LA MUERTE DESPRECIADA
GERMÁN GARCÍA MARROQUÍN
La vida nos importa, la muerte nos duele, esperamos que a la mayoría de las personas de esta sociedad también. Sabemos que desgraciadamente no a todas. Hay personas a las que no dolerán las muertes de las personas refugiadas ocurridas en su intento de alcanzar un lugar en la tierra donde procurarse una vida digna. Queremos hablarles aquí de la dignidad de las personas refugiadas, considerando como tales a todas aquellas que se han visto obligadas a migrar por causas de fuerza mayor y que se hacen acreedoras de deudas insoportables, ellas y sus familias, para poder emprender estos viajes. Como dice el poeta César Vallejo: la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre.
Una muestra más del cinismo del poder
es su desvergüenza para conmemorar y declarar su reconocimiento a grandes
pensadores y poetas, en su mayor parte autores profundamente humanistas en el
sentido moral de la palabra, que transmiten en su obra una concepción del ser
humano, de todos los seres humanos, como portadores de una dignidad que debe
ser respetada y defendida. ¿Por qué declaran su admiración ante aquello que
desmienten con su práctica cotidiana en el ejercicio del poder?
“Permanecemos impasibles ante la
muerte trágica de personas refugiadas, solo por el hecho de que pertenezcan a
otros entornos culturales”
Ya Heródoto se esforzó hace 25
siglos, cuenta Irene Vallejo en El infinito en un junco , por derribar los
prejuicios de sus compatriotas griegos, enseñándoles que la línea divisoria
entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre
diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más,
dentro de cada individuo y –sigue contando- cómo los filósofos estoicos se
atrevieron a enseñar por primera vez que todas las personas son miembros de una
comunidad sin fronteras y que están obligadas a respetar la humanidad en
cualquier lugar y circunstancia en que la encuentren.
¿No son acaso éstos los
principios básicos de la civilización Occidental? Se da la terrible paradoja de
que esta sociedad, ante el peligro (inventado) de que la convivencia con
personas de otras culturas nos lleve a perder la nuestra, renuncia a ella de
antemano. Paso a paso, se va acercando la posibilidad de que el poder nos hable
de la necesidad de matar directamente si es preciso a las personas en busca de
asilo para impedir su acceso a nuestros países.
Cuando decimos matando si es
preciso no es retórica. Nos golpean de manera inmisericorde las palabras
pronunciadas por el presidente del Gobierno español en su declaración original
(genuina) sobre la masacre de personas refugiadas en su intento de saltar la
valla de Melilla el pasado mes de junio, “una operación bien resuelta”, estas
palabras ignominiosas no deberíamos perdonarlas nunca si queremos preservar los
valores del humanismo que expresan estos versos de Ángel González: Oh tiempo/
ido: /si quieres devolvernos/ todas las ignominias,/ …devuélvenos/ también/
nuestros cadáveres,/ enséñanos/ también/ los asesinos,
Nos conmocionamos ante la muerte
colectiva ocurrida en trágicas circunstancias (atentados o accidentes) de
personas que no conocemos, también de otros países, cuando los consideramos de
los “nuestros”, al tiempo que permanecemos impasibles ante la muerte, también trágica
y colectiva, de personas refugiadas, solo por el hecho de que éstas personas
pertenezcan a otros entornos culturales, que sòlo buscan un medio de vida que
les permita sostener a sus familias. La Martxa a Bruselas con el lema
“Derechos, no muertes” llevará esta denuncia a las puertas del Parlamento
Europeo en el mes de septiembre. Miles de personas mueren todos los años
intentando llegar a las costas de España. Embarcan con miedo y mueren porque
son pobres y porque son valientes. «Hay que ser muy valiente para vivir con
miedo./ Contra lo que se cree comúnmente, no es siempre el miedo asunto de
cobardes./ Para vivir muerto de miedo,/ hace falta, en efecto, muchísimo valor.
» (Ángel González).
Siempre se puede ir más lejos en
la degradación del nivel de civilización, incluso añadiendo escarnio a la
muerte, ya de por sí irreparable. El desprecio a los cuerpos de los fallecidos,
asesinados o desaparecidos en los tránsitos migratorios. “devuélvenos/ también/
nuestros cadáveres”. Vimos cómo el gobierno de Marruecos se prestaba a enterrar
en 24 horas a los asesinados en la valla de Melilla para que no pudieran ser
identificados. Ocurre lo mismo con muchísimos de los muertos o desaparecidos en
el tránsito migratorio, sea en los desiertos, ahogados, desaparecidos por las
mafias y policías en todo el mundo.
“El desprecio del poder por la
dignidad de los muertos es escandaloso, tumbas anónimas por doquier, ningún
esfuerzo por permitir a las familias conocer el lugar donde reposan los cuerpos
de sus seres queridos”
«La civilización concierne a la
relación entre los vivos y los muertos; dice Santiago Alba Rico, «Civilización»
significa, antes que nada el derecho de los vivos a enterrar honrosamente a sus
muertos, … Si los difuntos desaparecen sin dejar rastro, sin que podamos
invocar su nombre o localizar su tumba, no están muertos; si quedan
incompletamente muertos en harapos de bruma, fuera de su propia sociedad, es la
nuestra la que se convierte en «fantasma sin pasado, atado por las cadenas
inaudibles de su propia inconsistencia».
El desprecio del poder por la
dignidad de los muertos es escandaloso, tumbas anónimas por doquier, ningún
esfuerzo en realizar pruebas de ADN que pudieran permitir a las familias
conocer el lugar donde reposan los cuerpos de sus seres queridos, recordarles
con menos dolor, recordar significa literalmente volver a pasar por el corazón
dice Yayo Herrero y continúa: «El poder autoritario proscribe el recuerdo de
aquello que le amenaza. También de aquello que le avergüenza, de lo que es
imprescindible para mantenerse pero es impresentable.».
Cuenta Tahar Ben Jelloum en
Oración por el ausente que un viernes de agosto una densa muchedumbre había
acudido a la mezquita de Mulay Idriss de Fez, el cheij pronunció una lección en
la que se denunciaba la vanidad de los poderosos y la falta de dignidad de los
que se habían conformado con la humillación cotidiana. Después requirió de la
asistencia que se rezase la oración por el ausente. Sin prosternarse, oraron
por unos cuerpos ausentes, unos cuerpos anónimos, desaparecidos, enterrados en
suelo lejano, envueltos en la soledad de las arenas o en las olas de algún mar
embravecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario