DE MACDONALD'S A TIK TOK: ¿SE ACABARÁ LA CONVIVENCIA
CHINO-ESTADOUNIDENSE?
Ociel Alí López
El viaje de la presidenta de la cámara de representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán, expresa mucho más que una provocación a China, o una interesada y coyuntural subida de tensiones. No se trata tampoco de un acto “irracional” del mismo “actor belicoso de siempre”. El acontecimiento revela el contra sentido que quiere promover Estados Unidos en torno al diseño geopolítico que él mismo gestó desde que murió la Unión Soviética.
Estados Unidos no interviene el equilibrio en el sudeste asiático para amedrentar a China y sacarla de sus casillas, parece más bien que lo que busca es subvertir el orden global “realmente existente”. La nueva fase del conflicto de Taiwán, iniciada con la visita de Pelosi, es la colocación de un bypass para ir filtrando los flujos comerciales de China. Una pinza estratégica que se puso en evidencia desde el Aukus en 2021, cuando Australia defirió un acuerdo con Francia y lo estableció con Estados Unidos e Inglaterra para la construcción de submarinos de propulsión nuclear que cambiaron el panorama militar marítimo del indo pacífico.
Es una jugada
estratégica, solo que defensiva, porque Estados Unidos ya no busca tomar nuevos
territorios y recursos, sino obstaculizar el libre funcionamiento de sus
adversarios. Esto acelera un cambio de época.
Globalización
en declive
Eso que desde los
años 90 llamamos globalización para definir la mundialización liberal del
comercio y la cultura es lo que está en serio riesgo y representa hoy un orden
“equilibrado” que ya a Estados Unidos no le interesa. La estabilidad comercial
imperante, efectivamente mundializada los últimos veinte años, se ha convertido
en una condición favorable para que China sobrepase como potencia económica a
Estados Unidos y para que Rusia se convierta en el proveedor natural del
combustible de Europa y le haga voltear a esta la vista hacia el este.
El estatuto
geopolítico y la economía mundial se han convertido en un mal conductor de las
pretensiones de mantener la “unipolaridad” con la que arrancó el siglo. La
“potencia americana” ha preferido “cortar por lo sano” y reeditar una especie
de Guerra Fría, el escenario al que le debe tanto y en el que fue el gran
vencedor.
Resulta racional
que Estados Unidos quiera cortar de raíz y reconfigurar un mundo más ajustado a
su situación actual, menos “universalizante”. Es esto lo que hace en Taiwán y
Ucrania, peligrosamente, en paralelo
Se restringe la
integración económica y comienzan a proliferar los muros, las sanciones y los
bloqueos. ¿Acaso la guerra en Ucrania no es un muro a Berlín? Es decir, no ha
sido una acción militar “soviética” la que ha desencadenado la conflictividad
actual, ha sido el “libre comercio”, representado por el Nord Stream 2, el que
hizo reavivar a la OTAN y acelerar su desplazamiento hacia el Este.
La administración
del presidente Joe Biden abre un par de conflictos de esta magnitud el mismo
año no “a pesar” de las dificultades económicas que esto trae, sino justamente
afincándose en las mismas dificultades, avivándolas, porque la estabilidad
comercial favorece es a China que mantiene un sprint de crecimiento que EE UU
no puede frenar desde la “sana competencia” y la doctrina liberal. De la misma
forma, la globalización produjo un crecimiento europeo basado en la dependencia
energética de Rusia.
Así las cosas,
resulta racional que Estados Unidos quiera cortar de raíz y reconfigurar un
mundo más ajustado a su situación actual, menos “universalizante”. Es esto lo
que hace en Taiwán y Ucrania, peligrosamente, en paralelo.
Entre la
geopolítica y el libre comercio
Si el emblema de la
Globalización fue la llegada de Mcdonald's a Moscú, una empresa enemiga de la
lógica soviética y emblemática del choque cultural, entonces lo primero que
hace la empresa, apenas iniciada la guerra de Ucrania, es irse de Rusia. Ya no
es la cultura occidental la que trata de ocupar Oriente sino la que se retira
de él. Es como una jugada inversa a la caída del muro.
Ya Occidente no quiere
que el mundo sea occidental, si con ello lo que consigue es empoderar a China y
que Europa se vuelva ruso dependiente. China, en cambio, nunca quiso andar
exportando su cultura sino su producción material copiada de Occidente. Y así
fue que se hizo una potencia económica que lentamente y sin acciones militares,
está dando un vuelco económico al mundo.
Si la imagen de
Nixon en Pekín significó el comienzo del fin de la Guerra Fría, la de Pelosi en
Taipei la restablece
China se conformó
con ser el líder de la producción material cuando la economía se volvía
inmaterial. El postcapitalismo, el capitalismo financiero, el mundo virtual y
los nuevos grandes ricos del mundo no pudieron mantener el hegemón
estadouniense, mientras el comercio chino terminó copando al mundo sin exportar
sus bienes culturales.
China ganó porque
nunca existió el chinese life style, ya que esto no cumplía con el criterio
básico de la globalización que era la interacción real entre culturas. Los
chinos atendieron a los gustos del “gran público universal” para diseñar su
producción y no trataron de imponer estéticas, gustos, prototipos.
No hay que apurarse
para ver los cambios que producirá este 2022 en la geopolítica. Por lo pronto,
tendremos que esperar que salga McDonald's de Pekín o que bloqueen Tik Tok en
occidente para considerar la muerte definitiva de la Globalización cultural.
Una época,
una imagen
La foto del
expresidente Nixon dándole la mano a Mao Tse Tung en Pekín en 1972 se convirtió
en la imagen paradigmática de un nuevo mundo global que aun no comenzaba. A
partir de allí, la potencia asiática tuvo un crecimiento imparable de cincuenta
años. Y es así que llega Pelosi a Taiwán.
Si la imagen de
Nixon en Pekín significó el comienzo del fin de la Guerra Fría, la de Pelosi en
Taipei la restablece, sobre todo cuando el flanco ucraniano estará abierto
durante un buen tiempo, lo que termina fundiendo a Rusia y China de nuevo en un
polo ya no ideológico sino productivo, con grandes mercados en África, Asia y
Latinoamérica, suficientes como para sobrevivir cualquier ruptura definitiva
con Occidente.
Si Estados Unidos
quiere alterar la globalización que diseñó, China tendrá que inventar la suya
propia y ha ganado mucho terreno para lograrlo
Este nuevo polo, y
por ende el regreso de la bipolaridad mundial, revive el orientalismo definido
por el gran Eduard Said: como “la forma en que occidente elabora una
representación despreciativa” de lo que llama oriente, desde el cercano al
lejano, pero oriente en fin. Cientos de culturas diferentes, las etnias más
disímiles, las estéticas más contrapuestas, pero a todo eso le da un solo
nombre que parece geográfico pero que es geopolítico: eso es oriente, una
categoría en construcción que puede recrecerse, debido a que reproduce signos
de “desoccidentalización” como la reciente e infructuosa visita del presidente
Joe Biden a Arabia Saudita, el fortalecimiento de las relaciones de India y
Rusia, el crecimiento del BRICS, América latina acercándose cada vez más a
China.
Respuesta
de China
China tiene
amenazas insulares que la rodean. Y depende en mucho del estrecho de Malaca
para exportar al mundo. Eso es lo que explota Washington, no solo con Taiwán
sino también con el Aukus que constituye la pinza militar estratégica. Para
salir bien de la coyuntura, China deberá apelar a su ancestral paciencia porque
no le interesa el conflicto y mucho menos si este explota en sus fronteras.
“Quien va ganando la partida no la tranca”, se dice en el dominó.
Pero tampoco puede
permitir que Estados Unidos quiera cambiar el estatus de Taiwán. Si Estados
Unidos quiere alterar la globalización que diseñó, China tendrá que inventar la
suya propia y ha ganado mucho terreno para lograrlo. Un conflicto armado en
Taiwán le hará el mundo más pequeño, no solo a China sino a todos. Y ya no
habrá la gran cancha mundial de la globalización sino la vuelta a los dos polos
no desde un clivaje ideológico pero si cultural y económico.
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