FRENTE A LA INFAMIA, HONOR A
LAS TRECE ROSAS
ROSA TORAN
Faltan
calificativos para las frases vertidas por el líder de Vox Javier Ortega Smith.
Numerosas voces se han alzado y se seguirán alzando no sólo para denigrar al
autor de la infamia sobre las 13 muchachas asesinadas el 5 de agosto de 1939,
sino también para reconocer el valor de su lucha, una lucha que ha permitido
gozar de las libertades aún a aquellos que las denigran, en añoranza por el
pasado ignominioso de una de las dictaduras contemporáneas más largas.
Desde la Cárcel de
Ventas las Trece Rosas emprendieron su último camino hasta el paredón del
Cementerio del Este donde fueron fusiladas, crimen que se sumó a los millares
cometidos por aquel régimen ensalzado por los neofranquistas. A menudo la
ignorancia deviene justificación, pero en el caso aludido la mentira deviene
infamia para las víctimas y defensa de los victimarios.
La literatura
carcelaria de los que sufrieron castigo por su defensa de las libertades es
amplia, aunque seguramente merece desprecio de los que niegan las consecuencias
del golpe de estado de julio de 1936: una larga guerra y un calvario para los
que se opusieron al régimen dictatorial que la siguió. Sin embargo, para los
defensores de la libertad, en el pasado y en el presente, las palabras de las
víctimas fundamentan nuestra democracia, porque de su compromiso extraemos
conocimiento, reconocimiento y lección ejemplar.
Ante la infamia,
renacen las frases de una mujer, Mercedes Núñez Targa, que ingresó en la cárcel
cuando sus compañeras estaban todavía conmovidas por la ejecución de las Trece
Rosas. Ella tampoco «violó, ni torturó ni asesinó», sino que mereció los más
preciados reconocimientos del estado francés por su lucha en las filas de la
Resistencia contra los ocupantes nazis. Recordemos algunos de sus rasgos
biográficos, desde su trabajo como secretaria de Pablo Neruda, cuando éste
ocupaba el consulado de su país en Barcelona, su encarcelamiento en Ventas y el
consejo de guerra que la condenó a 12 años y un día por el delito de auxilio a
la rebelión, hasta el mes de enero de 1942, fecha en que, después de ser puesta
en libertad por un error burocrático, huyó a Francia y prosiguió con su
compromiso antifascista, lo cual le valió la deportación al campo nazi de
mujeres de Ravensbrück.
La liberación, como
para otras tantas mujeres y hombres, no significó la libertad, privada como
estuvo del regreso a su patria, esclavizada por las cadenas del régimen; pero
la escritura, la tarea con el partido en que militaba, el PSUC, llenó sus días,
hasta que decidió el retorno a Vigo, tras la muerte de Franco, empeñada en
trabajar en favor de un régimen democrático y en dar a luz los nombres de los
deportados gallegos, a la par que publicaba un libro indispensable sobre la
experiencia concentracionaria El carretó dels gossos.
Pero regresemos a
la cárcel de Ventas. En París en 1967, Mercedes Núñez publicaba un libro
testimonio con el titulo Cárcel de Ventas, obra que germinó y vio la traducción
en lengua gallega en 2005 y en
castellano en 2017. De esta manera fue fiel a la petición de una compañera
reclusa, mientras le daba un abrazo de despedida, para que contase todo lo
malvivido en la cárcel “Explícales a los de la calle lo que has vivido aquí”.
Una cárcel repleta
de mujeres encausadas por los tribunales militares en los Consejos de guerra,
acusadas la mayoría, de un delito de “adhesión a la rebelión militar”,
paradójica frase que incluso el germanófilo cuñado de Franco, Ramón Serrano
Suñer, tildó de “justicia al revés”. Las presas representaban la causa justa,
la causa republicana, la causa de las libertades, frente a los vencedores,
emblemas de la venganza y vulneradores de los más elementales principios
democráticos; una auténtica pesadilla que acabó con la vida de las trece jóvenes,
a los dos días de soportar la farsa judicial. Ellas representaban el bien,
socorriendo, hasta su detención, a los que corrían peligro y atendiendo a la
reorganización de las mermadas filas de los jóvenes comunistas, mientras que el
órgano represivo encarnado por el tribunal militar, encarnaba el mal, la sed de
sangre y venganza contra las encausadas, privadas del más elemental derecho de
defensa, sin ningún rubor ante las protestas internacionales.
Para las Trece
Rosas, jóvenes modistas buena parte de ellas, la esperanza depositada en los
avances de la República se truncó con el golpe sangriento que las alcanzó y que
nos privó de su patrimonio humano y político, igual que sucedió con las miles
de mujeres ejecutadas, encarceladas o condenadas al exilio. Felizmente no
faltan memorias de combate de las que lograron sobrevivir, Soledad Real, Tomasa
Cuevas, Antonina Rodrigo o Mercedes Núñez que desde su refugio francés
radiografió la lucha y frustración de toda una generación con estas palabras:
“Como todos los jóvenes de los años treinta, seguía apasionadamente las
incidencias de aquella época, tan fértil en acontecimientos políticos. Mis
simpatías estaban con la República, pero nunca se tradujeron en actos
concretos. Hasta el último minuto sonreía con incredulidad cuando alguien
iniciaba una sospecha de que se preparaba una sublevación. ¿Cómo podían
sublevarse las derechas tras las elecciones de febrero, cuando España optó por
el Frente Popular? Eso era absurdo.
Pero lo que creía
absurdo se convirtió en realidad. Los primeros tiros en las calles de mi ciudad
borraron por completo mi existencia apacible. Ya no podía ser neutral. Como
tantos miles de jóvenes de mi generación pasé en unas horas del papel de
espectadora pasiva a participación activa al lado de la República.
Esta participación,
aunque sincera y entusiasta, fue modestísima y perfectamente anónima. No
disparé un sólo tiro, no ostenté ningún cargo, ni pronuncié discurso alguno, ni
mi nombre apareció al pie de ningún artículo, ni me convertí en heroína de la
producción. A pesar de eso, el franquismo me hizo la gran honra de considerarme
suficientemente peligrosa para mantenerme encarcelada durante varios años, e
incluso un tribunal, muy en serio, me juzgó y condenó por ‘ayuda a la rebelión’
y esto a pesar de ‘mis excelentes antecedentes’.
Un testimonio, el
de Mercedes Núñez, que cumplió con su compromiso para dar a conocer, de primera
mano, las insufribles condiciones carcelarias y las últimas horas de las
jóvenes fusiladas, símbolos de la libertad y oprobio para sus verdugos. Valga
ello para denunciar la infamia y honrar a las luchadoras por la libertad.
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