RECONCILIACIÓN Y, ENTONCES SÍ, HACIA LA VIDA BUENA
VÍCTOR ALONSO ROCAFORT
La anhelada alianza de la izquierda no ha comenzado bien. No sería conveniente alargar el drama, pero tampoco dejarlo con este desenlace amargo. Una vez alcanzado un precario acuerdo formal de mínimos, en la segunda fase que ahora se abre ante el 23J, la posible desmovilización de mucha gente decepcionada con el inédito veto a Irene Montero amenaza nuevamente con que se produzca la llegada de la extrema derecha al poder. Montero, con todos sus errores, que no han sido pocos, ha resistido en primera línea la brutal resaca reaccionaria frente a los históricos avances feministas de los últimos años, donde su Ministerio ha jugado un papel de recogida e impulso crucial. Guste o no, atesora un importante capital simbólico. No es comprensible, ni inteligente, ni tampoco es algo propio de una cultura plural que se quiere de la solidaridad y los cuidados, exigir a otra organización aliada su exclusión.
La estrategia
errejonista ha estado marcada desde el inicio de este ciclo por un
nacional-populismo schmittiano de voluntad pactista hacia su derecha y
excluyente hacia su izquierda. Su responsabilidad en tiempos del procés a la
hora de agitar la rojigualda, confundiendo y disgregando culturalmente a la
izquierda, mientras la derecha se armaba precisamente de manera populista con
todo, está todavía por estudiarse. Hoy esta corriente, ante la claudicación
ideológica de Izquierda Unida y la victoria inmisericorde que creen haber
acometido sobre Podemos, se hace de momento con los mandos teóricos del espacio
sin apenas contrapesos, apoyada en el laborismo del viejo siglo XX que parecen
representar de momento Yolanda Díaz y Comisiones Obreras, en lo que algunos,
con razón, ya ven la herencia latente del eurocomunismo. Este panorama hace que
a los demócratas radicales, que en este ciclo hemos tenido como referente la
experiencia del 15M, nos cueste todavía más reconocernos en Sumar. Ante los
colosales retos ecosociales que tenemos enfrente, con el decrecimiento como
bandera para cumplir con el mandato emitido por Naciones Unidas de reducción de
emisiones fósiles a la mitad para 2030, la innovadora estrategia de moderación
ante los grandes poderes no parece tampoco el mejor de los caminos.
Es precisa una
sincera reconciliación en el espacio antes de lanzarse unitariamente a la fase
tres de esta precampaña, la difusión de un proyecto de vida buena
Aquí va por tanto
una propuesta de urgencia: es precisa una sincera reconciliación en el espacio
antes de lanzarse unitariamente a la fase tres de esta precampaña, la difusión
de un proyecto de vida buena. Los distintos proyectos de la izquierda han de
aprender a dialogar, convivir y acordar. Pepe Mujica ha insistido desde Uruguay
en las últimas semanas en ello sin éxito. Mucho me temo que no va a ser posible
resultar creíbles hacia fuera si antes no se arregla el desaguisado de los
últimos días. Y hay tiempo para ello. Para comprender mejor esta propuesta,
quizá sea útil comenzar relatando una breve historia.
El pacto de los
botellines entre Podemos e Izquierda Unida en 2016 no empezó bien. Recuerdo no
solo la tensión previa a la espera de noticias de la típica negociación entre
aparatos a ver quién rascaba más puestos y dinero, sino que tengo sobre todo
grabado el instante después al abrazo entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón, en
la Puerta del Sol, cuando los equipos de ambos nos reunimos de camino a la sala
Mirador. Ocupamos un pequeño bar del centro de Madrid, en una sala donde todo
el mundo estaba consultando su teléfono móvil, sin hablar, supuestamente para
comprobar el efecto en redes de la performance previa. Yo solo observaba la
escena y pensaba que aquello no podía salir bien. Había comprobado horas antes,
formando parte de un pequeño grupo que acompañaba a Garzón, de su buena
relación con Iglesias; pero ahora nadie hablaba. No podía ir bien, reflexionaba
en aquel bar, si la nueva etapa empezaba con tamaña desconfianza e
incomunicación entre ambos equipos, con ese mostrar silencioso de lo importante
que era cada cual en un mundo virtual que nos alejaba de quienes deberían haberse
convertido, desde ese mismo momento, en compañeros y compañeras del gran
proyecto que necesitábamos para ganar un país.
Esa campaña estuvo
así llena de desencuentros. Los actos se sucedían siempre cronometrando
minutos, midiendo logos, repasando el orden de las escaletas para opacar al
otro y pugnando por el más nimio de los detalles. Mientras, no se paraba de
criticar al nuevo aliado. Estaba dirigida por un Íñigo Errejón que venía de una
gran campaña en 2015, sí, pero que no creía precisamente en la unidad con IU.
Así que tras las sonrisas, entre bambalinas, más que una alianza juramentada
para ganar las elecciones lo que había era una disputa soterrada que tendría su
guinda al inicio de la noche electoral. Recuerdo llegar y ser enseguida informado
de que, de todo el espacio del Teatro Goya para seguir los resultados, se había
reservado un esquina en lo alto, pequeña, separada del resto, para que nos
ubicáramos la gente de IU-UP. Fue un adelanto de los despachos sin luz natural
al llegar al Congreso, o de la última fila en la que ubicaron a nuestros
diputados y diputadas en el Hemiciclo. Esto iba de pez grande comiendo a chico,
puro capitalismo predador y patriarcal.
Las alianzas han de ser genuinas para funcionar
Como es sabido, la
unión en aquellas elecciones apenas sumó, y una de las enseñanzas que me llevé
es que las alianzas han de ser genuinas para funcionar. Toda campaña goza de un
interlineado capaz de ser leído por la gente. Resulta imposible transmitir una
ilusión veraz, la confianza en un equipo cohesionado de trabajo político, si
ese equipo no está sintonizado y anda cada día a la gresca.
Hay quien correrá
entonces a sacar la conclusión de que entonces es mejor no forzar una coalición
entre gente que ya no se soporta. O que tampoco hay tiempo para construir algo
válido, se alegará. Pero no es lo que voy a defender aquí. En parte porque la
coalición ya está montada, Podemos tiene un peso menor, pero sustancial, y
ahora todo esto ha de funcionar. Así que, aunque recortada brutalmente por el
veto, la pluralidad sigue latiendo en Sumar. Si no impugnamos hoy esta vieja
manera de hacer política, de atacar al débil con todo cuando se ve
desguarnecido, solo hemos de esperar a que los antiguos rivales de ayer, ya
miremos a la dupla Díaz-Errejón, o a las corrientes del propio errejonismo y de
IU, hoy aliados circunstanciales ante el enemigo común, vuelvan pronto a las
andadas entre sí. No deberíamos tampoco ceder a la tentación de entregarnos a
un nuevo liderazgo para que ejerza como jueza suprema de toda disputa. A pesar
del indudable avance que supone tener al fin a una mujer al frente del espacio,
algunos hemos observado con desazón ciertas continuidades preocupantes como la
exhibición de su rostro en las papeletas.
Seguramente las
bases para una nueva cultura política en el espacio, más conectado con el Sol
de 2011 que con el Vistalegre de 2014, tarden en llegar. Pero para conseguir
avances imprescindibles en la buena dirección no se puede repetir lo de Sol en
2016, un escenario hoy agudizado por unas relaciones que se adivinan
especialmente deterioradas.
No deberíamos
tampoco ceder a la tentación de entregarnos a un nuevo liderazgo para que
ejerza como jueza suprema de toda disputa
Antes del próximo
19 de junio, cuando todavía se pueden integrar nombres a las listas, creo
posible la reconciliación de las izquierdas. Eso, me temo, no saldrá de nuevas
reuniones con el cuchillo entre los dientes con el ánimo de lograr más, más y
más para sí mismos como organización a costa del resto, pues insisto: ¿puede
haber algo más neoliberal que esta mentalidad? En su lugar, ¿por qué no
convocar un encuentro para que los y las líderes de los diversos espacios,
cuyas relaciones han quedado comprensiblemente dañadas tras años de relaciones
internas tóxicas, militares y competitivas hasta el extremo, se reconcilien? Y
que se digan lo que hayan de decirse, que asuman sus errores, sus actitudes
despóticas a la interna, también sus aprendizajes y corajes, sus dificultades
para sobrellevar las tensiones; y ojalá terminen con un abrazo. Es decir, una
vez sacudida la presión por lograr el acuerdo, algunos nos preguntamos por qué
no intentar algo tan humano, y al mismo tiempo tan político, como entenderse
para transformar un país.
Más allá del prisma
arendtiano desde el que quien me conoce sabe que escribo, la palabra, el perdón
de aquellos asuntos que juzgamos como no imperdonables, la reconstrucción de
vínculos humanos, la promesa y la libertad a la hora de reconstruir amistades
han sido siempre parte central de lo político.
¿Por qué no
convocar un encuentro para que los y las líderes de los diversos espacios,
cuyas relaciones han quedado comprensiblemente dañadas tras años de relaciones
internas tóxicas se reconcilien?
Habrá quienes al
leer estas líneas quizá las tachen de ingenuas, e incluso de contraproducentes.
Puede ser. Pero ni imaginan lo bien que les vendrá a cada cual esa paz
reconciliatoria. En términos electorales los focos seguirían en Sumar, pero
ahora ofreciendo un segundo impulso unitario, esperanzador, de cara al 23J. A
este lo guiaría la buena política y no el reguero de reproches que ya suenan de
manera atronadora, fruto de escaramuzas internas propias de las hermandades
oligárquicas a lo Succession. Más aún, con toda la distancia que he mantenido
con Podemos desde el minuto uno de 2014, pero desde el reconocimiento también
de lo logrado, creo sinceramente que sería el broche que merecen como grupo
tras todo lo sufrido. Lo que finalmente quedaría como relato, una vez despejada
la hojarasca tuitera y televisiva de la inmediatez, sería insuperable. El
impulso que nos daría para salir a las calles e inventar mil modos para obtener
la victoria en las urnas, y con ello proteger y mejorar las vidas de las
millones de personas que aspiran a representar, sería decisivo.
Una vez lograda
esta reconciliación, con Irene Montero y con toda la gente que se reconoce en
ese espacio reincorporadas a la batalla de todas las batallas en clave
electoral, es entonces cuando habríamos de focalizarnos en la fase 3: la
difusión de un proyecto de vida buena.
Ya los clásicos
señalaban como el objetivo principal de la política al tratar de ir más allá de
la mera supervivencia, aquello que Francia Márquez en nuestros días ha
denominado desde Colombia como vida sabrosa. El pan y las rosas, se decía en el
siglo XX. Y si nos fijamos en las rosas, en unos días de negociación marcados
por las inquietantes noticias que llegaban sobre los límites planetarios
sobrepasados, el derretimiento del Ártico o los incendios en Canadá, habría de
ofrecerse de manera clara el giro biocéntrico que el gran reto de nuestro siglo
XXI nos demanda.
Sobre la crisis
ecosocial, el propio proyecto de Sumar tiene una propuesta excelente surgida de
uno de sus grupos de deliberación que no merece quedar diluida ni guardada en
un cajón. Conocemos desde hace décadas las medidas que, con coraje, habría que
emprender para hacer de la vivienda un derecho real y no meramente nominal, de
los empleos una actividad digna en espacios democratizados o del estudio un
derecho humano sin barreras ni segregaciones de clase. Sabemos cómo habrían de
gravarse los grandes ingresos y propiedades para repartir. También somos muy
conscientes en todo el espacio de que una vida buena se tiene cuando se puede
amar a quien se quiera sin que te abran la cabeza, cuando por ser mujer y/o una
persona racializada una no se encuentra sometida día y noche a la ignominia,
cuando une tiene la libertad de definirse a sí misme como desea sin perder el
respeto de su comunidad.
Sumar tiene una
propuesta excelente surgida de uno de sus grupos de deliberación que no merece
quedar diluida ni guardada en un cajón
Frente al ataque
antidemocrático de los bulos, ante la demonización del adversario llevado por
los medios oligárquicos, contra una derecha entregada al regreso de una España
en blanco y negro, asfixiante y fascista, ofrezcamos deliberación y debate
sustantivo, vayamos al fondo de los asuntos. Cuando el ser humano calma esa
reacción emocional instintiva por la que una imagen o un eslogan
malintencionado le llevan a activar sus miedos, iras u odios, casi siempre es
posible dialogar. Y qué mejor que intentarlo llevados en volandas por las
pasiones felices que se abren paso tras la reconciliación. Hablar sobre el
derecho de toda mujer a consentir una relación sexual o el derecho de cualquier
preso en una democracia a rehabilitarse. Asumiendo los aprendizajes para
rectificar cuando se yerra. Pero vayamos un paso más allá de la defensa y preguntemos
directamente por qué tipo de vida se quiere, la de los precios bajos para la
vivienda o la de no llegar a fin de mes; la de los salarios mínimos cada vez
más altos o la de la explotación laboral salvaje; la del asfalto, los atascos y
los malos humos o la de una comunidad cercana, biodiversa y con aire limpio. La
del amor en libertad o la del miedo, la culpa y el castigo de las viejas
sotanas.
El último estadio
de mi propuesta sería aún más ambicioso, casi de ese territorio del sueño del
que salen siempre, ya lo decía Aristóteles, los proyectos de mejora de la
polis. Se trataría de que esta reconciliación de las izquierdas y este foco en
los proyectos de vida buena pusieran las bases de una nueva cultura política.
Necesitamos dejar atrás los modos de comportamiento propios del capitalismo
neoliberal. La renuncia al elitismo ha de ser clara, y de ahí la oportunidad
que ha de darse a los sorteos, a las rotaciones periódicas, a las portavocías
plurales, a las audiencias públicas casi cotidianas y a las asambleas
deliberativas decisorias. Es desde el gobierno de los y las cualquiera como se
combate la abstención de las clases populares. Y quien esté ya pensando de
nuevo que menudo ingenuo estoy hecho, que eche la vista atrás, o que repase la
última semana o cuente las cifras de afiliaciones de los últimos tiempos, y que
me diga, por favor, cuáles han sido los éxitos organizativos del modo elitista,
predador y competitivo de hacer política en el espacio.
Lo más bonito de
las reconciliaciones no solo es que cesan las pesadillas donde los antiguos
amigos te persiguen con saña, o que junto a la amistad recobrada, sin saber por
qué, a la mínima se te humedecen los ojos. Casi lo mejor es que poco a poco
vuelve la confianza en el ser humano, tan fundamental en toda política
transformadora. Ayuda a comprender la complejidad de los cimientos humanos de
la política, así como se afronta ya la nueva etapa con la madurez experiencial
de haber roto todos los puentes en el pasado y saber que, de manera milagrosa,
estos se han reconstruido. Será más difícil que se rompan, y será mucho más
fácil que nos conduzcan a un mejor proyecto colectivo.
Un último consejo:
no piensen ni sientan como oligarcas, renuncien también a encaramarse lejos de
toda empatía en grandiosas estrategias. Anímense en cambio, por favor, a tratar
de actuar a cada instante como demócratas, cuidando de quienes son diferentes
pero aliados/as e imprescindibles en esta lucha por una vida digna, sabrosa,
que millones anhelamos.
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