LA CALLE
DUNIA SANCHEZ
La calle.
La calle vacía. Desde su ventana se precipita una corriente de calor…demasiado
calor. Se fija en su mesa…una mesa revuelta de papeles donde están sus deseos,
sus sueños. Se deleite en la rutina de mirarlos estáticamente. Una carta de
amor…una carta de desesperación…una carta de su yo alargando el hombro a sus
inquietudes. Después, se establece en una calle de agosto, en una calle donde
las hogueras del verano lo entregan al sudor. Le sudan las piernas. Le sudan
los muslos. Le suda su estómago. Le suda la espalda. Le suda la frente. Gota a
gota cae en su suelo, tibio y descalzo se sienta en su escritorio de papeles
revueltos. Cartas que nunca envío solo, la lumbre de sus desvelos, de su
ensueño. Ahí su nombre, un nombre impronunciable. Mastica sus pensamientos y
siente la desdicha de la soledad. De no conversar con sus quereres. Solo, un
hombre solo en medio de una mesa revuelta cuando las temperaturas tambalean la
isla. Y tiembla. Y mira para la calle…una calle donde convergió en sus ayeres,
siempre, solo. Apartado de todo. Por un momento escucha el canto de un pájaro.
Un pájaro se pierde en el estrangulante calor, en el hastío de la tarde. Se da
cuenta de que no es el único. Invoca a las mujeres de negro de una esquina de la
calle. Mujeres de negro cautivadas por el dolor de esta esfera. Se da cuenta de
que se ha dormido y el delirio del calor hace estragos sobre él. Con su duelo
en la desolación llama a alguien, desmoralizado se pierde en un monólogo
continuo. La calle es yerma. La calle es áspera. La calle es intransitable y
las brumas enfermas de la climatología lo lleva al aislamiento. De nuevo en la
esquina las mujeres de negro. Hacen un coro, cantan a la dejadez, al desahucio
de este mundo carcomido, torturado por el humano y su amor vuelve Y su amor lo
besa y su amor le limpia el sudor y su amor le dice del dolor de la tierra. La
calle. La calle vacía. Mujeres de negro y un árbol que dice adiós.
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