BOMBAS CON DEDICATORIA
Portales de
Ucrania están recaudando fondos para el ejército ofreciendo a los ‘donantes’
poner mensajes en las bombas que se lanzan contra los rusos. Esta banalización
de algo tan atroz como una guerra choca con los “valores europeos” que se dicen
defender
MARCO SCHWARTZ
Bombardeo ruso en la región de Járkov.
Leo en The Washington Post una noticia sobre un novedoso sistema online de recaudación de fondos para sufragar la resistencia de Ucrania frente a la invasión rusa. Consiste en ofrecer al público de cualquier parte del mundo, a cambio de una contribución económica, la posibilidad de inscribir mensajes en las carcasas de las bombas, misiles o cualquier artefacto explosivo que se disparan contra las tropas rusas.
De acuerdo con la información, el portal de crowdfunding más destacado es Sign My Rocket (Firma mi proyectil), que de momento ha recolectado más de 150.000 dólares por mensajes variopintos como “De la OTAN con amor”, “Saludos desde Texas”, “Putin, di hola a mi pequeño amigo. Los Sebrens” o “C & J.2021”, este último a petición del director de una compañía de comercio electrónico de Dallas, Colin Smith, en que figuran las iniciales de él y su esposa junto al año de su boda. Los precios varían según la envergadura del objeto explosivo, el mínimo es 3.000 dólares.
Este floreciente método de
recaudación no está oficialmente autorizado por las autoridades ucranianas,
pero funciona sin ninguna cortapisa. Según explica el cofundador de Sign My
Rocket Anton Sokolenko, la empresa tiene contactos con distintas unidades
militares ucranianas y la operación se realiza directamente con ellas: les
transmite las peticiones de los donantes y, con el dinero colectado, les compra
materiales que necesitan para enfrentar a los rusos. Supongo que una buena
tajada de los ingresos se queda en los bolsillos de Sokolenko y sus socios por
su trabajo de intermediación, pero eso es lo que menos me preocupa del tema. Lo
realmente perturbador es la banalización extrema de un hecho tan atroz como una
guerra por parte de todos los implicados en la iniciativa: sus promotores, los
‘donantes’ y los responsables de las unidades militares que se prestan para
llevarla a cabo.
Este tipo de mensajes no son
nuevos. La diferencia es que antes los escribían los soldados por iniciativa
propia, como un mecanismo de estimulación en medio del fragor del conflicto, y
ahora responden a una especie de estructura comercial en la que personas
cómodamente instaladas en el salón confortable de su casa puedan entretenerse o
lucirse ante sus amigos ordenando grabar en misiles la primera ocurrencia que
se les pase por la cabeza. Convendrán en que estamos en un nivel superior de
frivolización del horror.
No hay que ser un estudioso de
las guerras para saber que las bombas que tan alegremente se firman no van a
caer en el Kremlin sobre la cabeza de Putin, sino que lloverán sobre jóvenes
soldados, algunos de rostros tan infantiles que parecen recién destetados, cuyo
trágico destino es haber sido enviados por un déspota al frente bélico. Por
supuesto que no todos son una perita en dulce. Más de uno despedazaría con sus
propias manos al primer ucraniano que se le atraviese en el camino y con gusto
escribiría en las bombas de su bando mensajes similares a los de los
proyectiles que le caen encima. Pero incluso ellos son víctimas de la guerra.
No son ellos quienes la han declarado, y muchos seguramente preferirían estar
ahora en un bar tomando despreocupadamente unas cervezas con los amigos. Han
sido arrastrados a la contienda por fuerzas superiores; su deshumanización
forma parte de la fórmula para mantener en alto eso que en la jerga castrense
se llama la moral de la tropa. No se me ocurre ningún ejército que, en una
guerra, quiera soldados con escrúpulos morales o que sienta compasión por el
“enemigo”. Y entrecomillo la palabra porque esa enemistad no la han elegido
ellos; les ha sido impuesta.
En estos tiempos, más que nunca,
debemos estar muy alerta ante lo que Umberto Eco denominó la “construcción del
enemigo”, para no caer en trampas que se nos tienden desde todas las partes. El
hecho de detestar a Putin no debería llevar a ninguna persona que se precie de
civilizada a escribir o festejar mensajes en las bombas que matan o dejan
amputados a los soldados rusos. Eso choca frontalmente con los “valores
europeos” que nos ufanamos de estar defendiendo en este conflicto. Hay quien
dirá que me estoy centrando en un hecho anecdótico frente a la brutalidad de la
ofensiva militar rusa, pero considero que las anécdotas son en muchas ocasiones
reveladoras de estados de opinión y no todo puede valer en la estrategia contra
la agresión de Moscú.
Quizá sea este un buen momento
para leer (o releer) ‘Sin novedad en el frente’, del alemán Erich Maria
Remarque, o ver alguna de las dos excelentes versiones cinematográficas que se
han hecho sobre la sobrecogedora novela, la de Lewis Milestone de 1930 o la de
Delbert Mann de 1979. La obra narra las vicisitudes de un grupo de amigos
recién salidos del colegio que, animados por un profesor fanático, se alistan
en el ejército para combatir en la Primera Guerra Mundial. Unos van al frente
con la excitación pueril de quien participa en una aventura grandiosa; otros
acuden con inquietud y dudas, entre ellos el protagonista, Paul Bäumer. Este
descubre, en medio de la crueldad de la contienda, que su antigua pandilla se
ha deshumanizado, que tanto él como sus amigos se han transformado en seres
brutales e insensibles. La grandeza de la novela estriba en que narra la guerra
desde la perspectiva de los “malos” y logra que sintamos compasión por ese
puñado de jovencitos arrastrados al infierno. Que entendamos que ellos también
son víctimas de la locura bélica y no merecen que frivolicemos con su
desgracia.
Yo leí la noticia hoy en el Diario de Avisos y no.me lo podía creer. Nos hemos vuelto todos locos? Es que vale todo? Y los sentimientos, y las conciencias. Y me da igual hacia qué lado caigan bombas, que no deberían de caer en ninguna parte, pero en eso no se piensa. Quizá porque eso no vende
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