LA BLASFEMIA, EL FANATISMO Y SALMAN RUSDHIE
POR ANTONIO GÓMEZ MOVELLÁN
La persecución de la blasfemia tiene, en el mundo en que vivimos, un uso político. Por un lado, se pretende justificar un supuesto anti imperialismo en un fanatismo religioso y por otro se pretende también justificar un control imperial en una falsa superioridad cristiano occidental contra el atraso de otras “civilizaciones” y sus religiones.
Fanático deriva de la palabra latina fanum que significa “templo”; los fanáticos eran los adeptos al templo; los pro-fanos serían los que están delante o fuera del templo, los no consagrados. En general todas las religiones clericales son fanáticas y las que se pretenden más universales más fanáticas son.
A raíz de la fatwa
contra Salman Rusdhie, en 1989, la mayoría de los líderes religiosos del mundo
justificaron, de una u otra forma, el fanatismo y apoyaron que se reforzaran
los delitos de blasfemia o de ofensa a los sentimientos religiosos ante las
manifestaciones críticas a la religión o su simbolismo.
El Vaticano hizo
declaraciones públicas calificando como blasfemo el libro “Los Versos
satánicos” y justificando la reacción airada de millones de musulmanes:
”El mismo apego a
nuestra propia fe nos induce a deplorar lo que es irreverente y blasfemo en el
contenido del libro de Salman Rusdhie”, se escribió, en 1989, en el
Observatorio Romano.
Lo mismo ocurrió en
Gran Bretaña donde los líderes anglicanos, como el mismísimo Arzobispo de
Canterbury, Robert Rancie, también consideraron que había que reforzar las
legislaciones contra las ofensas a los sentimientos religiosos e igual hicieron
los rabinos judíos. Atacar las doctrinas religiosas es intolerante, se decía.
Con motivo de los
asesinatos, en el 2015, de doce periodistas de Charly Hebdo también muchos
líderes religiosos, aún sin justificar los hechos, calificaron a éstos como
unos provocadores. Este fue el caso del Papa Francisco que, refiriéndose a los
dibujantes, desde su jet privado, declaró: ”Hay mucha gente que habla mal, que
se burla de la religión de los demás. Estas personas provocan y puede suceder
lo que le sucedería al doctor Gasbarri si dijera algo contra mi mamá (el Papa
aludió a uno de sus colaboradores junto a él en el avión,puede esperarse un
puñetazo. ¡Es normal!», “No se pude provocar –añadió–, no se puede insultar la
fe de los demás. No se puede burlarse de la fe. No se puede”, insistió.
Este mismo Papa
Francisco, cuando era cardenal Bergoglio en Argentina, en el 2004, arengó a los
católicos más fanáticos a manifestarse en contra de la obra del artista
plástico Leo Ferrari e incluso fue a los tribunales para impedir una exposición
del reputado artista por irreverente y blasfema.
Que todavía en
muchos países del mundo perviva el delito de blasfemia o el denominado de
ofensa a los sentimientos religiosos, es una manifestación del poder de las
religiones en los Estados seculares. Para la defensa de los dogmas religiosos
frente las criticas seculares, humanistas o ateas, las religiones se ponen
entre ellas de acuerdo.
En el año 2016,
tras una recitación poética con motivo de la entrega de los premios “Ciudad de
Barcelona”, los representantes de las confesiones religiosas que tienen
firmados acuerdos de cooperación con el Estado Español, es decir, católicos,
musulmanes, judíos y evangélicos, firmaron un comunicado para denunciar
públicamente las ofensas contra los sentimientos religiosos y la necesidad de
reforzar esta tipificación penal y ello, se decía, para garantizar la
convivencia. En la opinión de los clérigos que firmaban la declaración oficial,
la poesía “Mare Nostra” era un burla de la religión católica. “Si tocan a uno
nos tocan a todos”, venían a decir.
Se fomenta el
comunitarismo religioso, haciendo aparecer como inadmisible las burlas a sus
dogmas ya que consideran éstas como un signo de persecución de sus
“comunidades”, y ello porque no se aplica la ley penal de ofensas a los
sentimientos religiosos. Para ser la punta de lanza de esta cruzada contra la
blasfemia surgen sectas católicas como “Abogados Cristianos”, que hacen el
trabajo sucio de la Conferencia episcopal y del integrismo religioso. El papel
de esta asociación es muy funcional: al poner denuncias, a troche y moche, por
ofensas a los sentimientos religiosos, lo que se busca no es tanto que
prosperen éstas sino simplemente que se admitan a trámite, aunque sean
sobreseídas y así España aparezca, en informes internacionales, como un país
donde existen muchas denuncias y se dé la apariencia de un país intolerante en
relación a los creyentes religiosos, pese a ser un país donde se financia
íntegramente el culto católico. El objetivo, además, es que en el código penal
se siga manteniendo esa tipificación penal independientemente que se aplique o
no, pero lo importante es que siga ahí como símbolo del poder religioso sobre
la legislación civil. Es evidente que, en una gran parte de los Estados
occidentales, existe un alto grado de libertad formal referente a la libertad
de expresión y por tanto este tipo de tipificación penal sobre la blasfemia es
difícil de aplicar y que no se puede comparar con la situación de otros países
que, incluso constitucionalmente, se presentan como Estados abiertamente
confesionales y donde la crítica de la religión es castigada sistemáticamente.
La persecución de
la blasfemia tiene, además, en el mundo en que vivimos, un uso político. Por un
lado, se pretende justificar un supuesto anti imperialismo en un fanatismo
religioso y por otro se pretende también justificar un control imperial en una
falsa superioridad cristiano occidental contra el atraso de otras
“civilizaciones” y sus religiones. Son todos argumentos ideológicos que, bajo
el pretexto de la religión o la civilización, pretenden explicar complejos
problemas económicos, sociales e históricos acudiendo, simplemente, a la
lectura de tal o cual libro sagrado; pero la raíz del fanatismo religioso no
son sus dogmas o sus libros sagrados sino otros factores que desencadenan el
odio y el rencor y que el clericalismo, tanto de occidente como de oriente,
siempre han azuzado. El fanatismo de los jóvenes terroristas del islam político
en Europa o en EEUU explica, quizás, tal o cual acción en sí misma, pero, en
muchas ocasiones, este tipo de acciones aisladas tienen un olor extraño y las
investigaciones policiales y judiciales, tras los atentados, suelen acabar en
un punto muerto que no logra desenmascarar
a los autores intelectuales de los crímenes, ni el revés de la trama. El
reputado economista e historiador libanés Georges Corn ha escrito:“los problemas
de la religión, la cultura y la civilización, tan a menudo invocados como
causas de los conflictos, no son más que causas residuales, aunque representan,
a menudo, el modo de expresión de los conflictos, velando y ocultando las
verdaderas causas profanas de éstos”.
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