PERDÓN, PERDÓN Y MIL VECES PERDÓN
Que no quería
incomodarte. Que yo sé de tu compromiso contra esa lacra que es la violencia
contra las mujeres (hablar de violencias machistas es un poco a lo mejor
pasarse).
PAOLA ARAGÓN - CANAL RED
Ahora resulta que a los hombres de 40 y de 50 les incomoda el feminismo. Acabáramos. A los de 20 no, y a los de 30 tampoco. Esos están deconstruidos, ya lo sabemos todas. Que escuchan a Gata Cattana y que han leído a Despentes. Todos, además, ¿eh? Todos. Especialmente los que llevan un pendientito de aro. Esos, sobre todo.
Y nosotras que nos
habíamos hecho feministas para ver si conseguíamos parecerles atractivas
después de los 25. Tú pagas el Gin Tonic, yo te recito al oído la ‘Política
Sexual’. Mi objetivo es parecerte interesante a la luz estroboscópica de este
garito de mala muerte, bajo el canto melodioso de Bad Bunny a las 3 de la
mañana. Solo quiero gustarte lo suficiente para que abras ante mí tu corazón.
Sentirme especial si consigo que me cuentes lo duro, durísimo que fue tu
divorcio. Bastante te comportaste con lo loca que estaba tu ex. Ladrona,
secuestradora de niños. Que la mayor acabó con el síndrome ese de alienación
parental y ahora no te mira ni a la cara. Y todo por culpa de la manipuladora
de su madre. A mí también se me ha escapado alguna vez un “te voy a estar
jodiendo la vida hasta que te mueras”. Te entiendo, pobrecito. Menos mal que te
apoyaron tus colegas.
Y ahora resulta que
no, que ya ni con tener una 34 os bastamos si somos de esas lunáticas
feministas. Nosotras, que solo queríamos que pudieseis llorar por fin, expresar
vuestros sentimientos, disfrutar de vuestros churumbeles y tener más tiempo
para pasar en familia llevándolos un par de tardes al parque. Ahora resulta que
nuestro feminismo os incomoda. Se nos ha ido de las manos. Perdón, perdón, y
mil veces perdón.
Perdón por volver a
abrir debate sobre consensos que ya estaban cerrados. Perdón por polarizar.
Perdón por deciros que violarnos está mal. Que no podéis meternos mano en una
fiesta solo porque estemos nosotras también de fiesta. Que si no tenemos la
boca en condiciones de articular palabra, tampoco de que nos metáis la lengua.
Que si tu mujer está dormida no puedes empezar a penetrarla porque sí. Que no
podéis hacer con nuestros cuerpos lo que os da la gana, que el derecho a
disfrutar también es nuestro. Que conciliar es hacer cosas que no molan
demasiado, como cambiar los pañales, acordarse de la cita del pediatra o
dejarse de tomar la copita de afterwork para llevar a los chavales del colegio
a baloncesto.
«Han intentado
hacernos sentir que estábamos solas a las feministas. Que nos
autodisciplinásemos a través de la violencia política, el cansancio y la
desesperanza. Que nos callásemos de una vez.»
Perdón, perdón y
mil veces perdón. Que no quería incomodarte. Que yo sé de tu compromiso contra
esa lacra que es la violencia contra las mujeres (hablar de violencias
machistas es un poco a lo mejor pasarse). Esa lacra de los otros, porque tú no,
y tus amigos tampoco. Que la loca de tu ex es porque estaba muy loca. Y que
tampoco fue para tanto. Algún insultillo, alguna amenaza. Pero siempre de
broma, joder. Nos tomamos muy a pecho nimiedades, porque somos feministas
desquiciadas. En el fondo es lo normal cuando uno se separa.
Perdón por romper
el consenso de que tú hacías lo que te salía de las narices y yo siempre me
callaba. Qué vale mi silencio comparado con el bienestar social. Un vinito, un
lexatin y pa' delante, que alguien tendrá que hacer la cena pa' los nenes esta
noche. No es tanto sacrificio si piensas que el beneficio es no alterarnos la
armonía, nuestra paz tan cotidiana. El buen rollito que tenemos aquí en casa.
Que hay algunas por ahí que tú no sabes, las que lían.
Ahora en serio.
Enciendo la tele y veo a Borja Semper reivindicando que si el PP siempre en
firme compromiso contra la violencia machista. A María Guardiola que si ella en
Extremadura no pacta con negacionistas y que ni un paso atrás en el derecho al
aborto. A Pedro Sánchez que si sus amigos se han sentido incómodos con los
discursos de Igualdad porque mucho feminismo. A Teresa Ribera que si Irene
Montero ha abierto demasiados debates sobre cosas que molestan. A Vox erre que
erre con que la violencia de género no existe; a Semper de nuevo, justificando
que en el fondo los términos dan igual, que a tope con lo de violencia
intrafamiliar.
A Carlos Flores,
condenado por violencia de género en 2002, primero por Valencia al Congreso de
los Diputados en las listas de Vox. ¿Te vetan por machista? Pues ala, premio. A
Alberto Nuñez Feijóo definiendo el caso como “un divorcio difícil”. A Yolanda
Díaz saliendo a hablar de “lacra”, término que no usamos las feministas desde,
no sé, ¿1998? Respondiendo sobre el veto a Irene Montero que no ha habido veto,
que ese "no es su estilo". Como si hablásemos de si prefieres la
vuelta de la logomanía o eres más del quiet luxury. Su estilo es, sin embargo,
centrarse en los problemas reales de España, el resto no tiene “demasiado
interés”.
¿Cuántas mujeres
asesinadas, cuánta ofensiva reaccionaria que pone en entredicho nuestros
derechos hacen falta para que nuestras vidas sean uno de los problemas reales
de España?
Hace una semana
empezaba esta precampaña electoral con Irene Montero vetada, en un intento de
relegar el feminismo a un segundo plano para que no empañara la “unidad de la
izquierda”. Para que no supusiese un coste electoral ante las ínfulas de
partido catch-all de ciertas formaciones progresistas.
El plot-twist nos
ha dejado a todas más enganchadas a los informativos de lo que estábamos a La
Isla. Se estudiará esta semana en las facultades de periodismo como ejemplo
definitivo de lo que significa el efecto Streisand.
Han intentado hacernos sentir que estábamos
solas a las feministas. Que nos autodisciplinásemos a través de la violencia
política, el cansancio y la desesperanza. Que nos callásemos de una vez. Pero
al final, lo único que están consiguiendo es que salgamos de esta campaña con
un ejército de mujeres cabreadas, feministas y no tanto, pero todas con la
víscera regurgitada ante tamañas faltas de respeto.
Dispuestas a volver a inundar las calles, las
cañas, las cenas familiares, los trabajos y los parlamentos de incomodidad. Ya
pueden ir abasteciéndose de cojines mulliditos y comprarse un buen colchón ante
la que les espera. Perdón, perdón y mil veces perdón.
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