EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS
JONATHAN
MARTÍNEZ
Ahora, en plena precampaña electoral, las viejas momias socialistas de aquellos tiempos negros regresan a la actualidad con declaraciones deslenguadas que apestan a pana raída y a puchero de enfermo.
Lon Chaney era un actor de cine mudo tan voluble y camaleónico que costaba trabajo reconocerlo cada vez que se convertía en uno de sus personajes, muchas veces sepultado bajo gruesas capas de maquillaje y otras muchas veces caracterizado con atavíos extremos. Fue Quasimodo en El jorobado de Notre Dame. Interpretó al fantasma de la Ópera. En The Penalty se enfundó un arnés para dar vida a un matón sin piernas. En Garras humanas se convirtió en Alonzo, un lanzador de cuchillos sin brazos que trabajaba para un circo gitano en la periferia de Madrid. A Chaney lo llamaron con razón el hombre de las mil caras.
En los años
cincuenta, Joseph Pevney llevó al cine sonoro la historia de Chaney en una
película que se llamó precisamente El hombre de las mil caras. Muchos años
después, el director sevillano Alberto Rodríguez tomó prestado este título para
contar no la biografía de un comediante sino el relato turbulento de un agente
secreto español durante la decadencia del felipismo. Eduard Fernández pone voz
y cuerpo a Francisco Paesa, el espía que se alió con Luis Roldán en uno de los
episodios más confusos y polémicos del gobierno de González. Por lo visto,
Roldán engañó al PSOE, Paesa engañó a Roldán y el PSOE nos engañó a todos
nosotros.
Ahora, en plena
precampaña electoral, las viejas momias socialistas de aquellos tiempos negros
regresan a la actualidad con declaraciones deslenguadas que apestan a pana
raída y a puchero de enfermo. Dice Alfonso Guerra que los acuerdos del PSOE con
Unidas Podemos y EH Bildu son el termómetro exacto de una "sociedad en
decadencia". Virglio Zapatero le hace los coros y censura que el PSOE ande
a la sombra de EH Bildu, que es “letal como el manzanillo”. Juan Alberto
Belloch sube la apuesta y asegura que a los GAL les sobraron financiadores y
que mañana mismo volvería a firmar el ascenso de Enrique Rodríguez Galindo.
«No es posible
gobernar con una cara y pedir el voto con un rostro completamente distinto. Los
que te creían terminarán descreyendo y no vas a convencer a aquellos que nunca
quisieron creerte.»
Estos últimos días
hemos visto a Pedro Sánchez dando tumbos de emisora en emisora, de televisión
en televisión, titubeando en sus respuestas y enmendando sus propias palabras
con la indecisión de quien acepta las culpas que otros le imputan. En un bar
vacío, alrededor de dos vasos de agua, Jordi Évole le preguntaba al presidente
por su cambios de criterio. Por sus mentiras, hubiera dicho Carlos Alsina.
Sánchez defiende su derecho a rectificar y no tiene reparos en reconocer un
desvío en sus estrategias. La solución confrontativa que reclamaba para
Catalunya, por ejemplo, terminó por decaer cuando se dio cuenta de que la
subsistencia de su gobierno dependía de ERC.
El problema es que
ahora, cuando suenan otra vez los timbales electorales, vuelven los cambios de
chaqueta, las matizaciones, las reculadas históricas y las kilométricas
recogidas de cable. Aconsejado por una camarilla de susurradores, Sánchez se
aferra a la demoscopia para tratar de seducir a la audiencia de Pablo Motos y
contentar a los nostálgicos de Alfonso Guerra aunque por el camino tenga que
renegar de sus propios méritos de gobierno. La operación es tan
contraproducente que solo sirve para reincidir en los bandazos. Da lo mismo
bailar con soltura cuando son otros quienes eligen la música.
El hombre de las
mil caras puede ser un actor o un espía o un político porque el arte del
camuflaje atañe a diferentes disciplinas. Pero aquello que en un actor o en un
espía es percibido como una virtud o un talento, puede ser percibido como una
flaqueza en un político. Las evoluciones ideológicas desentonan mucho menos
cuando son el fruto natural de la experiencia. Al contrario, los cambios de
opinión al albur de las encuestas transmiten incerteza y oportunismo. No es
posible gobernar con una cara y pedir el voto con un rostro completamente
distinto. Los que te creían terminarán descreyendo y no vas a convencer a
aquellos que nunca quisieron creerte.
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