LA OLA REACCIONARIA Y LA PULSIÓN DE MUERTE
AMADOR FERNÁNDEZ-SAVATER
“Sólo el amor nos permite escapar de la repetición” (Jorge Luis Borges)
¿Qué significado tiene “la ola reaccionaria” a nivel global y aquí en España? ¿Cómo entender este fenómeno complejo y multifacético, para mejor combatirlo?
Propongo esta interpretación: la ola reaccionaria trata de apuntalar un mundo en crisis, un modelo que hace aguas por todos lados.
Lo que hoy se denomina “policrisis” (la combinación de las crisis climática, energética, alimentaria, económica, etc.) remite fundamentalmente a una “crisis de presencia”, entendida como la crisis del modo de vida occidental basado en el impulso constante a la expansión, el crecimiento y la conquista. Una crisis civilizatoria de alcance planetario.
Las diferentes
crisis son los síntomas de una manera de estar en el mundo consumidora y
depredadora que toca ya límites por todos lados: agotamiento de los cuerpos,
agotamiento de los vínculos, agotamiento de los recursos, un colapso a la vez
psíquico, social y ambiental.
El llamado
“negacionismo” de la ola reaccionaria, con respecto a la emergencia climática,
la desigualdad social o la violencia contra las mujeres, es la decidida
voluntad de no ver ninguno de estos síntomas, de no escuchar o pensar nada al
respecto, de no emprender a partir de ellos ningún cambio, de seguir adelante
como si nada y caiga quien caiga.
Estos síntomas,
desde este esquema cognitivo, se interpretan como “daños” que algunos poderes
maléficos infligen sobre el orden social. La supresión de esos enemigos
permitiría restaurar el buen estado de las cosas, la presencia dominadora sobre
el mundo.
El llamado
“negacionismo” de la ola reaccionaria es la decidida voluntad de no ver ninguno
de estos síntomas, de no escuchar o pensar nada al respecto, de no emprender a
partir de ellos ningún cambio
Ninguna
responsabilidad a tomar, pues, por el curso catastrófico del mundo. La ola
reaccionaria interpela sustancialmente a sujetos que se toman a sí mismos como
víctimas de la situación. La víctima delega la elaboración de su malestar en
ciertos poderes que prometen la “vuelta a la normalidad” una vez erradicados los
males: “Make America great again” (Trump), “Let’s take back control” (Brexit).
El caso de Vox es
clarísimo en este sentido. Se puede leer como un verdadero “contragolpe” con
respecto a todo aquello que había cuestionado el modelo en crisis a partir de los
síntomas del malestar: primero el 15M, luego Podemos, más tarde el feminismo,
por último el referéndum del primero de octubre.
Hay que tirar a la
papelera de la Historia a los “enemigos de España”, como explica muy
gráficamente el cartelón colgado por el partido de Abascal en Madrid, para
recuperar el orden y la jerarquía de la raza y la nación, del género y el poder
de clase, de la propiedad y sus prerrogativas.
La lógica del chivo
expiatorio
Lo que se ha puesto
en marcha, a escala global y local, es una lógica del chivo expiatorio que
desata necesariamente una violencia generalizada. Hay muchos enemigos que
eliminar, muchos movimientos sociales que reprimir, muchos cuerpos que
sacrificar, para poder seguir viviendo como si nada.
Esta lógica y esta
pasión de sacrificio es lo que Freud pensó hace cien años, al calor de la
primera gran carnicería del siglo XX, como “pulsión de muerte”. O Thánatos.
La pulsión de
muerte, según el psicoanalista vienés, es la búsqueda instintiva de un estado
de “tranquilidad psíquica” previo a la vida misma. Thánatos empuja para volver
a la inercia de lo inorgánico suprimiendo las tensiones de la existencia.
Esta tranquilidad
psíquica, en el terreno social y político, se expresa como un ideal de
normalidad perdida, casi siempre puramente fantaseada. La patria cuando no
había extranjeros, la raza cuando dominaban claramente los blancos, el sexo
cuando el mando lo tenían sin réplica los hombres, la comunidad de vecinos
antes de que se instalase esa mujer pobre del primero…
Hacia fuera, la
pulsión de muerte se proyecta como energía destructiva contra todo lo que
perturba el orden. Hacia dentro, vuelve al propio sujeto contra sí mismo en una
espiral autodestructiva de culpa y deuda. Ambos movimientos se retroalimentan:
la sensación (interior) de culpa se complace buscando culpables (externos). El
odio a la mujer pobre del primero canaliza esta maldita inquietud interior que
no entiendo…
Las tensiones a
eliminar difieren según las geografías y las historias políticas nacionales,
pero sin duda hay una clave común a las mil caras con que se muestra hoy la ola
reaccionaria: la promesa de seguridad. Una seguridad contra, la seguridad en la
desigualdad, una seguridad que pasa por la inseguridad del otro.
Se odia todo lo que
evoca los síntomas, todo lo que indica que “algo no va bien”, todo lo que nos
recuerda que los cambios son necesarios y urgentes.
Se afirma
brutalmente la desigualdad, contra cualquier tentación de “buenismo”, como se
denomina peyorativamente a tener un mínimo de sensibilidad social o compasión.
Se adhiere a lo
existente: la libertad ya está, es poder hacer lo que quiera, la libertad del
goce privado, del consumo, de desentendernos de lo común, la libertad de Ayuso.
Un problema de
cuerpo
¿Cómo escapar de
esta lógica del chivo expiatorio, de esta pasión de sacrificio, de esta pulsión
de muerte desatada? El pesimismo freudiano nos da más pistas que el idealismo
progresista.
Casi al final de su
vida, y tras acumular años y años de experiencia clínica, Freud constata lo
siguiente: muchos pacientes simplemente no quieren curarse. Terrible
observación.
Tras acumular años
y años de experiencia clínica, Freud constata lo siguiente: muchos pacientes
simplemente no quieren curarse
La curación
psicoanalítica consiste en un largo proceso de cambio y metamorfosis. Pero hay
pacientes que prefieren instalarse en la repetición del malestar, complacerse
incluso en el estatuto de víctima aunque duela, limitarse a señalar culpables y
exigir castigo, todo antes que embarcarse en esta aventura difícil que es la
transformación personal, el cambio de piel.
En su artículo
“Análisis terminable e interminable”, Freud nos ofrece tres explicaciones
posibles de este fenómeno: 1) la resistencia que oponen al cambio las
protecciones que el sujeto ha ido construyendo a lo largo de su vida, el peso
temible de la inercia, el agotamiento de la plasticidad física y psíquica; 2)
la propia acción de la pulsión de muerte, expresada ahora como “narcisismo de
defensa”: la idea de que mi seguridad pasa por la inseguridad del otro, mors
tua vita mea; y 3) el rechazo visceral de la femineidad, es decir, el rechazo a
abrirse a otro para recibir ayuda, a mostrar fragilidad, a abandonarse a un
cierto no saber.
No es cuestión de
voluntad, sino de cuerpo. Los cuerpos anudados, amurallados y narcisistas son
incapaces de autotransformación y curación. Preferirán instalarse en la
repetición y señalar enemigos-culpables afuera, aunque el malestar les devore
por dentro.
Llevado esto mismo
al plano político, el problema es que la izquierda no sabe qué hacer con los
cuerpos. Cree que el cambio es cosa de pedagogía, de moral, de argumentos, de
explicaciones, de números, de gráficas, de relatos, de significantes, de
imaginarios. Es profundamente idealista. Un verdadero materialismo no puede
pasar más que por los cuerpos y sus pulsiones. No es que la gente sea mala,
tonta o esté desinformada. No se trata de comunicar mejor, tener más medios o
presentar bien los números. La ola reaccionaria se expande gracias a la
crispación de los cuerpos.
El clima físico y
afectivo hoy es revanchista, desigualitario, sacrificial con los más débiles.
Es ese clima prenden los mensajes de la ola reaccionaria. No tanto por su
fuerza de convicción, persuasión o seducción, como porque resuenan con los
cuerpos crispados.
Un Eros social y
político
Sólo un afecto puede
curar otro, sólo un clima puede desplazar a otro, sólo el amor nos permite
escapar de la repetición, “sólo Eros puede sujetar a la pulsión de muerte” dice
Freud al final de El malestar de la cultura.
Esta es la clave
para entender cómo, mientras en toda Europa ya crecían las plantas venenosas de
la ola reaccionaria tras la crisis de 2008, en España la salida de la crisis se
confiaba a un impulso igualitario y de cambio, justo el reverso de la lógica
del chivo expiatorio.
El 15M fue sin duda
la expresión política de un Eros social, una cualidad que sigue sin pensarse a
fondo doce años más tarde, por la incapacidad de pensar políticamente los
afectos y desde los afectos.
Frente al
victimismo resentido, la responsabilización, el hacerse cargo y el protagonismo
de cualquiera.
Frente al
señalamiento de enemigos, la culpabilización y los deseos de castigo, la acción
transformadora y no delegada, la ampliación de la sensibilidad social, el
contagio de la empatía.
Frente al
narcisismo mortífero de las pequeñas diferencias, la inclusividad y la
cooperación, la apertura y el gusto por la pluralidad.
Frente a la
violencia contra los débiles, una fuerza de los débiles, una rabia que no se
desata contra cualquiera y de cualquier modo, sino que se activa en defensa de
la vida, “digna rabia” le dicen los zapatistas.
Un Eros social y
político es el impulso organizado para frenar la destrucción, la pulsión de
cooperación que inventa formas para instituirse y durar, el arte de la
composición sensible con el otro. Un amor desde la autonomía, hacia personas,
vínculos o territorios, el amor entendido como cuidado de un potencial libre.
Eros es destruido
hoy cotidianamente, devastado en una sociedad que hace de la extracción de
beneficio y el control el vínculo con las cosas y el mundo. En la escuela, en
el trabajo, en los barrios, se impone la guerra de todos contra todos. Pero
sólo la fuerza de Eros puede recapacitar los cuerpos para el cambio, reinventar
protecciones de la vida desde la seguridad recíproca, habilitar una abdicación
dulce de la presencia dominadora en modos “femeninos” de estar en el mundo.
¿Cómo vamos a
reactivar hoy la potencia de un Eros social, en medio de las ruinas que deja la
guerra cotidiana de todos contra todos? Es políticamente la pregunta más
difícil, más urgente.
También Eros
persigue la “tranquilidad psíquica”, explica Freud, pero no a través de la
supresión de las tensiones y las anomalías, las diferencias y las alteridades,
no como paz de los cementerios, sino desde el cuidado, el enriquecimiento y el
embellecimiento de la vida. Por eso sólo Eros puede sujetar a Thánatos: satisface
el mismo deseo de la pulsión pero por otras vías.
Autor >
Amador
Fernández-Savater
Es investigador
independiente, activista, editor, 'filósofo pirata'. Ha publicado recientemente
'Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política' (Ned
ediciones, 2020) y 'La fuerza de los débiles; ensayo sobre la eficacia
política' (Akal, 2021). Sus diferentes actividades y publicaciones pueden
seguirse en www.filosofiapirata.net.
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