PERDER
ANTONI
PUIGVERD,
Toni
Batllori
La
sentencia es bastante más dura de lo que los moderados catalanes esperábamos.
Estos 100 años de condena global a los líderes independentistas pesan como un
muerto. Conocíamos los rumores de una condena por sedición, pero confiábamos en
el sentido de Estado de los jueces. De la misma sentencia se desprende que el
Gobierno de España no necesitó “especiales esfuerzos” para controlar la
situación y que los ideales que perseguían los independentistas eran “meras
quimeras”. Puesto que así fueron los hechos, era esperable una sentencia por el
intento de hacer algo, no por la consumación de la cosa en sí.
Una
vez más, los moderados nos quedamos sin margen. Confiábamos también en el
sentido común. Parecía que al menos una parte de las élites españolas creían en
la necesidad de encontrar una válvula de escape que liberara la presión y diera
credibilidad a las llamadas al diálogo que los moderados catalanes siempre
hacemos. Pero estas élites sociales, culturales o políticas, una vez más, han
callado. Quizás no desean deshacer el nudo. Quizás la tensión sea el ADN de
España. Quizás España para sentirse viva necesita siempre un enemigo interior.
Sea como fuere, en los últimos años ha imperado un clima de linchamiento. “¡A
por ellos!”. No digo que la sentencia obedezca a este clima. Pero, a pesar de
que están encantados de su poder independiente, los jueces también son humanos.
No
quiero hablar de la tristeza o abatimiento que a muchos nos embarga. Sería
ridículo hablar de nuestra tristeza cuando unos amigos o conocidos, habiendo
cometido seguramente graves errores políticos y habiendo desobedecido de manera
clara, reciben, no un castigo proporcional a sus errores, sino una condena
análoga a la de un asesino. Ahora, mientras los líderes españoles compiten en
sadismo exigiendo a los condenados lo que no se exigió ni a Tejero, el
independentismo pasa un duelo que yo deseo que no acabe tan mal como los
acontecimientos que hemos vivido hasta ahora.
Los
moderados siempre perdemos. En eso tienen razón los que nos satirizan desde las
dos trincheras. Unos querrían que aceptáramos, como único posible, el modelo
jacobino de democracia; y los otros se burlan de nosotros porque, pobres
ingenuos (o pérfidos interesados), todavía no queremos reconocer que la única
salida es la independencia. Los moderados perdimos cuando Pujol abusó de
nuestro patriotismo de herencia antifranquista para aprobar leyes de consenso
que se aplicaron con mentalidad nacionalista. Los moderados perdimos con
Maragall cuando él escribía en El País “¡Madrid
se va!” y lo consideraban un chiflado. Los moderados perdimos con Montilla,
cuando habló en Madrid de desafección, y nadie quiso escucharle. Perdimos con
la sentencia del Estatut, que esperábamos contemporizadora (sabíamos que se produciría
un desbordamiento en Catalunya). Hemos vuelto a perder ahora.
Quizás
deberíamos callar. Me pregunto si es honesto continuar defendiendo el
entendimiento y el diálogo, si nadie los practica. ¿Es honrado defender un
patriotismo inclusivo, cuando, aquí y allá, ya sólo importa la ley del más
fuerte?
Antoni Puigverd, La
Vanguardia, 16/10/2019
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