sábado, 12 de octubre de 2019

EL PLAN PERFECTO


EL PLAN PERFECTO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Siempre agrada que los planes salgan bien y el de Pedro Sánchez tenía pinta de ser infalible. Bastaba con provocar la repetición de elecciones y dejar que los acontecimientos siguieran su curso para que se multiplicaran los panes y los peces  y se conjurara para siempre el riesgo de insomnio. El objetivo último era poder elegir a izquierda o derecha quién debía ser el compañero de viaje, de manera que el afortunado no tuviera más remedio que aceptar el precio del billete o quedarse en tierra en medio de la nada echando pestes por la boca. Serían lentejas.



Todas las incógnitas de la ecuación han debido tenerse en cuenta así como la manera de despejarlas, en un delicado trabajo de orfebrería política. Para hacer frente a la sentencia a los líderes del procés y la previsible reacción popular en Cataluña, Sánchez tendrá que ser muy español pero no mucho español, de manera que la mezcla de firmeza y mano tendida convenza a los escépticos de que con el PSOE la unidad de la patria no está en peligro pero sin espantar a los catalanes no independentistas. Para lidiar con el previsible enfriamiento de la economía, anuncios como la subida de pensiones con arreglo al IPC, promesas de que esta vez las cargas de la desaceleración no se cebarán con los más débiles y pago de esos anticipos a cuenta a las comunidades autónomas que antes eran imposibles con un Gobierno en funciones y ahora ya no lo son. Para combatir la abstención y el hartazgo, apariciones constantes del presidente en funciones en mítines y entrevistas presentándose como la única alternativa viable y exigiendo el fin del bloqueo para afrontar desafíos como el Brexit. Y, finalmente, Franco, ese comodín de la momia a la que no sólo se le exhumará sino que participará en la campaña electoral como muestra de que la democracia salda su deuda de más de cuarenta años «con la dignidad, la memoria, la reparación y la Justicia».

Se trata en definitiva de demostrar de que Sánchez, como se decía aquí hace unos días, no sólo es capaz de ser alternativamente españolista, federalista, de izquierdas, de centro, además de un estadista como la copa de un pino, sino todas esas cosas a la vez en plan misterio de la Santísima Trinidad elevado a la enésima potencia. ¿Qué puede salir mal? Pues demasiadas cosas.

De entrada, nadie sabe a ciencia cierta qué puede ocurrir en Cataluña tras la sentencia, de la que ya se ha filtrado que no contempla una condena por rebelión a los encausados aunque, posiblemente, sí penas por sedición que podrían llegar a los 12 años de cárcel. Se ignoran también sus repercusiones, en medio de las llamadas del independentismo a la desobediencia civil o a la huelga de país. Lo que sí es seguro es que una hipotética aplicación del artículo 155 por parte del Gobierno en funciones o, incluso, de la ley de Seguridad Nacional sería bastante para que la izquierda, por muy debilitada que se encuentre, se tiente la ropa antes de apoyar a Sánchez en un nuevo intento de investidura.

Quedaría el plan B, esto es, buscar el abrazo de Rivera, que ha empezado a bracear como un loco ante el evidente riesgo de ahogamiento y al que, abiertamente, ya se le pregunta por su dimisión. Para ello tendría que darse la circunstancia de que el naranja no destiñera en las urnas hasta quedar desvaído, tal y como predicen las últimas encuestas. Si se confirmara el hundimiento de Ciudadanos y el estancamiento, cuando no el descenso, del propio PSOE, estaríamos ante la receta perfecta de hacer panes con hostias.

Contando con que los socialistas conservarán su papel de primera fuerza, lo que por el momento no se pone en cuestión, se llegaría a un escenario diabólico para Sánchez, sin poder sumar ni a izquierda ni a derecha y con un PP fortalecido tras recoger los restos del naufragio de Rivera frente al que se tendría que postrar de hinojos para suplicar su abstención y evitar el ridículo de otras elecciones. Nada está escrito aún pero ya pueden extraerse dos moralejas: la primera es que los planes perfectos no existen; y la segunda que, en cuestión de asesores, no es bueno fiarse de un vendedor de crecepelo que se hace un injerto capilar.

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