“NO TE PREOCUPES, YA ME
PAGARÁS A TU MANERA”
NEREA BALINOT
En el mundo hay más
de treinta millones de niños y niñas migrando. Los que lo hacen solos, sin
referentes familiares ni redes de apoyo, son los más vulnerables. Especialmente
las niñas, cuyo proyecto migratorio está marcado por la invisibilidad y, en
muchas ocasiones, la violencia sexual.
En 2018, ellas
fueron el 7% de los menores extranjeros no acompañados en nuestro país: 971
niñas migrantes, según datos oficiales de la Fiscalía. Pero las cifras, alertan
desde Save The Children, no son fiables. Migran menos que sus compañeros, sí;
pero también son más invisibles. Que no sean detectadas no significa que no
existan.
Lo poco que sabemos
es precisamente esto, que se encuentran en una “situación de invisibilidad”,
insiste Jennifer Zuppiroli, experta en migraciones de la organización. O no son
identificadas, o desaparecen sin dejar rastro. A veces, el problema es la forma
en que llegan: ocultas en un coche, fingiendo ser hijas de alguien o a través
de aeropuertos, con pasaportes falsos. También hay fallos humanos en la
frontera: un descuido en el proceso de identificación basta para que una menor pase desapercibida. Pero hay
peligros mayores. Auténticos agujeros negros que eliminan a las niñas de cualquier
estadística: las redes de trata.
El origen: ¿por qué
migran menos?
Entre las causas,
Sara Collantes, especialista en migración e infancia de UNICEF, señala los
roles de género. En muchos países, explica, las niñas son las encargadas de
realizar las labores domésticas y de cuidado: limpian la casa, recorren
kilómetros para encontrar agua y crían a sus hermanos menores. Su vida está
ligada al hogar y a la familia. En cambio, sobre los adolescentes varones recae
un peso diferente: salir adelante, encontrar trabajo y contribuir a la economía
doméstica.
Esta disposición de
roles provoca que muchas ni si quiera se planteen la posibilidad de migrar.
Para hacerlo, deben superar algunas violencias específicas que en ocasiones
sufren solo por ser niñas: desde el matrimonio forzado a edades tempranas hasta
su venta para realizar tareas domésticas en otras casas. En estos contextos,
afirma Zuppiroli, las niñas son una “fuente de riqueza” para sus familias. Pero
dejarían de serlo si se embarcan en su propio proyecto migratorio.
ESTÁ CRECIENDO EL
NÚMERO DE NIÑOS Y NIÑAS EN LOS FLUJOS MIGRATORIOS CON DESTINO A ESPAÑA. LA
CAUSA PRINCIPAL ES EL EMPEORAMIENTO DE LA SITUACIÓN DE LA INFANCIA EN SU LUGAR
DE ORIGEN
Así lo hacen muchas
de ellas. Migran menos que los niños, pero cada vez son más. Y no tienen una
única razón para marcharse, aunque todas están relacionadas con las condiciones
de la infancia en sus países de origen. La lista de motivos que enumera
Zuppiroli incluye guerras, persecuciones y grupos armados; también, falta de
acceso a servicios básicos, como sanidad y educación. Muchas niñas huyen de
violencias específicas por ser mujeres, apunta Collantes: “Mutilación genital
femenina, matrimonios infantiles, violencia intrafamiliar y redes de trata”.
Otras, solo buscan la posibilidad de estudiar y trabajar para mejorar sus
condiciones de vida.
Desde la Asociación
Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA), Ana Rosado y Ángel Madrid denuncian
que solo se está visibilizando una parte de esta realidad: la que viene marcada
por la tragedia y tiene mayor impacto mediático. No todas las menores que
llegan a España han sido víctimas de trata, explican. Muchas se desplazan
porque tienen un proyecto migratorio propio para estudiar o trabajar en Europa.
Limitar sus circunstancias a ese único modelo es “revictimizarlas”.
Actualmente, está
creciendo el número de niños y niñas en los flujos migratorios con destino a
España y, como afirma Zuppiroli, la causa principal es el empeoramiento de la
situación de la infancia en su lugar de origen. El año pasado, los principales
puntos de salida fueron Marruecos, República de Guinea, Mali y Argelia, según
la Fiscalía. Países que, tanto en el Índice de Desarrollo Humano (IDH)
–elaborado en función de la salud, la educación y el nivel de vida digno– como
en el Índice de Desarrollo de Género –que mide las desigualdades entre hombres
y mujeres–, ocupan las posiciones 123 (Marruecos), 175 (Guinea), 182 (Mali) y
85 (Argelia), situadas a la cola de un ranking de 189 países.
Son datos, indicadores
y medias aritméticas que no alcanzan a explicar la dimensión de un fenómeno
complejo, en el que también intervienen otros factores más humanos. Por
ejemplo, las redes sociales, que están jugando un papel esencial en el aumento
de la migración infantil; especialmente, en el caso de las niñas. Así lo
apuntan Rosado y Madrid desde APDHA: “Antes, casi ninguna niña se planteaba
migrar y ahora todas están interesadas”. Las redes se han convertido en
herramientas “de empoderamiento” que les permiten conocer nuevos referentes y
decidirse a emprender su propio viaje.
En el camino: ¿qué
violencias sufren?
El trayecto
migratorio, un camino que las menores recorren solas, no es una línea recta.
Entre el lugar de origen y el destino surgen diferentes posibilidades; otros
escenarios, previstos o imprevistos, que muestran la dificultad del
desplazamiento. Pueden instalarse en estados fronterizos al suyo, quedar
varadas en los llamados países tapón o, incluso, regresar a casa. Así lo
explica Rosado, y añade que, mientras están en la ruta, las niñas sufren todo
tipo de violencias. Físicas, económicas, institucionales, laborales y, por
supuesto, sexuales: una amenaza que atraviesa todas las demás.
Para una niña que
viaja sola, la ruta es un “riesgo infinito”, coincide Zuppiroli. Al ser
vulnerables, están más expuestas a cualquier tipo de abuso. Empezando por el
coste económico de su migración. A veces, pagan más que el resto y, otras,
ellas son la moneda de cambio. Mientras que a los niños se les exige el dinero
inmediatamente, añade, a las menores les dicen: “No te preocupes, ya me pagarás
a tu manera”.
No es esta la única
violencia sexual que enfrentan. Rosado recuerda a los “novios del camino”:
hombres con los que mantienen relaciones sexuales a cambio de protección, para
no tener que lidiar con el resto. También, los “intercambios de favores” con la
policía: acostarse con ellos para evitar la redada, al menos por una noche. Son
estrategias de supervivencia, explica: mecanismos que utilizan mujeres y niñas
para poder continuar su proyecto migratorio.
Un camino que, a
menudo, se detiene irremediablemente cuando llegan a los países tapón, donde
deben esperar para poder cruzar a Europa. Marruecos es uno de los principales.
Allí, las niñas viven algunas de las situaciones más difíciles de toda la ruta,
afirma Zuppiroli: a medida que pasa el tiempo, se quedan sin dinero y están
mucho más expuestas. Para mantenerse, recurren a la prostitución –“lo que las
deja en la clandestinidad, con una mayor exposición a violaciones”, explica
Rosado– y al trabajo de hogar, donde son explotadas laboralmente. Incluso
encerradas en casas sin pagarles el salario, aunque, denuncia, “eso también lo
hacemos aquí”.
En España: ¿un
futuro mejor?
Cansadas. Así
llegan las niñas a nuestro país. Ha sido un viaje largo, cargado de violencias
que han tenido que asumir para poder continuar. Su estado en la frontera es de
alerta y desconfianza. Especialmente, ante los adultos, pues todos aquellos que
iban a ayudarles han terminado abusando de ellas, explica Zuppiroli. Ya no
tienen “ningún tipo de expectativa de ayuda”.
SI LAS MUJERES Y
NIÑAS NO DENUNCIAN, NADIE LES AYUDA. Y, COMO MIGRANTES, TIENEN MOTIVOS PARA NO
HACERLO
Tampoco la reciben.
Rosado enumera las violencias que pueden sufrir los menores en nuestra
frontera: ser “esposados con bridas, como delincuentes”, trasladados en
furgones de detenidos y llevados a estancias habilitadas como calabozos, donde
pasan su primera noche. “Eso solo en las primeras 72 horas”, puntualiza.
Después, viene el hacinamiento, la falta de higiene y la privación de libertad
de algunos centros, entre los que señala el Hotel Ávila (Jerez), recientemente
desmantelado.
En el sistema de
protección de la infancia, las niñas siguen siendo invisibles porque no existe
“un fuerte enfoque de género”, denuncia Collantes. Como la mayoría de niños
migrantes son varones, los programas están orientados a su perfil. Pero es
imprescindible acordar políticas de género, defiende: crear proyectos
formativos de inserción laboral para niñas y tener, en definitiva, respuestas
adecuadas a sus necesidades.
También, en cuanto
a violencia de género y sexual. El gran problema del sistema de protección en
España, explica Rosado, es que necesita el testimonio de la víctima para
ponerse en marcha. Si las mujeres y niñas no denuncian, nadie les ayuda. Y,
como migrantes, tienen motivos para no hacerlo. Algunas deben favores
personales o dinero a sus abusadores; otras temen que una denuncia conlleve la
deportación y, en ocasiones, han normalizado tanto la violencia que no son
conscientes de esa posibilidad.
No todas las niñas
que llegan son acogidas por el sistema y, a veces, son ellas mismas las que
escapan de los centros de protección para continuar su trayecto migratorio. En
parte, porque el sistema no se adapta a sus necesidades, afirma Zuppiroli: si
tienen familiares o amigos en otra comunidad autónoma, las instituciones no
facilitan el traslado. Así, los menores reanudan el viaje, una vez más, “solos,
sin referentes ni protección, en un país desconocido”. Y eso solo beneficia a
las redes de explotación y trata que existen en España, añade.
En el momento en
que salen del centro de protección, comienza a correr el tiempo, explican desde
APDHA. Si pasan seis meses sin que la administración conozca su paradero, la
tutela y la protección cesan. Nadie sabe qué pasa con ellos. El último registro
de su existencia es en el informe de personas desaparecidas. Desde 2015, cerca
de cinco mil menores migrantes han huido de los centros de acogida: más de la
mitad del total de menores desaparecidos en España.
Volver a
localizarlos no implica siempre un final feliz. En ocasiones, afirma Collantes,
se han identificado a niñas que pasaron por centros de menores en nuestro país
vinculadas a redes de trata y explotación sexual en Francia.
Desde Save the
Children, Zuppiroli denuncia la doble invisibilización de las niñas migrantes.
Primero, desde el Estado, que no tiene “mecanismos rápidos para detectar sus
necesidades”. Después, socialmente: ocultas tras la palabra MENA. Un término
jurídico que deshumaniza a niños y niñas, anteponiendo su condición de migrantes
a los derechos de la infancia. También, unas siglas que borran a las niñas del
imaginario colectivo. Cuando hablamos de MENA, explica Rosado, no pensamos en
ellas. Existen ciertos estereotipos –varón, marroquí, delincuente y en
situación de calle– que no solo criminalizan a los niños, también olvidan a las
niñas. Así, concluye Zuppiroli, se perpetua su invisibilización. Pero están
llegando, afirma: “Y necesitan nuestra protección”.
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