pueblo ecuatoriano, en un discurso propio de los años
setenta, que trajo a la memoria imágenes trágicas de momentos no democráticos.
Marchas indígenas
La tensión fue
ascendiendo a medida que las marchas indígenas entraban en Quito. El martes 8
por la mañana, el edificio vacío de la Asamblea Nacional era ocupado por los
manifestantes. Las detenciones se sucedieron y se produjeron 83 casos de
retención policial irregular, con malos tratos y violencia generalizada. Horas
después, el Gobierno decretó el toque de queda en todo el país, que prohíbe
circular entre las ocho de la tarde y las cinco de la mañana en áreas cercanas
a edificios estratégicos y en otros lugares que defina el Comando Conjunto de las
Fuerzas Armadas.
A lo largo del día
se iba conociendo el balance de esta sexta jornada de movilización: dos
muertos; represión contra niños, mujeres y ancianos en centros de acopio de
alimentos, ubicados en distintos puntos de la ciudad de Quito para apoyar al
movimiento indígena; allanamiento y cierre de radios no oficialistas;
detenciones arbitrarias de periodistas y cargos públicos, amenazas explícitas a
políticos de la oposición…
Mientras todo esto
ocurría, las cadenas nacionales (públicas y privadas) repetían incesantemente
el mantra gubernamental, basado en un doble mensaje: las medidas antisociales
son necesarias y los manifestantes son golpistas violentos. En este sentido, la
estrategia de criminalización empezó a alimentarse con la vieja táctica de
señalar a un culpable, en esta ocasión, y como viene siendo habitual, el
expresidente Rafael Correa. Los portavoces del Gobierno difundieron una versión
de los hechos según la cual las manifestaciones habían sido orquestadas por el
expresidente, en coalición con Maduro y desde Venezuela. Esta teoría de la
conspiración ha sido en cierta medida adoptada por la Organización de Estados
Americanos, que emitió una nota avisando contra “cualquier interrupción del
gobierno de Moreno” y sin una sola crítica a la actuación represiva de este. En
cambio, otras organizaciones e instituciones internacionales (el Grupo de
Puebla, relatores de Naciones Unidas, Clacso y la propia Comisión
Interamericana de Derechos Humanos) han expresado su preocupación y han
exhortado al Gobierno a interrumpir de inmediato la dinámica represora y a
respetar los derechos humanos.
La voluntad de
criminalizar al correísmo responsabilizándolo de la organización de las
protestas, no se sostiene. Aun cuando el apoyo y la participación del brazo
político de Correa en la movilización social es evidente, el protagonismo
indudable del levantamiento lo tiene el movimiento indígena y un amplio
conjunto de organizaciones sociales, estudiantes, feministas y personas
hastiadas de dos años de medidas antisociales y empobrecedoras.
El protagonismo del
movimiento indígena se refleja en la extensión de la movilización a territorios
fundamentales para el país como son las seis provincias amazónicas donde están
las instalaciones petroleras. Con este poderoso movimiento, la CONAIE está
difundiendo de manera continuada un mensaje claro: “De acá no nos vamos hasta
que el FMI no se vaya”, que coincide con el mensaje de los distintos colectivos
sociales que iniciaron las protestas en Quito. Además del rotundo no al FMI, el
movimiento indígena ha pedido condiciones para cesar la movilización, como la
retirada de las medidas antisociales, la derogación del decreto del estado de
excepción y el toque de queda y la inmediata destitución de los dos ministros
que han encabezado la represión, María Paula Romo desde Interior y Oswaldo
Jarrín desde Defensa.
En este escenario,
desde el martes 6 por la tarde se suceden las reuniones entre el Gobierno y
diversos líderes indígenas y sindicales para intentar pactar una salida. Estos
encuentros están siendo auspiciados por “mediadores” como la misión de Naciones
Unidas en Ecuador y la Conferencia Episcopal. En estos momentos siguen las
negociaciones, pero no cesa la movilización. Todo puede suceder en las próximas
24 horas. El pueblo de Ecuador está en pie por sus derechos.
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