jueves, 17 de octubre de 2019

PERDER


PERDER
ANTONI PUIGVERD,
Toni Batllori
La sentencia es bastante más dura de lo que los moderados catalanes esperábamos. Estos 100 años de condena global a los líderes independentistas pesan como un muerto. Conocíamos los rumores de una condena por sedición, pero confiábamos en el sentido de Estado de los jueces. De la misma sentencia se desprende que el Gobierno de España no necesitó “especiales esfuerzos” para controlar la situación y que los ideales que perseguían los independentistas eran “meras quimeras”. Puesto que así fueron los hechos, era esperable una sentencia por el intento de hacer algo, no por la consumación de la cosa en sí.


Una vez más, los moderados nos quedamos sin margen. Confiábamos también en el sentido común. Parecía que al menos una parte de las élites españolas creían en la necesidad de encontrar una válvula de escape que liberara la presión y diera credibilidad a las llamadas al diálogo que los moderados catalanes siempre hacemos. Pero estas élites sociales, culturales o políticas, una vez más, han callado. Quizás no desean deshacer el nudo. Quizás la tensión sea el ADN de España. Quizás España para sentirse viva necesita siempre un enemigo interior. Sea como fuere, en los últimos años ha imperado un clima de linchamiento. “¡A por ellos!”. No digo que la sentencia obedezca a este clima. Pero, a pesar de que están encantados de su poder independiente, los jueces también son humanos.
No quiero hablar de la tristeza o abatimiento que a muchos nos embarga. Sería ridículo hablar de nuestra tristeza cuando unos amigos o conocidos, habiendo cometido seguramente graves errores políticos y habiendo desobedecido de manera clara, reciben, no un castigo proporcional a sus errores, sino una condena análoga a la de un asesino. Ahora, mientras los líderes españoles compiten en sadismo exigiendo a los condenados lo que no se exigió ni a Tejero, el independentismo pasa un duelo que yo deseo que no acabe tan mal como los acontecimientos que hemos vivido hasta ahora.
Los moderados siempre perdemos. En eso tienen razón los que nos satirizan desde las dos trincheras. Unos querrían que aceptáramos, como único posible, el modelo jacobino de democracia; y los otros se burlan de nosotros porque, pobres ingenuos (o pérfidos interesados), todavía no queremos reconocer que la única salida es la independencia. Los moderados perdimos cuando Pujol abusó de nuestro patriotismo de herencia antifranquista para aprobar leyes de consenso que se aplicaron con mentalidad nacionalista. Los moderados perdimos con Maragall cuando él escribía en El País “¡Madrid se va!” y lo consideraban un chiflado. Los moderados perdimos con Montilla, cuando habló en Madrid de desafección, y nadie quiso escucharle. Perdimos con la sentencia del Estatut, que esperábamos contemporizadora (sabíamos que se produciría un desbordamiento en Catalunya). Hemos vuelto a perder ahora.
Quizás deberíamos callar. Me pregunto si es honesto continuar defendiendo el entendimiento y el diálogo, si nadie los practica. ¿Es honrado defender un patriotismo inclusivo, cuando, aquí y allá, ya sólo importa la ley del más fuerte?

Antoni Puigverd, La Vanguardia, 16/10/2019


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