INDUSTRIA BÉLICA: EL NEGOCIO DE LA MUERTE
MARCELO COLUSSI.
Cuando nuestros ancestros descendieron de los árboles y comenzaron a caminar en dos patas, por vez primera en la historia fabricaron un objeto, un elemento que trascendió la naturaleza. Ese inicio de la humanidad estuvo dado, nada más y nada menos, que por la obtención de una piedra afilada; en otros términos: un arma. Podríamos preguntarnos entonces: ¿es que la historia de nuestra especie está marcada por ese comienzo? ¿Las armas están en el origen mismo de lo humano?
La violencia es humana, la organización en torno al poder es humana. En ese sentido, el uso de algo que aumente la capacidad de ataque es vital. Lo fue en los albores de nuestra historia, para asegurar la sobrevivencia, pero… ¿lo sigue siendo hoy día?
Ahí está la
diferencia: las armas actuales no están al servicio de la supervivencia
biológica; están al servicio del ejercicio del poder dominante, desde la más
rústica espada hasta la bomba de hidrógeno.
Las armas no son
una garantía de seguridad en las sociedades; al contrario: son la prolongación
artificial de nuestra violencia. ¿De qué estamos más seguros teniendo armas?
Las armas matan, mutilan, aterrorizan, dejan secuelas psicológicas negativas…
¿Dónde está la seguridad que prestan?
Pero, aunque
parezca mentira, el negocio de la producción de armas (que es lo mismo que
decir: el negocio de la muerte) es el ámbito más lucrativo del mundo moderno,
más que el petróleo, la informática o la farmacéutica.
Cuando decimos
«armas» nos referimos al extendido universo de las armas de fuego (aquellas que
utilizan la explosión de la pólvora para provocar el disparo de un proyectil).
Eso comprende una variedad enorme:
Armas pequeñas
(revólveres y pistolas –las más comunes–, rifles, carabinas, sub-ametralladoras,
fusiles de asalto, ametralladoras livianas, escopetas).
Armas livianas
(ametralladoras pesadas, granadas de mano, lanza granadas, misiles antiaéreos
portátiles, misiles antitanque portátiles, cañones sin retroceso portátil,
bazookas, morteros de menos de 100 milímetros).
Armas pesadas
(cañones en una enorme diversidad con sus respectivos proyectiles, bombas,
explosivos varios, dardos aéreos, proyectiles de uranio empobrecido), y los
medios diseñados para su transporte y operativización (aviones, barcos,
submarinos, tanques de guerra, misiles).
A ello hay que
agregar minas antipersonales y minas antitanques, todo lo cual constituye el
llamado armamento convencional.
Por otro lado
tenemos las armas de destrucción masiva, con poder letal cada vez mayor: 1.
armas químicas (agentes neurotóxicos, agentes vesicantes, agentes asfixiantes,
agentes sanguíneos, toxinas, gases lacrimógenos e irritantes, productos
psicoquímicos), 2. armas biológicas (cargadas de peste, fiebre aftosa, ántrax),
y 3. armas nucleares (con capacidad de borrar toda especie de vida en el
planeta).
Todo esto no
favorece la seguridad; por el contrario, constituye un riesgo altísimo para la
humanidad. Cada minuto mueren dos personas en el mundo por el uso de algún tipo
de arma (casi 3,000 al día). Y de liberarse todo el arsenal nuclear que hay en
el planeta, no quedaría un solo ser vivo.
El mito de la
pistola personal para evitar asaltos y para conferir sensación de seguridad es
solamente eso: mito. En manos de la población civil, muy rara vez sirve para
evitar ataques; en general, sólo ocasiona accidentes hogareños.
En manos de los
cuerpos estatales que detentan el monopolio de la violencia armada, los
arsenales crecientes –cada vez más amplios y más mortíferos– no garantizan un
mundo más seguro. Por el contrario, hacen ver como posible la extinción de la
humanidad. Es claro, entonces, que las armas en manos de policías y ejércitos
sólo favorecen la perpetuación de la propiedad privada y un mundo de
injusticias.
No obstante la cantidad
de vidas cegadas y el dolor inmenso que producen estos ingenios infernales que
la especie humana ha inventado, la tendencia va hacia el aumento continuo de su
producción y hacia el perfeccionamiento en su capacidad destructiva. El negocio
de la muerte crece. Crece, ¡y mucho!… porque es rentable.
Debido a su
relación con la seguridad nacional y la política exterior de cada país, la
industria bélica funciona en un ambiente de alto secretismo. En general los
gobiernos no siempre están dispuestos o son capaces de controlar las ventas de
armas de forma responsable. El negocio de las armas no es transparente: no es
de conocimiento público y casi no está sujeto a ninguna fiscalización.
Hoy se habla
profusamente de la guerra en Ucrania; pero junto a ella –la más mediática, dado
que allí se juega la nueva arquitectura global– hay otras 50 en todo el
planeta, generando muerte y destrucción, pero muchas ganancias para otros
(70,000 dólares por segundo).
En el campo de las
armas todo es negocio, tanto fabricar un submarino nuclear como una pistola.
Incluso las llamadas armas pequeñas son un filón especialmente rentable. Más de
70 países en el mundo fabrican armas pequeñas y sus municiones, y nunca faltan
compradores, tanto gobiernos como personas individuales (fundamentalmente
varones).
Las ventas directas
de armas pequeñas (pistolas, revólveres y fusiles de asalto) corresponden al
12% de las ventas totales de armas en todo el planeta. Pero el grueso
fundamental de la industria bélica lo aportan los cinco países que son miembros
permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia, Rusia y China. Es decir: los encargados de velar por nuestra
seguridad (¿?).
Estados Unidos es
en la actualidad el principal productor y vendedor mundial de armamentos, de
todo tipo, con un 50% del volumen general de ventas.
Ante todo esto:
¿qué hacer? ¿Comprarnos una pistola para defendernos? Apelar a campañas de
desarme y de no uso de armas, al menos las pequeñas (pistolas y revólveres), es
loable. Pero vemos que eso no alcanza para detener el crecimiento de un negocio
poderosísimo.
¿Cómo hacemos para
detener a multinacionales de poder casi ilimitado como las estadounidenses
Lockheed Martin, Raytheon, Boeing, General Dynamics, las chinas Norinco o Avic,
las rusas Rostec o Rosoboronexport?, ¿o a gobiernos que basan sus estrategias
de desarrollo nacional en la comercialización de armas? La lucha contra la
proliferación de las armas es eminentemente política: se trata de cambiar las
relaciones de poder. No es posible que los mercaderes de la muerte sigan
manejando el destino humano. ¿O tendría razón Freud cuando intuyó que la
pulsión de muerte finalmente se impondría, logrando el exterminio de la
humanidad?
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