EL MONSTRUO QUE COMBATES
No
es posible enfrentar a la ultraderecha con las armas de la ultraderecha y en el
terreno de juego que la ultraderecha ha embarrado contra ti. La táctica es tan
torpe que se parece demasiado a una rendición sin condiciones.
JONATHAN MARTÍNEZ - CANAL RED
Hace cerca de una década, cuando una nueva hornada de partidos xenófobos empezó a germinar por toda Europa, algunos medios de comunicación se preguntaban si aquello no era más que un amago inofensivo o si, por el contrario, veríamos a los líderes neopopulistas encaramados a las butacas de los gobiernos. Es verdad que existía el precedente de Jörg Haider y el FPO en el Ejecutivo austriaco, pero algunas de las profecías más aciagas que se formularon entonces han terminado por cumplirse. A los conservadores de Polonia y Hungría hay que sumar ahora el reinado de Meloni y las alianzas derechistas de Finlandia, Letonia y Suecia.
La respuesta
sanitaria contra Le Pen en Francia o contra AfD en Alemania ha sido terminante.
Sin embargo, la ultraderecha cumple una función en el juego de relaciones
capitalistas que apunta mucho más allá de los repartos ministeriales. El
objetivo es intervenir en la agenda mediática, normalizar el racismo o el
sexismo, criminalizar cualquier movimiento emancipatorio y ocultar las
relaciones de poder bajo un frondoso manto de himnos fanáticos y banderas
nacionales. No sirve de nada arrinconar a las formaciones fascistas si los
viejos partidos liberales terminan asumiendo el programa ultra en sus acciones
de gobierno.
En España, la
ultraderecha ha dirigido sus odios contra el independentismo y las izquierdas.
Primero fue el referéndum catalán. Al calor de los cuarteles y dopado por las
cadenas de televisión, Vox salió de la marginalidad y entró por la puerta grande
de las instituciones regalando la Junta de Andalucía a Juan Manuel Moreno.
Después, cuando Sánchez e Iglesias firmaron su acuerdo de gobierno, los
hooligans la tomaron contra el vicepresidente y su familia. El PP hizo tres
cuartos de lo mismo. A Sánchez no le reprochaban tanto su acción política como
que la llevara a cabo junto a Unidas Podemos, ERC y EH Bildu.
«De qué sirve
combatir si has elegido convertirte en el mismo monstruo que combates.»
Sánchez fue
capeando las cornadas hasta que las elecciones del 28M pintaron un mapa
amenazador. Los ingenieros de Ferraz, conscientes de que algo no marchaba,
llegaron a la conclusión de que la derecha había ganado no solo las elecciones
sino también el sentido común de la gente. El presidente pudo haber achacado su
fracaso a otras variables en clave democrática: los rodeos con la ley mordaza,
los abrazos con la patronal, la brutalidad fronteriza, la compraventa del
Sáhara o la docilidad con la OTAN. Pero alguien eligió asumir el diagnóstico de
la derecha. La culpa de que el PSOE flaquee es sin duda de Irene Montero,
Gabriel Rufián y Arnaldo Otegi.
Patxi López, que
nunca fue el galgo más rápido del canódromo, se jactaba el otro día de que el
PSOE no ha cerrado ningún acuerdo municipal con EH Bildu mientras que el PP
gobernará con Vox en 140 localidades. “Las cifras lo dicen todo”, aseguraba el
portavoz del PSOE sin darse cuenta cabal de lo que las cifras revelan: que los
lugartenientes de Sánchez han asumido el marco discursivo de la extrema derecha
y ondean sin recatos la falacia venenosa de los extremos que se tocan. Lo
cierto es que el PSOE ha investido a sus alcaldes de Gasteiz y Barcelona con
los votos de Feijóo. Pero qué va a decir Patxi López, que abrazó al PP y a UPyD
para que lo hicieran lehendakari.
En las páginas de
Rayuela, Julio Cortázar cuenta la historia de un viejo escritor llamado Morelli
que reclama intervenciones profundas más allá de todo remiendo estético.
“Escribir en contra del capitalismo con el bagaje mental y el vocabulario que
se derivan del capitalismo, es perder el tiempo”. Esta consideración es válida
para otras índoles diversas. No es posible enfrentar a la ultraderecha con las
armas de la ultraderecha y en el terreno de juego que la ultraderecha ha
embarrado contra ti. La táctica es tan torpe que se parece demasiado a una
rendición sin condiciones. De qué sirve combatir si has elegido convertirte en
el mismo monstruo que combates.
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