TESOROS DE POBRES
Coleccionar
periódicos es ser rico de bajo coste. Es ser guardián de especies únicas que
entran en grave peligro de extinción desde el mismo momento en el que salen de
la imprenta y llegan al quiosco
GERARDO TECÉ
Los pobres no amasamos fortunas, pero sí guardamos pequeños tesoros. Un billete antiguo de nuestro tatarabuelo que se fue a Cuba a hacer las Américas, la radio antigua con la que la abuela escuchaba los seriales, la matrícula de un coche de aquella época en la que no había letras al final de la chapa, sólo números. En el colegio, Migue se convirtió en Rockefeller aquel día en el que de un sobre de cromos le salió Oceano. Un futbolista negro y exótico que jugaba en la Real Sociedad de principios de los 90 y que protagonizó el cromo más difícil de conseguir en el mundo entero, que por aquel entonces era mi barrio. Si os ponéis todos a tocarlo se puede estropear, así que yo lo sujeto y os vais acercando uno a uno, nos explicó en plan director de la casa de subastas Christie’s y sin disimular cierto aire de nuevo rico que era de entender dadas las circunstancias. Llegó mi turno y ahí estaba, era verdad, el puto y deseado Oceano. Años después, boquiabierto frente al Guernica, lo recordé. Si un tal Pablo Picasso se hubiera pasado merodeando por el recreo ofreciendo su obra más universal a cambio del cromo, Migue lo hubiera mandado a la mierda y el resto lo hubiéramos entendido.
Hay dos cosas que
me encantaría coleccionar a día de hoy. La primera, arte. Especialmente
pintura. Si algo envidio de los ricos es su capacidad para llenar las paredes
de sus casas con lo mejor del ser humano colocado en un marco. Pisotear a la
humanidad, situarte fuera de ella de un modo cínico, obviar el sufrimiento y
las necesidades que padecen tus compañeros de especie a cambio de unos cuantos
Ferraris y mansiones de lujo debería ser un delito perseguido y castigado. Ser
un miserable a cambio de un Rembrandt, un Velázquez o un Hopper me parece
bastante entendible. La otra colección que me encantaría hacer, mejor aún que
amasar arte, me la descubrió el otro día mi amigo Darío Adanti. ¿Has leído El
Delator de Joseph Conrad? Va de un tipo que colecciona conocidos. Se pone como
objetivo conocer a una persona a la que admira por algún motivo y no para hasta
que lo consigue. Cuando ya lo ha conseguido, orienta su vida, dedica todo su
tiempo a lograr conocer a otra nueva persona que merece la pena. Lo leeré, le
prometí. Y lo haré. Pero no en estos días de vacaciones en los que el tiempo
libre lo dedico a alimentar la cuarta mejor colección de tesoros que uno puede
hacer cuando no es ni rico para pujar por un Goya, ni un niño para seguir
ensimismándose frente a Oceano, ni un zumbado con todo el tiempo del mundo para
dedicarse a coleccionar conocidos. Mi colección es de periódicos. La empecé
aquel día que mi madre me avisó de que tiraría una pila de papeles que tenía
cogiendo polvo en un cajón y yo me planté como aquel chino se plantó frente a
un tanque en Tiananmén. Para qué los quieres, preguntó con el cañón apuntando
al cajón. Mi respuesta, tan poco convincente como sincera, sorprendentemente
hizo retroceder al tanque: para guardarlos. Cuando el tanque dio marcha atrás
nació una afición vital, desordenada y con cierto tufo a síndrome de Diógenes
que se mantiene a día de hoy. Cada periódico mínimamente interesante que cae en
mis manos se queda a vivir en una reserva protegida de cajones, cajas y
estanterías amenazadas siempre por nuevos tanques en manos de compañeros de
piso y parejas. Con el tiempo la cosa ha ido a más y las tecnologías no han
ayudado a mi Diógenes: ya no son solo los que caen en mis manos, sino los
ejemplares que se pueden rastrear y comprar por Internet.
Coleccionar
periódicos es ser rico de bajo coste. Es ser guardián de especies únicas que
entran en grave peligro de extinción desde el mismo momento en el que salen de
la imprenta y llegan al quiosco. Si el 4 de mayo de 1976 el diario El País
sacaba su primer número con una tirada de 188.000 ejemplares, antes de la
llegada de aquel verano la inmensa mayoría de ellos acabaron en la basura.
Pasados los años, los pocos ejemplares que sobreviven lo hacen perdidos en
cajones de ciudades o desvanes de pueblo que algún día serán vaciados. Quizá
por un hijo o un nieto con curiosidad suficiente para echar un ojo y descubrir
el tesoro. Quizá por alguien que despache aquello como papeles viejos, acabando
poco a poco la población superviviente en un contenedor de basura. La tendencia
es siempre a la desaparición. De ahí la épica. Coleccionar periódicos es
aprender historia. Es estar dispuesto a dejarse 20 euros por un ejemplar del
número 1 de la revista satírica El Papus y descubrir en el trayecto que es
mucho más interesante –y económico– el número 177, aquel en cuya portada
aparece una foto de los destrozos provocado por el ataque fascista con bomba en
el que murió el conserje del edificio. Coleccionar periódicos es preguntar por
la historia que hay detrás de ese periódico que acabas de encontrar en Wallapop
y que te la cuente la nuera de Rafael, que con 18 años se fue a combatir en la
Guerra Civil al frente de Barcelona y compró uno de esos rarísimos ejemplares
del ABC republicano y de izquierdas de la edición Madrid que el hombre guardó
hasta que murió hace diez años. Es bucear por foros hasta dar con un periódico
editado en Chiapas el 2 de enero de 1994 en el que se describen los primeros
combates entre los zapatistas del subcomandante Marcos y el ejército mexicano.
Es también descubrir que el tipo lo vende por 1.500 dólares recordándole a uno
que, aunque se dedique a amasar tesoros, es pobre. Es comprometerse a que, el
día que viaje a México, habrá que recorrer de arriba abajo la Sierra Lacandona
hasta encontrar ese tesoro que alguien vende en Internet por un ojo de la cara
tirado en una caja de San Cristóbal de las Casas. Coleccionar periódicos es
guardar con especial cariño el primer Dobladillo de CTXT en el que metimos la
pata por todo lo alto con una errata en portada. Es que tu fecha de referencia
al buscar un New York Times de 2001 no sea el 11S, sino el 12 porque los
periódicos son libros de historia del día anterior. Coleccionar periódicos es
defender lo común, porque, como dice mi amiga Vanesa, la prensa, los medios,
son esos lugares en los que vivimos una realidad compartida, en los que construimos
un nosotros. Coleccionar periódicos es ser pobre para hacerse con un cuadro que
merezca la pena, es no tener tiempo suficiente para conocer a todas las
interesantísimas personas que te gustaría, es que el cromo de Oceano le tocase
a otro. Si los tanques vuelven a amenazar mis cajones, cajas y estanterías
llenas de ácaros, ya tengo preparada una respuesta elaborada.
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