CUANDO FRANCO LEGALIZÓ LA PROSTITUCIÓN
La
prostitución fue regulada por el régimen franquista durante más de una década,
mientras se lanzaba una dura represión contra las prostitutas
MARÍA LLINARES GALUSTIAN
Un grupo
de mujeres en la prisión especial de
Calzada de Oropesa, 1941.
Una multitud de paraguas naranjas y máscaras blancas se agolpaban bajo el sol el pasado 22 de junio a las puertas de la sede del PSOE, en la calle Ferraz de Madrid. Pancartas que rezaban “Ni víctimas ni esclavas. Nosotras lo decidimos. Tenemos derecho a trabajar” y “Nací libre. Ahora me quitáis ese derecho” dejaban evidencias de que dentro del feminismo existen distintas voces sobre un mismo asunto. Trabajadoras sexuales –como se hacen llamar–, mujeres en situación de prostitución –como las nombran desde los ámbitos abolicionistas–, o putas –como usan algunos coloquialmente–, se manifestaban en contra de la propuesta de ley firmada por el PSOE en el Congreso. Advertían que las medidas que introducirá –entre ellas, el castigo a la clientela y a las personas que se lucran destinando espacios para el ejercicio de la prostitución–, empeorarán sus condiciones de vida y de trabajo, forzándolas a ejercer en ambientes más inseguros y marginales. Los gritos de “¡Sois peores que Franco!”, impactaban contra los muros de la sede de Pedro Sánchez.
La consigna,
hiperbólica o realista, objetiva o subjetiva, establecía una comparación entre
los socialistas y el dictador Francisco Franco. De aquel PSOE clandestino queda
poco; de la huella del franquismo, en cambio, no se puede decir lo mismo. Desde
que el dictador obtuvo el poder definitivo, tras el final de la Guerra Civil,
la prostitución ha estado presente en su doctrina política. Pero ¿cómo actuó
Franco frente la prostitución? ¿Cuál fue su política y doctrina moral respecto
al comúnmente llamado empleo más antiguo de la humanidad?
En 1935, mediante
la aplicación de las ideas del higienismo social, el gobierno de la II
República declaró la prostitución como una forma de vida “no lícita” e “incompatible
con la dignidad humana”. Al mismo tiempo, empezaba a aplicar la noción de
“delito de contagio venéreo” y aplicaba la reclusión forzada de las mujeres
contagiadas. Tras la victoria del ejército sublevado y el ocaso del periodo
republicano, el recientemente constituido Estado franquista se dedicó a diseñar
mecanismos jurídicos con los que imponer su corpus moral. Quizá sorprenda que
este proceso incluyó que la puritana dictadura que conocemos legalizara la
prostitución durante más de una década.
Entre 1941 y 1956,
la prostitución en España fue legalizada y regulada por el régimen de Franco.
Para el Estado franquista, la vida sexual del pueblo era un asunto de primer
orden, ya que concebían la impudicia y la actitud pecaminosa como atentados
directos contra la patria. Así, como sabemos –y algunas han padecido–, se
estableció un fortísimo régimen moral vertebrado por los valores cristianos.
Pero, tanto ayer como hoy, las normas de conducta nunca fueron igualmente
concebidas para hombres y mujeres. Mientras a ellas se les exigía llegar
vírgenes al matrimonio, el único espacio en el que se consentía la sexualidad
femenina, ellos debían mostrar vigorosidad y experiencia. Pero ¿cómo iban a
ganar experiencia los jóvenes antes de casarse sin mancillar el honor de sus
novias? Ahí es donde entraban en juego las chicas consideradas impúdicas, las
jóvenes dedicadas al trabajo doméstico y las prostitutas. Puede decirse que la
prostitución para el franquismo fue una pieza clave en el orden moral de las
familias cristianas. En palabras de un jurista de la época: “La supresión de la
prostitución crea un problema sexual mucho mayor que su reglamentación”.
Puede decirse que
la prostitución para el franquismo fue una pieza clave en el orden moral de las
familias cristianas
No obstante, no
toda la prostitución fue tolerada por el franquismo. La prostitución callejera,
la de menores de 23 años –la mayoría de edad femenina estaba establecida en 25–
y la llamada “trata de blancas” estaban prohibidas. No había ningún problema en
que las mujeres ejercieran en burdeles, de forma invisible, oculta y sometidas
a controles policiales constantes. Pero cualquier “manifestación externa de
vicio” era duramente reprimida. Así, se decidió que el lugar lícito para el
ejercicio de la prostitución debía ser –como es habitual–, en los márgenes.
Ir a burdeles de
forma ocasional o con frecuencia era algo común para los hombres de este
momento desde edades muy tempranas. Era habitual que en los talleres los
capataces recolectaran fondos para llevar al aprendiz a que tuviera su primera
experiencia sexual en uno de ellos. El diario La Varguardia estimaba, en 1941,
que el número de prostitutas en Madrid superaba las 20.000. Las memorias de un
viajero norteamericano dan otra cifra:
“Madrid de por sí,
según las estimaciones de los oficiales católicos, cuenta con más de cien mil
prostitutas, entre las cuales unas cuarenta mil no tienen cartillas ni reciben
ninguna visita médica. Barcelona y Sevilla hormiguean literalmente de mujeres
hambrientas que están listas para entregar su cuerpo a cambio de un poco de pan
o equivalente”.
El mismo viajero no
se avergüenza a la hora de señalar que no ha visto antes a “chicas tan jóvenes
y hermosas a precios tan bajos”
El mismo viajero no
se avergüenza a la hora de señalar que no ha visto antes a “chicas tan jóvenes
y hermosas a precios tan bajos” como en Sevilla. Por su parte, un ciudadano
francés narraba lo siguiente acerca de los burdeles barceloneses de la década
de los 40: “No son ni rutilantes ni divertidos, como lo eran los nuestros […]
No tiene sala para café. Hay que tocar el timbre para entrar, subir al primer
piso y sentarse en una sala de espera”.
Aunque existía una
forma de prostitución consentida por el régimen, muchas mujeres prefirieron
ejercer en la clandestinidad. Ellas fueron uno de los objetivos de la política
moralizadora del franquismo. Cuando se encontraba a una de estas prostitutas
ejerciendo en el espacio público, era arrestada y sancionada con una multa, que
normalmente era conmutada con estancias en la cárcel de quince días, por lo que
se las empezó a apodar como “quincenarias”.
No debemos pensar
que, porque la estructura social y familiar premiada por el régimen argumentara
que necesitara de la prostitución para que los “vigorosos varones descargaran
sus instintos sexuales”, concebidos en este momento como irreprimibles; las
prostitutas no fueran objeto del paternalismo en el marco de la misericordia
cristiana. La Iglesia, Acción Católica y la Sección Femenina de la Falange, en
pos de mantener los valores sacros que caracterizaban al régimen, encabezaron
campañas con el objetivo de recristianizar y redimir a las que se conocían como
“mujeres caídas”.
Cuando se
encontraba a una de estas prostitutas ejerciendo en el espacio público, era
arrestada y sancionada con estancias en la cárcel de quince días
Encierro para las
“mujeres caídas”
Por su parte, el
Estado franquista, al que le pareció insuficiente el sistema de quincenas, creó
un procedimiento represivo particular para las mujeres reincidentes en delitos
relacionados con la prostitución clandestina. Así, un año después de la
legalización de la prostitución, se puso en marcha el Patronato de Protección
de la Mujer. Aunque el objetivo principal del Patronato fueron las “mujeres
caídas”, muchas otras que manifestaron actitudes irreverentes hacia las normas
sociales del régimen también pasaron por este sistema represivo. Se trataba de
una red de reformatorios y prisiones especiales, destinados a la reeducación
moral de las mujeres en los valores del régimen. Cuando una mujer acumulaba
varias detenciones por ejercer la prostitución clandestina era llevada a uno de
estos centros en los que pasaba de entre seis meses a dos años.
Estos centros,
dependientes de la Dirección General de Prisiones, buscaban alejar a las
prostitutas del espacio público y segregarlas del resto de presas, por
considerarlas una mala influencia. Muchas de ellas llegaban a los reformatorios
embarazadas y daban a luz en estos mismos centros, que normalmente estaban a cargo
de órdenes religiosas. El pensamiento que orientaba la actuación del Patronato
consistía en que el rezo y los trabajos manuales considerados femeninos, como
la costura, conseguirían redimir a estas mujeres.
Putas, “mujeres
caídas”, “mujeres de vida alegre”, “quincenarias”, trabajadoras sexuales… La
prostitución siempre fue una cuestión que captó la atención social, política y
moral. Corresponde a otro texto dilucidar el motivo. Virgine Despentes apuntaba
que “las prostitutas forman el único proletariado que conmueve a la burguesía”.
La cuestión es que ellas nunca formaron parte de lo visible, del foco, de la
página clara y blanca de la historia. Y la legislación regulacionista del
franquismo no cambió esto. Las prostitutas continuaron siendo objeto de la
represión y el enclaustramiento moral de la dictadura. Siguieron habitando el
margen, lo ilícito, en el no-lugar.
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