MI PASADO ME ESPÍA
QUICOPURRIÑOS
No recuerdo muy bien cómo fue, ni lo qué pasó, ni tampoco bien el porqué, más lo que ahora recuerdo es que un buen día del mes de noviembre, cuando apenas llevaría dos o tres años ejerciendo, al salir del Juzgado entonces de Primera Instancia e Instrucción 1 de La Laguna, después de haber celebrado un Juicio de Faltas, de esos en los que se discutía si un vecino había insultado a otro y que la pena a la que se podrían enfrentar sería al pago de una multa o todo lo más un arresto domiciliario y cuya minuta por mi intervención letrada no superarían las tres mil pesetas, o lo que es lo mismo, la exorbitante cifra de 18 euros de hoy, se me acercó un individuo delgado, que peinaba canas, con marcado acento peninsular, luciendo gabardina y sombrero y con un ejemplar del “ABC” en la mano izquierda y otro de “El País” en la derecha. De sopetón me dijo
que por
casualidad había estado en la Sala mientras celebraba mi juicio y que le había
sorprendido mis maneras en el estrado a pesar de mi notoria juventud y que si
tenía un momento para compartir un café con él que tenía una proposición que
hacerme. Al oír lo de la “proposición”, viendo la edad del misterioso personaje
y tras escuchar los halagos que me hacía, lo primero que se me pasó por la
cabeza fue lo de que este tío es maricón
y me quiere llevar al huerto, pero fuera por vanidad o fuera por curiosidad
el caso fue que acepté, llevándolo al Bar de Maruquita, que estaba en la
esquina de la Plaza del Adelantado, donde ahora hay una Sala de Exposiciones de
Cajacanarias, porque allí me conocían y era territorio seguro. Tras pedir un
café, mientras él solicitaba que le sirvieran un carajito con doble de coñac,
me suelta: Sabemos, don Antonio F.P.C. que está colegiado desde el año 1981 y
que…. Se sabía de memoria el tipejo toda mi vida, con pelos y señales, lugares
de estudio, familiares, amigos, los viajes que había hecho, mis aficiones, los
lugares que frecuentaba, idiomas que hablaba, novias que había tenido, la primera teta tocada y dónde había sido,
también la última. Todo, absolutamente todo. Creemos que tiene el perfil
perfecto para colaborar con nosotros y así hacer un servicio a su país que
obviamente le retribuiremos generosa y discretamente, me dijo mientras seguía
con los ojos abiertos de par en par. Yo no acertaba a decir palabra hasta que
intentando reponerme de la impresión y aparentando calma y control de la situación
me atreví a preguntarle quién era y para quién o en qué trabajaba. Entonces el
godo aquél, me suelta que su nombre era lo de menos pero que suponía que yo
habría oído hablar de la C.I.A. norteamericana, del Mossad israelí, de la
K.G.B. rusa, del MI5 británico o de la D.G.S.E. francesa. Le contesté con un sí
claro y entonces me dijo que él trabajaba en lo mismo, pero en el equivalente
español, o sea, en el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa). En
ese momento mi café estaba más que frio, pues solo me había dado tiempo a
revolver la parte del sobre de azúcar que logré introducir en él, por lo que le
solté un tengo que ir al baño y ahora vuelvo. Debo confesar que a duras penas alcancé
a bajarme los pantalones a la vez que cerraba la puerta y encendía la luz del
pequeño servicio para hombres, porque, literalmente me estaba cagando todo y no
sería por el café. Al regresar a la mesa, tras haber respirado unas cinco veces
profundamente antes de tomar asiento, y por aquello de resultar educado le
digo, verá caballero, aunque yo quisiera colaborar con la Patria, lo dije en
alto para que se oyera, no me va a ser posible aceptar su oferta porque fui
declarado no apto para el servicio, vamos que no hice la mili por inútil, como
entonces se decía. Ya lo sabemos y eso no es obstáculo, la causa que le privó
de incorporarse a filas, como consta en su expediente, fue que el Tribunal Médico
Militar que le examinó le excluyó al padecer Vd. de epilepsia, lanzó el
elemento aquél. Exacto, pero que conste que era una “epilepsia postraumática”. Lo mío fue por una caída en bicicleta al
circular a más velocidad de la debida cuando tenía 16 años, no por genética, ni
degenerativa, ni por malos hábitos le comenté al resabiado que se sentaba
enfrente. El caso fue que, vacío ya de argumentos y después de escuchar la oferta económica
mensual que no pude rechazar, es verdad que todos tenemos un precio, me vi
durante años, más de los que hubiese pensado, haciendo más o menos, aunque sin
ningún glamour comparable, lo que se veía en las películas del 007 que entonces
y aún ahora se exhibían en los cines, si bien mi aburrida o monótona actividad se
centraba más en el análisis de expedientes, seguimiento de personas, emisión de
informes de los sospechosos investigados y, muy de vez en cuando, dar el punto
final a algún que otro personaje que incomodara al Gobierno de turno, aunque
tampoco fueron tantos los que vieran de forma anticipada su nombre en un
periódico a modo de esquela, que la gente es muy dada a hablar y atribuyen más
de los que realmente fueron, en realidad apenas una docena o dos, no se vayan a
creer que yo era un “Rambo” de esos que no dejaba vivo ni al guionista cada vez
que entrara en acción.
La forma de
actuar, de proceder, casi siempre era la misma. Recibía por diversos medios un
sobre marrón o blanco en el que figuraban los datos de la persona a seguir, con
su nombre, mote o alias, dirección, teléfonos, fotografía, actividades
delictivas sospechosas que se le atribuían, riesgo para la seguridad nacional.
Habitualmente los delitos versaban sobre la posible pertenencia a “organizaciones
terroristas” o “grupos de crimen organizado” para “trata de blancas”, “tráfico
de estupefacientes a gran escala” o ilícitos similares. Al caso se le asignaba
un número de expediente que comenzaba por tres letras, la primera siempre era
la “C” de Canarias, seguida de la inicial de la isla (T,GC, G) y por último al
del municipio de residencia o lugar en el que desarrollara principalmente su
actividad (L.L. S/C, L.P…) el investigado, seguido de un número y finalizaba
con el año en curso.
Así fui
recibiendo sobre tras sobre, con las instrucciones u órdenes a seguir, que iba
cumpliendo semanalmente remitiendo la información requerida, hasta que, desde
la Central, daban por terminado el asunto y se archivaba, teniendo entonces que
destruir y quemar toda la información relativa al ya “Caso Cerrado”. Cada mes y
por diversos medios, pero sin faltar ni uno, recibía puntualmente en un sobre
de color verde, mis generosos emolumentos, sin rastro bancario alguno y sin necesidad
de firmar recibo. Todo en secreto, como debía ser y así me habían enseñado en un curso acelerado de dos semanas
al que asistí, junto a más personas captadas para la causa por el resto del
territorio nacional, en la fría Sierra
Madrileña, a poco de ser reclutado para el servicio.
Y fueron pasando
los años y llegando más sobres, hasta que un día al abrir uno, mientras tomaba
el café después de almorzar, me topé con una sorpresa. Siempre abría las
órdenes después del café del almuerzo. Siempre lo hacía así. Fue como una norma,
una especie de protocolo que me impuse desde que principié a colaborar con “La
Casa” porque, pensé yo, que eso me daría cierta categoría, un caché como
agente, personalidad, glamour ya que yo no empleaba esa bobería de “mezclado que no agitado”
porque ni pedía “Martini” ni usaba esmoquin como el 007, ese remilgado hijo de
la Gran Bretaña siempre rodeado de rubias mal educadas.
Comencé a leerlo
y veo que el expediente se iniciaba con un “CTLL…/200…” Canarias, Tenerife, La
Laguna, lo que ya me avisaba de que la actuación a realizar se centraba en
alguien relacionado con mi isla y que el objetivo vivía o se movía principalmente
por La Laguna, por lo que, estando yo tan vinculado a la Ciudad de los
Adelantados, sería fácil que le conociera. Y tanto que le conocía, al seguir
leyendo la ficha enviada del ficha a investigar veo, nombre: J.A.M.P. nacido en
la antigua Guinea Española, en el mes de…del año 1957, hijo de José y
Concepción… ¡Coño, Pepe! ¿Qué haces tú
aquí? se me escapó mientras leía. Seguí leyendo el denso dossier enviado y
al bueno de Pepe, que había tenido la feliz idea de meterse en política,
participar en unas elecciones por el CCN (Centro Canario Nacionalista) y tener
la mala fortuna de salir elegido como concejal para ocupar un asiento en el
Ayuntamiento de Aguere, pues de buenas a primeras al Gobierno de turno, no
recuerdo ahora bien si al recibir el encargo la Moncloa la ocupaba el Partido
Popular o el Partido Socialista, pues con ambos tuve la dicha o la desgracia de
tener que cumplir órdenes, se le metió en la cabeza que Pepe ( por negro sería)
era altamente sospechoso de pertenecer o colaborar en mayor o menor grado con
una organización terrorista de corte islámico, que ya se sabe que tiene mucho
arraigo por África y, como sabido era, que J.A.M.P. llegó a este mundo en
tierras africanas que, por mucho que fuera española entonces, estaba llena de
negros, y esos, ya se sabe, se agarran al Corán y a la Ley del Talión a la
primera de cambios y Pepe, aunque su madre fuera lagunera, el padre era negro
retinto, pues ya está, sospechoso de
terrorista. Se ve que el que había redactado el informe no conocía a doña
Concha, pues de haberlo sabido, habría puesto en el dossier que su mamá,
como “Mamá Inés”, la de todos los negros
tomamos café, también era color de chocolate. Y habían llegado a dicha
conclusión porque, alguien había informado
a “La Casa” o sea al “Cesid” que Pepe se había desplazado a La Guinea, más
concretamente a “Fernando Poo”, en una o dos ocasiones, deduciendo los
analistas de los Servicios Secretos Españoles, que tales viajes obedecerían,
con total seguridad, a encuentros con alguna que otra organización terrorista,
para recibir instrucción o formación en la colocación de explosivos o
artilugios que pusieran en riesgo la Seguridad Nacional y de paso la paz
ciudadana pues a qué si no iba a viajar el ya considerado terrorista Pepe,
camuflado de concejal de un Ayuntamiento democrático, a la antigua Colonia Española. Para los
redactores del expediente que tenía entre mis manos, Pepe se había radicalizado
en los últimos meses, era asiduo lector del Corán, a escondidas acudía a no sé
qué Mezquita de la isla y también cumplía con el ayuno y abstinencia del
Ramadán, conclusión a la que habían llegado porque, afirmaban, había bajado de
peso y se le había visto bostezar repetidamente en varios plenos del
Ayuntamiento, lo que relacionaban con la debilidad propia del cuerpo provocada
por la falta de alimentos en las horas
en que se debe cumplir con el ayuno coránico. Yo estaba que no me lo podía
creer, sabiendo además, como sabía, que voló a esas tierras, para ver a unos
primos que allí quedaron y de paso comprobar el estado de unas finquitas de la
familia que jamás recuperaron, y que por preguntar dónde estaban y quién o
quienes las cultivaban, casi acaban los
huesos de Pepe en una oscura cárcel de aquel país, sin lectura de derechos, ni juicio previo, ni pichas en vinagre. Decía que
no me lo podía creer, pues lo que se me ordenaba era que además de confirmarles
que todas y cada una de las sospechas que sobre él recaían fueran ciertas,
procediera seguidamente a ejecutar, lo que en argot de La Casa se llamaba, un
punto final. Y yo no estaba por la labor de colaborar esta vez, de precipitar
la llamada de su familia al agente del
“Ocaso” o de “Santa Lucía”, que tampoco sabía yo si tenía un seguro de
decesos de esos, de los que se hacen cargo del pago de los entierros previstos
o de los anticipados. Me afané entonces por recopilar todas las pruebas a mi
alcance para hacer ver a esos rebenques de Madrid que Pepe, nuestro querido
Pepe, era un hombre bueno, que de radical no tenía nada, que tampoco era
seguidor del Corán y que no suponía riesgo alguno para la ciudadanía. Así las
cosas y aplicando el axioma de “a los amigos hasta el culo, a los enemigos por
el culo y a los indiferentes la legislación vigente” y siendo, como era y es, Pepe
amigo recopilé fotos de chuletadas, donde se le veía cantando y mandándose unas
costillas con papas y piñas, unas chuletas de cerdo y un jamón serrano pata
negra. Me costó encontrar una foto en la que se le viera bebiendo, pero al fin descubrí
una en la que aparecía junto a una botella de vino y un vaso que se suponía era
de él, aunque sospechosamente cerca hubiera una lata de Fanta. No obstante no
me fue difícil obtener declaraciones juradas ante notario de vecinos que
corrieron ante el fedatario público a dar testimonio de su apoyo, solidaridad y
cariño hacia el investigado. Fue tal la cantidad de gente que espontáneamente
corrió hacía la notaría, que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado,
temiendo un atentado o un tumulto callejero, tuvieron que salir de la Comisaría
de la lagunera calle de El Agua al ver las calles convertidas en un rio
desbordado de ciudadanos que gritaban a coro ¡Pepe, Pepe, Pepe, Pepe es
cojonudo, como Pepe, no hay ninguno!
Poco tiempo tardé
en emitir un informe a “La Casa” con toda esa documentación comentada a la que
añadí, por aquello de que La Iglesia seguía teniendo peso específico en este
país, un Certificado que como anexo se adjunta, expedido por el “Párroco de la Parroquia Matriz de Nuestra Sra.
de la Concepción y de Los Remedios” de San Cristóbal de La Laguna, en el
que se lee que según reza en los archivo parroquiales D.- J.A.M.P. hijo de José
y Concepción, recibió el “Sacramento de la Confirmación” en esa Parroquia, como
consta en el Libro de Confirmaciones nº 1, al folio 142, página 91.
Días después
recibí de “La Casa” un escrito relativo al expediente “CTLL…/200…”, que decía: En referencia al ciudadano J.A.M.P. sobre el
que se requirió su intervención a los fines habituales ante las sospechas que
motivaron la apertura de las diligencias mencionadas y una vez constatado el
error padecido por estos Servicios, procédase a la destrucción del mismo, con
el visto de “Caso Cerrado”, dejando a salvo el honor del injustamente
investigado.
Fue mi último
trabajo como agente secreto al servicio del Cesid. Desde aquél día dejé de
recibir sobres marrones o blancos con instrucciones de La Central. Lamentablemente
también dejé de recibir el sobre verde que, mes tras mes y sin faltar a la cita,
me daba una satisfactoria alegría.-
quicopurriños a 2 de junio de 2023
No resulta fácil, tras años de mutismo,
romper un teórico silencio y hablar de mi pasado. Aprovecho la ocasión para
pedir perdón a la docena DE CIUDADANOS (muerto más, muerto menos)que por mi intervención abandonaron, sin tiempo A hacer la
maleta ni despedirse COMO SE DEBE de sus seres queridos, este frágil y sensible
MUNDO.
UN CONSEJO A AQUELLOS QUE SEAN ABORDADOS POR
UN DESCONOCIDO AL SALIR DE SU TRABAJO, CUALQUIERA QUE FUERA, Diciéndoles QUE SI
TIENEn TIEMPO pAra TOMAR UN CAFÉ, QUE les
quiere hacer una PROPOSICION. NO SE DEJEN ENGAñar, NI CON LOS ELOGIOS, NI CON
el QUE TU VALES MUCHO, Y, SI VAN A ACEPTAR, QUE SUBAN EL PRECIO DE sUS
SERVICIOS, porque, RECUERDen, LA VIDA PUEDE SER MUY CORTA.
quicopurriños
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