NO SE PODÍA SABER
XOSÉ MANUEL PEREIRO
Dos sorpresas sacuden el panorama mediático progresista. Una, la conversión del moderado Alberto Núñez Feijóo en alguien que no se distingue demasiado de Giorgia Meloni (aunque Meloni condenó sin ambages los asaltos bolsonaristas a las instituciones brasileñas, y Feijóo manifestó su solidaridad con el “pueblo de Brasil”, como si alguien en alguna ocasión hubiese manifestado su repulsión hacia pueblo alguno). La otra, la naturalidad con la que el electorado y la opinión publicada conservadora han asumido no sólo la alianza del antiguo partido de orden con la extrema derecha, sino también sus marcos ideológicos.
En cuanto a lo de
Feijóo, para explicarlo tengo que obviar uno de los consejos maternos, junto
con el de la muda limpia: no se dice “yo ya lo dije”. Feijóo no es conservador
ni liberal. Feijóo es lo que convenga en cada momento. Siempre ha mimado
especialmente los escaparates mediáticos de Madrid, pero en la que posiblemente
fue su plataforma de lanzamiento a nivel estatal, el programa de Bertín
Osborne, el autor de Buenas noches, señora quedó impactado por la “durísima
infancia” del recién proclamado líder de la derecha. “Una familia humilde”,
“una casa sin luz eléctrica”, un “padre que se había forjado trabajando en las
hidroeléctricas de la zona”. Bien es cierto que al lado de la de Bertín, hasta
la infancia de Urdangarín puede considerarse dura, pero la de Feijóo no era una
familia humilde. De entrada, no necesitaban vivir del campo, la abuela tenía un
ultramarinos-estanco (el único que había) y el padre no se forjó barrenando el
monte a base de pico y pala: era listero en las obras del embalse que construyó
Fenosa en el lugar. Para los estándares de la Galicia rural de comienzos de los
60, eran clase alta, tanto en lo económico como en influencia social. De hecho,
cuando se vio que el chaval valía para estudiar, lo mandaron interno a los
Maristas de León, y no a los mucho más próximos y baratos Escolapios de
Monforte, donde los internos que había lo estaban porque sus padres estaban
emigrados en Suiza o Alemania.
Tampoco tiene esa
huella rural de la que presumió el pasado diciembre en el III Congreso
Internacional de Mujeres Rurales, donde confesó sus recuerdos de la procreación
de los conejos y la matanza del cerdo. Criar conejos o gallinas y matar un
cerdo son actividades que entonces se practicaban y todavía se practican en los
extrarradios de las ciudades y en las villas. Alguien con un origen rural (al
menos en Galicia) no pregunta –como preguntó él– por qué las vacas tienen
nombres femeninos. Y, sobre todo, nadie con origen rural (salvo que el origen
sea manchego o palentino) tiene un gallego tan desastroso. En un vídeo en las
pasadas elecciones gallegas, una de las abuelas de Santiago Abascal, emigrada a
Euskadi desde un pueblo a escasos kilómetros de Os Peares, se burlaba de cómo
lo hablaba. Lo que posiblemente sí le marcó, aunque él no lo diga, fue el
desarraigo de un niño trasplantado, de los diez a los trece años, solo, desde
una aldea gallega a una ciudad castellanoleonesa. Yo me lo imagino
perfectamente poniendo a Dios por testigo de algo, a lo Scarlett O’Hara.
Feijóo es el
ejemplo más claro de aquello que decía Antonio Machado de que en política sólo
triunfa quien pone la vela donde sopla el aire, jamás quien pretende que sople
el aire donde pone la vela. El futuro socio de la extrema derecha votó al PSOE
en 1982. Lo reconoce y lo mantiene, pero nunca explica por qué. Quizá porque
vio o intuyó que era lo que hacía todo el mundo. De la misma forma que no se
afilió al PP hasta que ya había sido apadrinado para ocupar altos cargos. En
una encuesta sobre qué habían hecho los políticos el 23F, en vez de reconocer
que no tenía necesidad de haber hecho nada, o como mucho lamentarlo, aseguró
que tuvo la tentación de irse a Portugal con un amigo, no por nada en concreto,
sino porque “intuía que podría crearse un ambiente poco respirable”. Como
Thelma y Louise, vamos.
Basó su campaña
hacia la presidencia de la Xunta en cosas como una foto del vicepresidente nacionalista,
Anxo Quintana, en el yate de un empresario, sabiendo que él tenía otras
navegando en compañías mucho menos recomendables. Ya como presidente gallego
reivindicaba a Castelao, incluso en pleno procés. Seguramente no se había
enterado de que el nacionalista que murió en el exilio, entre otras muchas
cosas, consideraba un disparate que sobre el destino de gallegos, vascos o
catalanes tuviesen que decidir todos los españoles. Espero haberles dejado
claro que es casi imposible pillar a Alberto Núñez Feijóo en un renuncio.
Mariano Rajoy (que,
por cierto, también de niño fue interno a León), antes de ser presidente, decía
en la intimidad a quien le preguntaba si contemplaba la posibilidad de volver a
la política gallega: “Antes Santa Pola” (donde tenía la plaza de registrador de
la propiedad). Quizá al acabar aquel trienio de soledad en los Maristas de
León, Alberto Núñez lo que se juró es que nunca más dependería de lo que
opinasen los demás. La incoherencia c'est les autres.
* En la próxima
entrega, la normalización de la alianza del PP de Feijóo con la extrema derecha
y la asunción de sus marcos ideológicos.
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