LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN BAJO VIGILANCIA
POR JORGE MAJFUD
Los rebeldes, disidentes o simplemente investigadores incómodos son el objetivo natural de la maquinaria del poder. Sus instrumentos más comunes (antes de la persecución y la cárcel, como es el caso de Julian Assange y Edward Snowden) son el acoso y la descalificación.
En 1999 la Cámara de Representantes de Washington aprobó el proceso de impeachment del presidente Clinton por su escándalo sexual con la becaria Mónica Lewinsky. La decisión y segura remoción del presidente pasó al Senado, dominado por el Partido Republicano. Para ello, se necesitaban dos tercios de los votos, número asegurado según las intenciones manifiestas de los senadores que querían ver al presidente saliendo por la puerta de atrás de la historia.
Perdido por
perdido, la defensa del presidente contrató a Larry Flynt, el mogol de la
pornografía mundial, dueño de revistas y productor de películas del género.
Casi sin tiempo, Flynt pagó una página completa en el Washington Post
ofreciendo un millón de dólares a aquellos que pudiesen probar historias
similares a la del presidente, protagonizadas por miembros del Congreso. Miles
de llamados y grabaciones cayeron de inmediato. Flynt ni siquiera se molestó en
escucharlas.
Temerosos de
escándalos públicos, algunos legisladores comenzaron a confesar infidelidades a
sus esposas. La voz más importante a favor del impeachment, el portavoz de la
Cámara Baja y representante del ultraconservador estado de Luisiana, Bob
Livingston, renunció misteriosamente el mismo día en que se debía votar. Desde
entonces y hasta hoy, Bobby se dedica al lobby en Washington (es decir, a
visitar a los legisladores en sus oficinas y a invitarlos a fiestas para hablar
de negocios). De repente, la mayoría condenatoria en la Cámara Alta se
convirtió en minoría. Diez senadores republicanos votaron a favor de perdonar
al presidente demócrata. De la obligación de matar a pedradas a la infiel,
legislada en el Antiguo Testamento, se pasó, en pocos días, al amor del Nuevo
Testamento: “Vete, hijo, y no peques más”. El presidente fue perdonado.
Este recurso del
enchastre ajeno es viejo conocido entre los agentes de CIA y la NSA. Pero la
industria privada del enchastre y la intimidación también es un negocio
privado. Los clientes más frecuentes de estas empresas son poderosos políticos
y otras empresas privadas con poder de extorsión en su noble lucha por la
“libre empresa” y la “libre competencia”. Aunque poco conocido, el negocio de
perseguir adversarios políticos o disidentes independientes es multimillonario.
No por casualidad, estas corporaciones privadas comparten con las agencias
secretas del gobierno la misma ideología, aunque las políticas de austeridad de
los gobiernos siempre alcanza a los de abajo; nunca a las corporaciones ni a
las agencias secretas, la verdadera “mano invisible del mercado”.
No por casualidad,
este recurso siempre se ejerce de arriba hacia abajo, sobre todo sobre aquellos
de abajo que pueden representar un obstáculo o un peligro para sus intereses,
como críticos, investigadores y periodistas independientes.
En junio de 2022,
se reveló que el joven periodista Nate Monroe del Times Union de Jacksonville,
Florida, había sido vigilado y fotografiado por una empresa consultora de
Alabama, cuyo eslogan es “Resolvemos problemas”. Una fotografía que se hizo
pública lo muestra conversando con su novia en el patio de su casa. El pecado
de Monroe fue hacer un trabajo decente de investigación sobre el intento de
privatización de la gigante eléctrica de la ciudad de Jacksonville, JEA, la que
luego se reveló como un plan deliberado y corrupto de sus propios directores,
aplicando la vieja estrategia de la receta neoliberal: convertir una empresa
pública en ineficiente para que la opinión pública apoye su venta a los
eficientes privados. Otra vez, la mano invisible del mercado.
Unos meses antes,
los exdirectivos de la empresa pública, Aaron Zahn y Ryan Wannemacher habían
sido acusados de conspiración, pero liberados luego de pagar una fianza de cien
mil dólares cada uno. La idea de los exdirectores, según informó el Dayly
Record de Jacksonville, consistía en recibir varios millones de dólares en caso
de que lograsen la privatización de la empresa pública, valorada en más de 11
mil millones de dólares.
Según la
información revelada por el Florida Times Union, reconocida por la propia
empresa de Alabama, el archivo sobre el Monroe consta de 72 páginas e incluye
“su historial financiero, su afiliación política, los nombres y números de
teléfonos de sus parientes y vecinos, su número de Seguro Social, la marca de
su automóvil, los números de su licencia de conducir, la patente de su auto y
los lugares donde ha vivido desde su infancia”.
El instructor de
periodismo de la Universidad de Florida, editor de la Associated Press y
ganador de un Premio Pulitzer, Ted Bridis, declaró a la prensa que “es
realmente antiestadounidense estar vigilando a los periodistas”. No importa que
sepamos que la NSA lee y escucha millones de mensajes por año. Siempre que en
este país se revela un caso de corrupción o de moral dudosa se lo califica así,
antiestadounidense, no importa si se trata de una tradición con un historial de
un par de siglos.
Una vez derrotados
los poderosos esclavistas el Sur en la Guerra Civil (poderosos por su poder
desproporcionado en el Congreso, por las mayores fortunas del país debido a la
esclavitud, y por un fanatismo racial y religioso que perdura hasta hoy),
fueron reemplazados por el creciente poder de las corporaciones. Los
empresarios más poderosos continuaron las prácticas de explotación,
deshumanización y concentración de la riqueza de los esclavistas, solo que
desde finales del siglo XIX los esclavos fueron reemplazados por trabajadores
asalariados y, de la misma forma, fueron demonizados como peligrosos individuos
que querían subvertir el orden de Dios, según el cual la libertad, la
civilización y el progreso existen gracias a los de arriba.
Diferente a las
dictaduras personalistas o de las juntas cívico-militares, en las democracias
liberales se suele aceptar lo que en Estados Unidos se encuentra resumido en la
Primera Enmienda. Gracias a este primer artículo del Bill of Rights, el derecho
a expresar una opinión está protegido de la amenaza de terminar en la cárcel.
No es poco. Naturalmente, las limitaciones a este derecho y los recursos del
poder para limitar este derecho básico de los de abajo son múltiples.
Los periodistas,
por buenos que sean, se encuentran limitados por las líneas editoriales de los
medios en los que trabajan, los cuales, a su vez, están condicionados por sus
clientes, es decir, ya no los lectores de los cuales dependían casi
exclusivamente, sino de los grandes anunciantes, quienes, naturalmente,
subscriben una determinada ideología de clase.
Los rebeldes,
disidentes o simplemente investigadores incómodos son el objetivo natural de la
maquinaria del poder. Sus instrumentos más comunes (antes de la persecución y
la cárcel, como es el caso de Julian Assange y Edward Snowden) son el acoso y
la descalificación. Pero la democracia, la libertad de expresión y el menos
reconocido “derecho a la verdad” no existen por los grandes poderes concentrados
sino a pesar de ellos; no existen a pesar de los rebeldes y disidentes sino
gracias a ellos.
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