¿HA RENUNCIADO LA DERECHA A LA DEMOCRACIA?
Juan Carlos Monedero
Siempre nos construyen nuestros enemigos
Como contó con detenimiento el historiador Eric Hobsbawm, las revoluciones de 1848, una derivada de la irrupción del pueblo en la historia a partir de la Revolución Francesa de 1789, consiguieron el sufragio universal masculino como contrapartida para abandonar las barricadas. En el ámbito occidental, todo el siglo XIX fue una lucha constante para hacer cierta esa extensión del sufragio, con discusiones alambicadas e idas y venidas sobre el umbral de renta o el tipo de empleo que había que poseer para tener el derecho al voto. También con asonadas militares y guerras civiles para impedirlo o para matizarlo y donde el protagonismo correspondía más a fracciones de la burguesía enfrentadas entre sí que a los sectores de populares (incluidos los pueblos indígenas y afrodescendientes, que deberán esperar al siglo XX para empezar a visibilizar sus reclamaciones).
Siempre nos
construyen nuestros enemigos, especialmente cuando la consciencia y la
organización ponen en peligro algún privilegio –evidente en conflictos de
clase, raza o género- o hacen más eficaz una agresión –propio de las guerras de
tipo imperialista o de descolonización-. La revolución mexicana de 1910 y la
rusa de 1917, con la generalización de la reclamación de derechos sociales,
terminarían ayudando a que los sectores latifundistas, empresariales y
financieros, apoyados puntualmente por clases medias, apostaran por el
fascismo, el nazismo y el franquismo (o, en otros lugares, por sus émulos). En
Europa, la derecha, que renunció a la democracia para mantener sus privilegios,
prefirió la guerra y perdió.
Tras ser derrotada
en 1945, principalmente por el esfuerzo bélico de la Unión Soviética –que
empezó a pararle los pies a los nazis en Stalingrado (actual Volgogrado)-, la
derecha occidental sufrió su más dolorosa experiencia. La Constitución francesa
de 1946, la italiana de 1948, la alemana de 1949 o la Declaración Universal de
los Derechos Humanos de 1948 las escribieron, entre otros, héroes de la
Resistencia. El Zeitgeist (el espíritu de la época) era progresista en la
política, el derecho, la economía y la cultura. La imposición del modelo
neoliberal en los 70 y 80 vino para revertir esa derrota. No en vano empezó con
el golpe contra Salvador Allende en Chile en 1973 y la imposición del modelo
económico autoritario de Milton Friedman, el discípulo de Friedrich Hayek.
Estados Unidos, en
franca decadencia, está protagonizando la violencia ante el cambio de modelo.
Dos grandes
movimientos volvieron a activar a la derecha. Por un lado, el auge de las
protestas antiglobalización y las reclamaciones contra el neoliberalismo. Estas
fueron plurales y globales como el propio capitalismo. Su presencia se rastrea
por todos lados. Van del fraude electoral en 1988 en México contra la
candidatura de Cuahutemoc Cárdenas –opción crítica con el giro neoliberal del
PRI de Miguel de la Madrid- a la reciente victoria de Gustavo Petro en
Colombia, pasando por el Caracazo, las primaveras árabes, las cumbres contra el
FMI y el BM, el 15M, Occupy Wallstreet y tantas otras. Al tiempo, la izquierda
que renunció a la lucha armada y optó por la salida electoral empezó a ganar
elecciones con un discurso y un programa claramente críticos con el
neoliberalismo (a los que se han ido sumando las reclamaciones
medioambientales, feministas y decoloniales y la paulatina desaparición del
modelo unipolar salido del fin de la guerra fría).
Esta doble vía
electoral y de protesta han generado una nueva etapa de conflicto que se
expresa con creciente dureza entre los que quieren regresar al privilegio del
liberalismo previo a la consecución de derechos políticos y sociales y los que
quieren repartir equitativamente las ventajas de la vida social. En esa pelea,
y de manera cada vez más evidente, la derecha está abandonando la democracia. Y
Estados Unidos, en franca decadencia, está protagonizando la violencia ante el
cambio de modelo, expresada en la represión policial de la comunidad negra y
latina en el país, en los crecientes niveles de miseria en los cinturones
urbanos, en los bloqueos a los países que intentan modelos alternativos, en la
manipulación mediática y en la guerra de Ucrania como antesala de la
confrontación con China.
La extrema
derecha asaltando el Capitolio
La irrupción del
Tea Party la victoria de Ronald Reagan, la candidatura de Sarah Palin, el
fraude electoral que dio la victoria a Georg Bush frente a Al Gore o el triunfo
electoral de Donald Trump gracias al apoyo mediático, son hitos del vaciamiento
democrático de los EEUU. La derrota de Trump a manos de Joe Biden ha ahondado
en la renuncia en el Partido Republicano a las reglas democráticas. La
estrategia de desconocimiento de las reglas democráticas -que incluye el abuso
de las redes sociales, el nombramiento de jueces reaccionarios en el Tribunal
Supremo, la autorización de la violencia policial o la amenaza militar- se
expresa también en la influencia del trumpismo en la extrema derecha en Europa
y en América Latina.
La entrevista que
publica el diario The Guardian el 21 de agosto al político republicano Rudy
Bowers es estremecedora. Acerca un poco más la tesis de que EEUU puede estar al
borde de una guerra civil y, de manera aún más clara, demuestra que una parte
sustancial del Partido Republicano ha decidido desconocer el Estado de derecho
y la Constitución norteamericana.
Rudy Bowers era el
Presidente de la Cámara de Representantes de Arizona y se presentaba a la
reelección. Fue derrotado por David Farnsworth, otro republicano, en esta
ocasión apoyado directamente por Donald Trump. La nueva Roma paga bien a sus
leales. Farnsworth asumió la tesis de que las elecciones de 2022 fueron
arrebatadas ilegítimamente a Trump. Recuerda The Guardian que en la campaña contra
Bowers, Farnsworthe señaló que quien le robó las elecciones al candidato
republicano fue "el mismo diablo" de una manera "satánica".
Se hace cierto que todo lo que se usa contra un adversario al que se ve externo
–y que por su condición externa justifica el terrorismo de Estado, el uso del
deep State, quebrar el estado de derecho, ejecuciones extrajudiciales o acosos
civiles- termina sufriéndose dentro.
El escenario de los
que se resistían a usar las mascarillas durante la pandemia ya le había dado alguna
pista. Siempre hay señales que advierten del peligro a la democracia, aunque el
deterioro general de los medios de comunicación dificulta verlo.
Donald Trump y su
abogado Rudy Guliani (quien fuera alcalde por el Partido Demócrata en Nueva
York entre 1994 y 2001 y a quien Trump habría ayudado en un momento de
depresión y alcoholismo) fueron los encargados de presionar a Bowers para que
"encontrara" donde fuera y como fuera los 11.000 votos que le habían
hecho perder en ese Estado al presidente del pelo naranja. Bowers, un mormón de
ideas profundamente conservadoras ("familia, fe, comunidad"),
reconoce en la entrevista que siempre pensó que serían los demócratas los que
traicionarían a una Constitución que el político republicano ve inspirada por
Dios (es decir, la polarización en los EEUU, como en todos nuestros países,
crea nichos de sentido y dificulta a mucha gente entender la realidad). Cuando
el político republicano vio que los que estaban desconociendo la Constitución
eran los suyos se quedó "boquiabierto" (aunque, señala, el escenario
de los que se resistían a usar las mascarillas durante la pandemia ya le había
dado alguna pista. Siempre hay señales que advierten del peligro a la democracia,
aunque el deterioro general de los medios de comunicación dificulta verlo).
Trump y Guliani,
continúa The Guardian, le hicieron saber a Bowers que habían detectado en
Arizona a "200.000 inmigrantes ilegales y 6000 personas muertas" que
habían votado. Si aquello no bastaba, le contaron que existía una "Ley
arcana de Arizona" (Arcane Arizona Law) que permitiría a los republicanos,
en ese momento en el poder en el Estado, prescindir de los electores de Biden y
mandar al Congreso a los seguidores de Trump. Es decir, le exigían a Bowers que
anulara el resultado de las elecciones. Por si fuera poco, John Eastman,
profesor de derecho, director del Centro de Jurisprudencia Constitucional
(instituto vinculado al Think Tank conservador Claremont Institute), y antiguo
decano de la Escuela de Leyes de la Chapman University, exhortó a Bowers a
quitar la certificación electoral a los votantes y a dejar que los tribunales
solventaran el asunto, es decir, que robara las elecciones, impidiera el
nombramiento de Biden y confiara en una justicia que ya no lo era para lograr
en las salas judiciales lo que no habían logrado en las urnas:
"simplemente hágalo y deje que los tribunales resuelvan todo". Todo
un decano de una prestigiosa facultad de leyes norteamericana. Lo que está
pasando con el lawfare (la guerra jurídica contra la izquierda) en Argentina
con Cristina Fernández de Kirchner y el Partido Justicialista, en Brasil con
Lula, Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores, en Ecuador con Correa y
el Movimiento País o en España con Podemos forma parte de un comportamiento
repetido por el conservadurismo de todo el mundo. Trump ha sido el espejo. Pero
el espejo refleja el comportamiento de la derecha en prácticamente todo el
mundo.
El decente político
republicano tuvo que soportar que matones armados y tatuados con símbolos de
extrema derecha le acosaran en su casa, le amenazaran de muerte e intentaran
invalidarle en sus derechos civiles acusándole de "pedófilo". Les dio
igual que su hija, enferma de cáncer y moribunda, estuviera en la casa. Y
también tuvo que ver cómo el Comité Ejecutivo del Partido Republicano de
Arizona le censurara y le dijera que "ya no era un republicano de buena
reputación". Así hasta su expulsión del congreso de Arizona. Todos los que
ganaron las postulaciones a Gobernador, senado, Fiscal General del Estado y
secretario de Estado en Arizona en las elecciones en las que Bower fue
expulsado son fanáticos de Trump, continúa el periodista de The Guardian, Ed
Pilkington. El candidato a la Secretaría de Estado es Mark Finchton, miembro de
la milicia nacionalista de extrema derecha Oath Keepers. Estuvo en el asalto al
Capitolio el 6 enero de 2021, donde murieron cinco personas y se han suicidado
cuatro policías de los que repelieron el ataque (¿presiones? ¿Mala conciencia?
¿Otros causas no explicadas?).
De
Washington a Buenos Aires pasando por Madrid y Roma
Esta semana el
fiscal Diego Luciana, un jurista con claras vinculaciones con el anterior
Presidente de Argentina, Mauricio Macri, ha pedido, sin pruebas, una pena de 12
años e inhabilitación perpetua para la ex Presidenta Cristina Fernández de
Kirchner. Nadie duda de que ha sido un juicio plagado de irregularidades y
sobre el que el ex magistrado de la Corte Suprema Raúl Eugenio Zaffaroni, uno de
los juristas más prestigiosos de Argentina, América Latina y el mundo, ha dicho
que se trata de una farsa donde "el propio funcionamiento institucional,
enroscado en sí mismo, está produciendo una catástrofe que se está cargando a
la República y la Democracia". Y donde el Poder Judicial, añade, amparado
por unos medios que actúan como un monopolio, "protagonizan un show
grosero" donde unos jueces "juegan a la política y protagonizan el
juicio oral con el final sabido más vergonzoso que nunca se haya visto".
Conseguir en los
tribunales lo que no consiguieron en las urnas. Pero con un agravamente, como
ha recordado la ex Presidenta, respecto de lo que le pasó a Lula Da Silva en
Brasil. Porque es cierto que allí igualmente un juez corrupto y prevaricador
encarceló sin pruebas a Lula, que le sacaba 20 puntos de distancia a Bolsonaro,
pero finalmente el Tribunal Supremo falló a favor de Lula. En Argentina, el
Tribunal Supremo es parte de la farsa y una parte del ejército y la policía aún
justifica la desaparición de 30.000 argentinos durante la dictadura. En
definitiva, se trata es de un intento de proscripción de millones de argentinos
que votaron por CFK, como se la conoce popularmente. La derecha argentina está
renunciando a la democracia. Cuando pierden las elecciones y no le tienen miedo
al pueblo, les regresan los malos pensamientos. Y cuando ganan, como en Hungría
o Polonia o, con bastante probabilidad, en Italia, la extrema derecha convierte
en ley su autoritarismo. El fantasma de los años treinta del siglo XX recorre
el mundo. Y da miedo.
La derecha puede
decir una cosa y la contraria, robar y criticar la corrupción política, mentir
y bramar contra la falta de sinceridad en la política, acusar de inmorales a la
izquierda y formar al tiempo parte de redes de corrupción, de tráfico sexual y
de drogas. Hablar en nombre de la patria y robar constantemente a la patria
Defender
la democracia vaciada o apelar a la creatividad
La izquierda está
defendiendo la actual "democracia vaciada" (Peter Mair, Boaventura de
Sousa Santos, Colin Crouch), mientras que la derecha ha renunciado a todas esas
partes de las constituciones liberales que les frenan. La izquierda está
enajenándose el apoyo de los enfadados defendiendo Gobiernos que si bien
consiguen avances –pensemos en la subida del salario mínimo en España o la
reciente batería de leyes aprobadas en defensa de las mujeres y los sectores
más golpeados por la crisis-, apenas pueden poner parches a las enormes
desigualdades. Es más fácil que las eléctricas y los bancos se enriquezcan con
las crisis y las guerras que crear una banca pública o una empresa pública de
energía, ponerles un impuesto eficaz o parar un conflicto como en Ucrania. Como
venimos defendiendo, los que se benefician del sistema atacan el sistema y los
que no pueden superarlo con las reglas de juego vigentes, sosteniendo las
democracias liberales vaciadas. Y como la derecha tiene el monopolio de los
medios de comunicación, la lucha de la verdad contra la mentira es un lecho de
Procusto donde en el intento pierdes los pies o la cabeza. La incorrección
política le da réditos a la derecha, que puede decir una cosa y la contraria,
robar y criticar la corrupción política, mentir y bramar contra la falta de
sinceridad en la política, acusar de inmorales a la izquierda y formar al
tiempo parte de redes de corrupción, de tráfico sexual y de drogas. Hablar en
nombre de la patria y robar constantemente a la patria.
La verdad, pese al
optimismo de Hanna Arend después de la Guerra Mundial, no consigue hoy grandes
adhesiones. ¿Cómo va a ser falsa esa noticia –dice un padre a su hija en una
viñeta del argentino Daniel Paz que resume a la perfección el problema- si
coincide totalmente con lo que yo pienso? Las legiones van detrás de
identidades que te hacen sentir más fuerte y seguro, de liderazgos, lemas,
promesas de futuro, salvaciones, resurrecciones o certezas frente a los
enemigos. La verdad es incómoda, llena de matices, frágil y recelosa, tímida e
insegura. La derecha, como la expresión política del poder, siempre ha
recurrido a la mentira, salvo cuando ha sido derrotada. La izquierda, como la
expresión política de los que buscan la igualdad, siempre ha creído que la
verdad es revolucionaria. Y tiene otra vez como misión organizar el
desconcierto, instruirlo y dotarle de un entusiasmo que sea más atractivo que
la promesa purificadora de fuego y sangre que ofrece la derecha. Es tiempo otra
vez de política. Pero de una política creativa. Renovada. Intergeneracional.
Enfadarse con la política sin el antídoto de la organización es echar de comer
al fascismo. No se puede criticar una enfermedad enfermándote
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