BOB DYLAN, EL HOMBRE QUE CONTIENE MULTITUDES
PEDRO CALVO
Is it rolling, Bob? Segunda noche de advenimiento en Madrid. Todo rodó como la seda. Hay que darle la razón a Dylan: es una buena idea guardar el teléfono en una bolsa precintada mientras dura el concierto. La experiencia da paz, ayuda a la concentración. Arriba del todo en el escenario, a la izquierda según se mira, hay un foco solitario que apunta hacia el público con una discreta luz color diente de león. Ilumina al respetable para que nuestro amigo Bob Dylan –por siempre joven– pueda leer en los rostros de la peña cómo rueda la cosa. El respetable a su vez puede ver con poca luz pero con sus propios ojos lo que sucede en escenario, y no con los clisos de lo grabado en el teléfono al llegar a casa. Ya que estás ahí, te has gastado una pasta en la entrada y tienes delante de ti al jodido Bob Dylan, mejor atender a lo que importa. Hasta aquí el primer curso de óptica básica para la gira Rough and Rowdy Ways.
Monten rampas. En
tiempo y lugar fijado, suena Watching the River Flow para abrir boca. Cae una
lluvia fina y Dylan observa cómo fluye el río de la conciencia dentro de los
chubasqueros que nos han regalado antes de subir a las gradas. “La gente no
está de acuerdo en casi nada”, canta el gran monstruo de la música popular
moderna. Otra segunda idea de bombilla ha tenido el tipo que vierte su néctar
sobre el mar de chubasqueros salpicados de gotitas: Most Likely You Go Your Way
(and I'll Go Mine). Tú tira por tu camino, que Dylan tirará siempre por el
suyo. Anatema: el repertorio de esta gira se sale del sota, caballo y rey con
el sempiterno puñado de viejos éxitos. Ni piedras rodantes que son balas
perdidas, ni puertas del cielo giratorias ni príncipes vigilando el paisaje
desde la atalaya. El tema I Contain Multitudes utiliza en su título una
expresión del cenital bardo estadounidense Walt Whitman. Un tipo del siglo XIX.
Es lógico, porque Dylan se reclama de los grandes bardos de la poesía
anglosajona y hasta de los simbolistas franceses. Ampliando el foco, lo que
escribió Whitman pudo haberlo escrito perfectamente Dylan en la actualidad:
¿Me contradigo?
Vale, me
contradigo,
(Soy grande,
contengo multitudes).
Los viejos éxitos
estaban haciendo de tapón sobre las nuevas canciones. Sobra la condescendencia:
hay mucha vida a borbotones en el octogenario Bob Dylan. La mitad del
repertorio son las grandes canciones del espléndido último disco de estudio,
Rough and Rowdy Ways, que suena enterito. Suena lo nuevo salteado entre añejas
perlas cultivadas de carácter íntimo: When I Paint My Masterpiece, I´Be Your
Baby Tonight, To be alone with you… Dato: Dylan ha publicado recientemente el
disco Shadow Kingdom, que contiene elegantes versiones actuales de algunos
temas antiguos como los de esta noche. Van en clave de folk moderno y tienen un
aire íntimo y melancólico. Una visión ética del mundo, del amor, de sí mismo.
Esas piezas maestras forman parte del documental realizado por Alma Har’el, que
está por estrenar entre nosotros. Esta noche todo es suave como una rapsodia.
Todo es buen gusto, matiz, en este espectáculo delicado, dulcemente sutil, para
gourmets. La voz de Dylan suena de gloria. Incesantes recovecos rebuscándose
para sacarse los adentros con lúcida orientación. La feria de la sencillez ha
llegado a tu ciudad.
Sobra la
condescendencia: hay mucha vida a borbotones en el octogenario Bob Dylan
Si vieron aquella
potente serie televisiva Carnivàle (2003) entenderán mejor el periplo de Dylan
en este valle de lágrimas. Mostraba un circo desvencijado cruzando los
desiertos de Estados Unidos durante la Gran Depresión de los años treinta. Es
lo que Dylan soñaba y ha estado haciendo desde el principio de su carrera. En
medio del inhóspito desierto, el circo encontraba algún pueblo fantasma donde
se guarecía entre fantasmas. Un falso profeta, un jinete negro, un filósofo
pirata y otros tipos raros son hoy las atracciones del carromato de Bob Dylan.
Son sus nuevos fantasmas para conjurar en el imaginario de su fantasía. Los
músicos de la banda son rebuenísimos, huyen del perfeccionismo en favor de la
verdad instantánea. Ahí están, haciendo un gran trabajo con humildad. Arropan
al jefe que no se despega del piano en el centro del fuego de campamento: los
guitarristas Bob Britt y Doug Lancio, el contrabajista Tony Garnier, el
baterista Charley Drayton y el malabarista Donnie Herron al violín, la
mandolina y la guitarra steel. Dylan toca su piano como si saliera de un cuadro
de Toulouse-Lautrec. Tiene dos únicas posiciones: sentado y de pie, pero
siempre con las manos encima de las teclas. ¡Qué maravilla esa nueva canción
Key West (Philosopher Pirate)! Larga como la noche del alma.
Hemos cruzado el
rubicón del concierto. De los tiempos de aquel tórrido góspel en el que un dios
incierto puso nombre a los animales, el bardo rescata con torrencial frenesí
Gotta Serve Somebody. Ya sea al diablo o al Señor, tendrás que servir a
alguien. Como una ola se levanta I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You.
Viví plenamente esta canción cuando en 2020 salió el disco de las “toscas y
rudas maneras” que son pura ambrosía. Está montada esa pieza tan modernamente
dylanita en un pedal que se mece sobre la gondolera Barcarola que compuso
Jacques Offenbach en 1881. Algunas noches no fui feliz en aquel tiempo. Esa
canción del último Dylan me rescató de la tristeza cuando la muerte en Venecia
se derramaba sobre mí. A este lado de la playa, algunas madrugadas sentí el
rímel escurriendo por mis mejillas. Esa canción de Dylan fue mi bálsamo, me
ayudó a pasar la noche. Gracias, Bob.
Los músicos de la
banda son rebuenísimos, huyen del perfeccionismo en favor de la verdad
instantánea
Estaba escribiendo
en mi cuaderno que sonaba Tweedle Dee & Tweedle Dum, del disco Love and
Theft (2001). Nadie la esperaba. Un tipo grandote que estaba sentado a mi lado
me susurró al oído con acento anglosajón: “Un desvío de lo esperado”. Un
simpático intelectual de la pradera, con gabardina Pinkerton, prismáticos,
sombrero de cowboy y un vaso de cerveza en la mano. Siguió el rodante Bob
amparado en la madre de las musas, lanzando su adiós al mítico bluesman Jimmy
Reed, alzando su preciosa voz en la hora de la confesión. No me creo que su voz
esté moribunda. Acaba la música y Dylan sale a saludar. Clava las dos piernas
arqueadas sobre las tablas como un luchador de sumo. Levanta la cabeza y regala
una sonrisa, agradecido, triunfador. Guardaré este maravilloso concierto por
siempre en lo más hondo, en el bolsillo de las cosas que nunca se pierden.
Noches del Botánico se ha estrenado con una maravilla. Salí del recinto hacía
el metro y me encontré con una riada noctámbula de jóvenes estudiantes que
avanzaban en sentido contrario al mío, cargando bolsas con bebidas, rumbo al
botellón. Camino con la voz de Dylan jugueteando en medio de la feria de mis
pensamientos.
A veces me vuelvo y
hay alguien ahí, otras veces solo estoy yo. Estoy pendiente de la balanza de la
realidad del hombre Como cada gorrión que cae, como cada grano de arena.
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Tony Garnier al
bajo, el X-Pensive Wino Charley Drayton
a la batería, Bob Britt y Doug Lancio a las guitarras y Donnie Herron al pedal
steel, violín y mandolina.
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