TRAGALUNAS
DUNIA SANCHEZ
La luna mengua y es la madrugada. Traga lunas sale con su barca al encuentro de los infinitos misterios de la mar. Traerá la verticalidad en su espalda y se hallará contento. Son horas en que la nada lo engulle. Son horas en queda las pisadas se hacen mudas en la avenida de esa bahía desde se embarcar´. Son horas donde su cuerpo agarrotado aun en el sueño planeará junto a la inmensidad del océano. Son horas donde los ojos parecen dormir. Y la luna mengua y es la madrugada y Tragalunas comienza su labor…su dura labor. Marinero en todas sus vertientes y sin el temor un mar tirano, grotesco, agrieta se lanza a su profesión…la de pescador una y otra vez cada jornada donde la luna reluce su blancura.
La mar
está fea, se dice para sus adentros. Sin embargo, el no se lo piensa y se
introduce en esa masa violenta. Tragalunas profundiza en la distancia, aunque
el tambaleo de su barca sea peligro, sea a lo mejor un adiós a este mundo de
vivos. La luna mengua y es la madrugada y Tragalunas sabe que no va pescar nada
que se ha metido por la mera rutina de sus días entregado a la mar. Y se da
cuenta que la feroz marea no lo dejará volver a la orilla. Y sabe que su mirada
tímida, imprecisa no será recuerdo de nadie. Y sabe que su soledad es hija de
las mareas. Tragalunas, sin miedo, sin apagarse como una ola gigantesca
aberrante lo escupe fuera de su barca…de su vieja barca y Tragalunas en su
primera visión es agarrado por el llanto de las sirenas. Y Tragalunas cree en
su muerte, en su tumba en aquello que le dio la vida, su entereza. Y Tragalunas después de unas horas despierta,
en la orilla, rodeado de gentes inexistentes en sus días atrás. Tragalunas se
siente conforme, fatigado, con su respiración jadeante como si fuera él último
aliento, pero sonríe. Su amante, la mar, lo ha entregado de nuevo a esa bahía
donde creció. Es el amanecer…un
despertar de su dejadez, de su mirada retraída donde las ballenas cantan. Sus
labios pronuncian algo ajeno a los que le rodean. Tragalunas se levanta, solo,
con la mirada estupefacta de los que allí se encuentran y con sus ojos
estáticos en el horizonte de ese océano llora. Nadie entiende. Nadie quiere
entender y se alejan. Tragaluna y la mar. La mar y Tragalunas. Con la lentitud
que se mima a un amante bebe de esa agua salada. Con la lentitud de un deseo
reprimido muchos años penetra en el agua, ahora, quieta, armoniosa. Le llega
hasta su cintura y el parece sumirse en un súbito placer. Ha perdido su barca y
él también quiere perderse. Y Tragalunas escucha que lo llama el llanto de las sirenas,
el llanto de un océano en su danza con los muertos. Adiós Tragalunas. Adiós …
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