TRAS EL 23J, LA IZQUIERDA DEJARÁ DE EXISTIR
EMMANUEL RODRÍGUEZ
Ha habido algo demasiado bochornoso en las negociaciones por la “unidad de la izquierda”. No es una cuestión de prurito, o del clásico dandismo de aquellos que se quieren eternamente separados de tocar la realidad, siempre repleta de vileza y miseria humana. Lo que hay de bochorno no está, de hecho, en las negociaciones de la clase política reducida a su más elemental necesidad: el reparto de cargos. Pues a lo que hemos asistido no es más que a eso: a determinar quién y quién no estará en la lista de salida del 23 de julio. Lo que ha sido realmente bochornoso ha sido nuestra aceptación, cruda y simple, de que esto es la política, de que esto es sencillamente la política de izquierdas.
Se puede
recapitular brevemente cómo hemos llegado hasta aquí. En el 15M, la clase
política era toda ella sin excepción, una casta parasitaria, corrupta y
separada del pueblo, del 99%. Los partidos eran todavía organizaciones
burocráticas, que destruían su inteligencia interna y arruinaban las mejores
voluntades de sus miembros. En 2015, se nos hizo la promesa de que un partido
de jóvenes, impolutos de corrupción, podrían llevar a cabo un programa político
para la gente. En ese tránsito, aceptamos que el proyecto ya no era modificar
la estructura del Estado, reducir su capacidad represiva y su tendencia
inevitable a la corrupción económica y moral, sino sencillamente llegar al
gobierno. En 2019, esa promesa pareció cumplirse en asociación con la pata
izquierda del bipartidismo, el PSOE. Y empezamos a convertirnos en espectadores
de una película de acción de ritmo trepidante, hecha de declaraciones, ataques
y contraataques de la “derecha” y leyes con grandes preámbulos, pero con
resultados materiales extremadamente modestos.
En todo ese
tránsito, hemos vuelto a aceptar la sustancia pasiva de la ciudadanía
democrática. Nosotros en política somos lo que votamos. Nada más. Y votamos
personalidades, proyecciones fantasmáticas de ideas que no somos capaces de
ejercer políticamente en primera persona, esto es, en organizaciones, movimientos
y conflictos. En democracia, no obstante, tenemos libertad, al menos para
expresarnos en redes. Y eso es lo que hacemos, opinar, indignarnos, volver a
opinar… Un círculo eterno de opinión, tan propio de la clase media como inútil
a la hora de modificar la sustancia real de cualquier cosa que nos rodee. Puede
que jamás haya existido un espacio político tan ingenuo como para actuar sobre
la premisa de que ¡la opinión mueve el mundo!
Hemos vuelto a
aceptar la sustancia pasiva de la ciudadanía democrática. Nosotros en política
somos lo que votamos
Quizás el resultado
de Sumar el 23 de julio resulte a muchos satisfactorio. Quizás se obtenga un
14% o incluso un 15 %, algo más que de lo que obtuvo la IU de Anguita en 1995.
La pregunta es si respecto a mayo de 2011 y su crítica hemos avanzado algo, o
solo hemos retrocedido cambiando actores y modificando nuestra “opinión”
subjetiva sobre la cuestión de la política institucional.
Unas pocas
cuestiones a modo de tesis:
1. La izquierda del
PSOE ha quedado reducida a un grupo no muy grande de notables y otro más amplio
de “opinadores” (que se mueve entre la figura del influencer político y el
periodista profesional). Sobre estos mimbres, esta izquierda elabora sus
posiciones políticas, establece su relación de fuerzas internas y actúa de cara
al “resto de la sociedad”. Sobre estas bases, la izquierda ha quedado
básicamente reducida a un campo de competencia interna por la visibilidad, que
intercambia en forma de prestigio, capital simbólico y posiciones institucionales.
Carecer de “base
social” implica que a aquellos a quienes te refieres y te debes, que
supuestamente te “justifican”, no les importas
2. La izquierda del
PSOE no tiene estructuras formales de decisión. Todo depende del carisma del
líder de turno, así como de su capacidad de repartir cargos y visibilidad. Su
forma de organización es por eso más parecida a la de los “señores de la
guerra”, que a la de un partido democrático que todavía conserva el derecho a
expresión de las minorías. En este sentido, poco importa que el señor sea Pablo
Iglesias o una señora como Yolanda Díaz, Manuela Carmena o Ada Colau. Lo que
importa es su carisma para aumentar el botín político en forma de votos y
cargos institucionales. Sobre este campo de batalla cruzado entre múltiples
jefes y banderías, que desde hace ya casi una década se empapa regularmente de
sangre (y por lo tanto es constitutivo de esta izquierda), no hay posibilidad
alguna de que la futura reforma de la izquierda no pase por un nuevo líder (o
lideresa) carismático aupada por los medios y por las redes sociales. Ni
dirección colegiada, ni organización democrática, ni mucho menos un sistema de
contrapoderes sociales que sirvan de contrapeso, son concebibles dentro de este
espacio político
3. La izquierda del
PSOE como espacio social carece de base real en términos de movimientos,
organizaciones e instituciones populares, al menos en aquellos segmentos
sociales que dice representar: los trabajadores, los precarios, los migrantes,
la “gente”, etc. Carecer de “base social” implica varias cosas, que a aquellos
a quienes te refieres y te debes, que supuestamente te “justifican”, no les
importas, y muchas veces ni siquiera te votan. Por eso el gran partido obrero
en España no es Sumar-Podemos, sino el PSOE, que supo heredar el capital
político de la vieja izquierda, y convertir a estos segmentos en voto pasivo y
cautivo.
No obstante, hay
una consecuencia aún peor. En tanto reducida a la clase política y a un
segmento de la opinión pública, la izquierda está separada (material y
simbólicamente) de las clases sociales que dice representar. Y esto significa
que ni conoce sus “problemas”, ni sabe hablarle con un lenguaje que le resulte
inteligible. No hace falta insistir sobre el destino trágico de un espacio político
tan autorreferencial.
El futuro de esta
izquierda es incierto. Seguramente podrá sostenerse como un espacio residual,
lo que es dudoso es que sirva como activador social
De hecho, quizás la
única ventaja de Yolanda Díaz sobre el resto de sus oponentes (como lo fue en
su momento de Ada Colau a través de la PAH) es que guarda cierta relación
orgánica con CC.OO. Aunque Comisiones sea más una suerte de paraministerio de
relaciones laborales que un sindicato de base sostenido por sus afiliados, al
menos, el cuerpo técnico y profesional de este sindicato ha permitido a Díaz
orientarse con más tino que aquellos que solo disponen de su espejo en las
redes sociales.
4. El futuro de
esta izquierda es incierto. Reducida a una estrecha capa política y a un
pequeño ejército de opinadores, sostenida sobre la doble moneda de los cargos
institucionales y la visibilidad mediática, parece condenada a implosionar
sobre sí misma. Su historia pasará con el tiempo político de la generación que
la alumbró (la del 15M). Seguramente podrá sostenerse como un espacio político
residual, lo que es extremadamente dudoso es que sirva como activador social de
los conflictos por venir. Hemos vuelto a esa situación, tan conocida y en
realidad tan típica, de la izquierda bloqueo.
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