UNOS A LAS CUEVAS, OTROS AL PARLAMENTO
Y OTROS A LA CARRETERA
JUAN CARLOS MONEDERO
Ione Belarra e Irene Montero en el Consejo
CIudadan
o Estatal de Podemos. Foto: Dani Gago
Si
propugnamos la fraternidad, ¿por qué nos la pasamos peleándonos entre nosotros?
Si participar activamente en un partido transformador es formar parte de una aventura guiada por la fraternidad, ¿por qué la historia de la militancia de izquierda es una historia siempre trufada de confrontaciones, odios, escaramuzas e incluso horrores? No debiera extrañar en la derecha (en España hemos visto cómo incluso han tirado de pistola para solventar cuitas y quién sabe si Pablo Casado no hubiera terminado, como tanto testigo de la corrupción, no pudiendo ser testigo de nada si hubiera perseverado en sus críticas). Pero en la izquierda, ¿no se trata de dejar el mundo mejor que como lo hemos encontrado? ¿Y de verdad que alguien cree que se mejora empeorándolo en ninguna forma, aunque sea purgando a tu compañero?
Decía la expresidenta argentina
Cristina Fernández de Kirchner que el mejor lugar para un joven es "estar
militando en una organización política". Uno imagina la juventud como ese
lugar de entrega y generosidad y entiende la bondad de esa propuesta. Hay una
mística de lo colectivo que solo se aprende conviviendo juntos y juntas en
organizaciones cuyos objetivos son más grandes que el egoísmo individualista.
La organización de la clase obrera coincidió con tiempo de guerras. Militante
viene de militans, el que se prepara para la guerra. Como expresión de quien se
adhiere a una organización y sus fines -políticos, culturales, teatrales,
poéticos, feministas, ecologistas- es una palabra mejorable. Pero no tenemos,
de momento, otra.
Pero no todo es tan sencillo. Cuando
uno escucha a los vástagos del Partido Popular ofreciendo, ya desde jovencitos,
prebendas a los suyos -recientemente copas y chupitos gratis en las discotecas
para los que tengan el carnet del PP, como ha defendido el secretario general
de las Nuevas Generaciones-, quizá habría que añadir que la virtud estaría en
militar en sitios donde la generosidad y el altruismo sean el objetivo, y no en
cualquier tipo de organización. Los cachorros del PP podrían habernos
sorprendido con propuestas para frenar, pongamos que el calentamiento global o
la vivienda juvenil. Pero no: si eres del PP, en las discotecas todo será un
poco más fácil.
Pasarte la juventud en el Ku Klux Kan,
en los Legionarios de Cristo, en un partido de extrema derecha, en una
organización terraplanista o en la mafia, lejos de producir conexiones
neuronales pertinentes para una vida respetuosa con los demás imagino que debe
generar cortocircuitos e incluso lesiones que se manifiestan después en las
probadas inhabilidades incluso para escribir unos pocos objetivos políticos en
una hoja de papel. A las diferencias entre un conservador y un neoliberal hay
que ir añadiendo la inteligencia.
No descarto que ofrecer copas gratis
en las discotecas tenga más éxito entre algunos jóvenes que un bono cultural
para ver cine o teatro, aunque estoy convencido de que esos mismos jóvenes,
cuando entren en la treintena y vean las consecuencias de las políticas de
"libertad contra comunismo", pedirán cuentas a alguien. Llegado el
caso, seguro que la derecha intentará que el cadáver del Cid redivivo,
expresado en alguna presentadora televisiva, le eche la culpa a la izquierda
para que los responsables se vayan de rositas. No va a ser fácil engañar a
tantos tanto tiempo, pero si la izquierda no alegra esa cara -sin caer en la
sonrisa hueca- le van a comer otra vez el bocadillo.
La militancia implica la puesta en
marcha de objetivos comunes a través de un trabajo colectivo que, en el caso de
la izquierda, tiene que ver con acabar con algún tipo de injusticia. Entonces,
¿por qué la militancia en los partidos progresistas genera tanto ruido en la
interna?
¿Qué no cuenta la
ciencia política de los partidos políticos?
Es un hecho que la teoría de partidos
políticos rara vez incorpora en sus análisis las luchas internas fratricidas,
algo que forma parte del día a día de estas organizaciones y que, junto a la
funcionarización, al tiempo que expulsa a los militantes con el estómago más
delicado, contribuye a la desafección de la ciudadanía respecto de los
partidos.
Esas luchas, a veces motivadas por
cuestiones ideológicas, por lo común están atravesadas por desencuentros
personales (que pueden implicar lecturas diferentes de lo que hay que hacer,
pero, por lo general, nada que no se pudiera solventar hablando). Aún menos
estudia la academia los intereses mezquinos, los puñales, las filtraciones y
mentiras de por medio, que florecen, especialmente en tiempos electorales,
cuando los cuadros en busca de un cargo compiten con otros compañeros de filas
por recursos que, por definición, son escasos.
Los politólogos, cada vez más
prescindibles, suelen preferir contar votos -con rigor, esto es, sin la
portentosa imaginación interesada de José Félix Tezanos, el director del Centro
de Investigaciones Sociológicas-, y no terminan de entrar en las cocinas partidistas
ni en asuntos de ideas y modelos de democracia. No vaya a colárseles la
ideología y no prosperen en la academia. He escuchado a profesores decir que
palabras como "neoliberalismo" o "capitalismo" son
ideológicas, pretendiendo que
"libre comercio" o "economía de mercado" no lo son.
Muy al contrario, la historia de los
partidos políticos y, con más frecuencia, las biografías (y autobiografías)
políticas, dedican buena parte de sus páginas a arreglar cuentas con los
propios, en una historia de divergencias que termina en alguna suerte de guerra
civil, purgas, expulsiones, difamaciones, abandonos y traiciones. Por supuesto,
las autobiografías siempre mienten o, en el mejor de los casos, exageran y
silencian.
Parece que la izquierda se pelea más
que la derecha, pero no me atrevería a decir que eso sea cierto. Las terribles
purgas de Stalin no tienen nada que envidiar a la noche de los cuchillos largos
(1934), donde Hitler no solo asesinó al ala izquierda del nacional-socialismo,
sino que también asesinó a los conservadores que le veían como un advenedizo.
Aznar purgó bien y bien purgó Rajoy. Purgó, en consecuencia, Pablo Casado antes
de ser él mismo purgado (quién se acuerda de Soraya Sáenz de Santamaría). Lo
que hace mejor la derecha es solventar sus asuntos de manera más discreta, pues
cuenta con la amable cortesía de los medios de comunicación, de los servicios
de inteligencia, de comisarios corruptos y de jueces.
Es conocida la sentencia atribuida al
expresidente italiano Gulio Andreotti, de que "Hay amigos íntimos, amigos,
conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y... compañeros de
partido". Tampoco es tan extraño. Con los adversarios políticos del campo
contrario se choca en las elecciones, en el Parlamento -con reglas tasadas- y en
los debates, además de que su existencia justifica la propia. Sin embargo, con
los propios, con los que se milita, se confronta tantas veces como se va a las
reuniones, son los que te conocen y te hacen más daño personal, los que
envidias y quienes te envidian, los que tienen los mismos argumentos generales
y similares lecturas. Son con quienes disputas los puestos internos y los
externos, y nunca odias tanto al candidato de otro partido que te ha derrotado
en las elecciones como al compañero que te ha "robado" la candidatura
a la Presidencia del país. A menudo, además, fueron en algún momento amigos (e
incluso amantes), lo que acentúa la condición de "traición" con la
que miras a tu compañero de militancia o de espectro ideológico.
El
que gana, dirige; el que pierde, acompaña
Esas desavenencias solo las solventa
la auctoritas del liderazgo máximo. Por eso, cuando la pugna es en lo más alto,
suele desembocar en que el perdedor termina marchándose. Salvo que haya
inteligencia política y, a fuerza de desperdiciar recursos con esas salidas, se
busquen fórmulas para evitar las deserciones. El peronismo lo tiene muy claro
cuando afirma que "el que gana dirige, el que pierde acompaña".
En México se venía discutiendo ese
comportamiento implacable de los ganadores, que hacía que los que disputaban el
puesto a presidente y perdían terminaban teniendo que cambiar de partido. La
idea de que "el que gana no lo gana todo y el que pierde no lo pierde
todo" la ha aplicado el presidente López Obrador en la suerte de primarias
para su sucesión que tendrán lugar en agosto (en México no hay reelección),
garantizando ya a los que queden segundos, terceros y cuartos espacios de
dirección en el congreso, en el senado y en el gabinete. En vez de desperdiciar
liderazgos, incorporarlos.
En España, Podemos lo intentó (para
romper lo que había pasado en el PP con Soraya Sáenz de Santamaría y en el PSOE
con Eduardo Madina) encargándole a Íñigo Errejón, el perdedor de Vistalegre II,
que fuera el cabeza de lista a la Comunidad de Madrid por la franja morada.
Pero el líder de Más País, mal lector del peronismo, decidió en secreto
organizar su propio partido, anunciándolo la víspera para que Podemos no
tuviera tiempo de organizar una alternativa. Ese desencuentro persigue a
Podemos, a Más País, a Más Madrid y a Sumar hasta hoy, con resultados inciertos
de cara a las elecciones del 23J. Las heridas se curan o se gangrenan;
raramente se olvidan.
La convivencia humana no es sencilla.
Que se lo digan a una comunidad de vecinos o al matrimonio. Los partidos son un
horror... con la excepción de cualquier alternativa política personalista. Y
son aún peor cuando en vez de muchos hay solo uno.
Los desencuentros airados dentro de
los partidos tienen casi siempre que ver con expectativas frustradas. Esas expectativas
pueden tener razones ideológicas o desencuentros en la táctica y la estrategia,
pero con mucha frecuencia tienen que ver con la disputa por cargos de dirección
en el partido, igual que con cargos institucionales y con trabajos
(remunerados) vinculados a la actividad del partido. A través de estos asuntos
materiales o ideológicos es por donde las élites aprovechan para fraccionar a
la izquierda, aislando a los menos dispuestos a rebajar su crítica,
confundiendo a los idealistas (a veces haciéndoles romper "por la
izquierda" alimentando su diferencia), comprando a los oportunistas y
negociando con los "realistas".
Algo que no gestiona bien la
izquierda, y es notable en los nuevos partidos, son las relaciones humanas. Los
partidos más asentados tienen protocolos claros, no argumentan sobre
comportamientos morales o supuestas coherencias ideológicas (que es por donde
se enmascara el autoritarismo o, cuando menos, la soberbia). Hay protocolos
bien definidos y probados en el tiempo y que se aplican, así como órganos que
deliberan, discuten, se reúnen y votan. El acoso a las fuerzas de la izquierda
por parte de las élites suele tener una victoria encubierta: convertir a esos
partidos en fuerzas obsesionadas por los enemigos exteriores e interiores, lo que
les lleva a cometer terribles horrores e, incluso, como en una profecía
autocumplida, dando la razón a los que te acosan. La convivencia humana no es
sencilla. Que se lo digan a una comunidad de vecinos o al matrimonio. Los
partidos son un horror... con la excepción de cualquier alternativa política
personalista. Y son aún peor cuando en vez de muchos hay solo uno.
De frentes amplios
y partidos-movimiento: Sumar y Podemos
En el siglo XXI, es prácticamente
imposible que ninguna fuerza de izquierda represente en solitario a una
sociedad donde casi todo el mundo tiene criterio, aunque equivocado, sobre
muchísimas cosas. Contrasta el desinterés por las cosas colectivas con la
cantidad de "certezas" o "intuiciones" que tiene mucha
gente sobre la marcha de su sociedad (y ahí caben los bien informados como los
terraplanistas, conspiranoicos, científicos convencidos de que nos fumigan,
filósofos enamorados de sí mismos, testigos de las armas de destrucción masiva
o probos ciudadanos que conocen a un inmigrante que cobra el bono social y
tiene un Porsche. O dos.).
Los partidos, que en la segunda mitad
del siglo XX ayudaron a articular la voluntad colectiva, tienen que volver a
ayudar a conformarla. En su pluralidad. En competencia con los medios de
comunicación y las redes sociales. Instrumentos de intermediación que, junto
con los propios errores de la izquierda, han llenado Europa de frustrados,
egoístas, atemorizados, negacionistas de evidencias y odiadores envidiosos.
No creo que nadie aprenda hoy de la
experiencia del fracaso de la izquierda. Nadie escarmienta en cabeza ajena.
Aunque, a veces, brilla un rayo de luz. Es de una generosidad enorme que la
dirección de Podemos, en un momento de posible involución política en España,
en vez de mandar a Sumar a paseo (argumentos tenía), haya decidido, entre otras
cosas, asumir el veto a parte de sus principales cuadros, aceptar puestos de
salida que pueden perfectamente no serlo y desaparecer prácticamente de
Andalucía, Catalunya, Madrid y Comunidad Valenciana (donde otras fuerzas,
además, se presentan con sus propias siglas). No es nada fácil para una fuerza
de izquierda justificar que, cuando la caverna ataca a sus líderes políticos,
la opción es retirarles el apoyo, aun más en el fragor de las redes celebrando "la
derrota" o con los miembros de la "izquierda ganadora"-o sus
periodistas estrella- jugando a humillar. No ha debido ser nada fácil para la
dirección de Podemos permitir que partidos que, a día de hoy, tienen un solo
diputado estén en la lista de Madrid por delante de la secretaria general de
Podemos, que ha tenido, como Unidas Podemos, 35 diputados en la anterior
legislatura.
Economistas que, pese a fallar en el
100% de sus predicciones, siguen cobrando por jugar a adivinos o sociólogos
alquilándose para que las encuestas digan lo que interesa a sus pagadores.
La alternativa podía estar llena de
dignidad, pero demasiada gente no la habría entendido. Al menos ahora. Esa
generosidad le permite a Podemos, y en concreto a Ione Belarra e Irene Montero,
intentar la reconstrucción de la franja morada después de las elecciones del 23
de julio.
La izquierda se la juega en los
diagnósticos. Ojalá la academia brindara una mirada no ideológica que fuera
respetada por la sociedad. Aunque, como digo, cuando vemos a filósofos que en
vez de amar la verdad se aman a sí mismos y sus cacofonías, a politólogos que
siguen defendiendo el bipartidismo, a economistas que, pese a fallar en el 100%
de sus predicciones, siguen cobrando por jugar a adivinos o a sociólogos
alquilándose para que las encuestas digan lo que interesa a sus pagadores, la
esperanza se diluye.
El momento más luminoso de Podemos fue
cuando había diferentes opiniones en su seno y, tras debatirse todos los puntos
de vista, salía como consenso la síntesis más virtuosa. Cuando termine la
campaña electoral, donde Podemos tiene que darlo todo apoyando a Sumar y a
Yolanda Díaz, deberá empezar a dedicarle tiempo a organizarse como
partido-movimiento. No repetir el error de juntar cuadros institucionales y
cuadros del partido, ganarse, a fuerza de argumentar y debatir, que las ideas
del partido sean las que expone la dirigencia y no las que vengan de fuera,
recorrer todo el país pueblo a pueblo, escuchar a los círculos como la parte
más democrática de la organización, interceder en las disputas en los
territorios sin expulsar a nadie, aprender a desterrar la soberbia y a decir
"me he equivocado".
Movimiento Sumar, aunque quiera
constituirse en partido, no va a poder ir más allá de ser una coalición
electoral (el frente amplio que venimos defendiendo). A día de hoy no tiene ni
cuadros ni liderazgos ni estructura ni cohesión ideológica. Sus partes
territoriales han demostrado, además, que su principal interés está
precisamente en los territorios. Si ayuda a lograr repetir los 35 diputados de
Unidas Podemos, bienvenido sea.
Pero la fuerza que nació de las calles
y mejor representó aquella indignación tiene que recuperar la frescura que ha
perdido habitando las instituciones. Porque no es verdad que el ciclo de
impugnación se haya acabado: lo que pasa es que lo está reclamando la extrema
derecha. Vamos a tener, con cierta urgencia, que volver a mandar a las cuevas a
los neandertales de la derecha y de la extrema derecha. Que se creen con
derecho a decir estupideces y a contarnos que tienen derecho a decirlas. Y
recordarle al PSOE que con miedos, te devoran. Toca ahora ganar las elecciones
y seguir luego trabajando de otra manera pero con la misma determinación.
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