ACEITUNEROS ALTIVOS
Igual que no
se puede convencer a los glaciares para que no se derritan, tampoco se puede
esperar que los desesperados se lo tomen con calma porque aquí gobiernan los
nuestros, los suyos
XANDRU FERNÁNDEZ
Líderes de la OTAN, durante la
participación de
Zelenski en la cumbre en Madrid.
El martes pasado, apenas unos días después de que 37 personas fueran asesinadas por funcionarios marroquíes y españoles en la frontera de Melilla, los jefazos de la OTAN fueron agasajados con una cena en el Palacio Real de Madrid que incluía, entre otros manjares, ceviche de corvina con leche de tigre, brioche de atún rojo a la mostaza antigua, aceituna esférica, kikos con guacamole, gazpacho al aceite de albahaca, merluza con salsa menier tapioca y huevas de trucha. La lista es más extensa, pero a mí ya me dieron arcadas al llegar al tigre, y eso sin tener muy claro qué es una corvina y si se come siquiera.
Eché en falta el camello relleno
que le servían a Haile Selassie en Yo serví al rey de Inglaterra, pero el resto
me lo imaginé igual: un festín pantagruélico para los señores de la tierra. Y
me quedé pensando en la aceituna esférica, porque los plebeyos somos así, no
nos asustan los tigres ni los brioches, y si leemos “kikos con guacamole” nos
decimos que cosas peores hemos comido un domingo de resaca, pero la aceituna
esférica nos incita a pensar en el declive de la civilización occidental, en
imperios moribundos cuyas élites se atiborran a manjares barrocos mientras los
bárbaros afilan las lanzas y las hachas al otro lado de la frontera.
Ya ni siquiera me escandaliza
demasiado que los jefazos de la OTAN se hinchen a delicias turcas mientras en
Melilla aún cuentan cadáveres
La aceituna esférica implica un
trabajo artesanal sobre la materia comestible, a saber, la aceituna a secas, la
de los aceituneros altivos de Miguel Hernández. Una especie de orfebrería
gastronómica imposible de imaginar en ninguno de los escenarios bélicos que la
OTAN acostumbra a sembrar por el ancho mundo. Ni alimenta ni es fácil de
preparar ni es abundante en estado natural. Es, en todo eso, igual que una
frontera. Igual que una frontera, también, en tanto que símbolo de lo que le
gustaría ser, de lo que sus creadores querrían que fuera. Pues la esfera, que
yo sepa, es una figura de dos dimensiones, y no hay aceituna en el mundo que no
tenga tres. Por mucho que “esferifiques” (esto lo he sacado de Google) una
aceituna, por mucho que trates de quitarle espesor a un alimento, a un
problema, a un ser humano, el resultado final de ese proceso de adelgazamiento
no deja de ser insultantemente tridimensional. Muy fino, pero tridimensional.
Un cilindro no una esfera. Si a una esfera perfecta, esto es, bidimensional, le
dieras la vuelta, la perderías de vista, igual que al disco de aquel cuento de
Borges.
A las fronteras les pasa algo
similar, que parece que solo son visibles desde uno de sus lados, quizá porque
desde el nuestro es tal el grosor del aparato policial que las mantiene tiesas
e inmarcesibles que, a no ser que presionen mucho desde el otro lado, se diría
que no están. Salvo cuando estalla todo y la frontera, de repente, desaparece
bajo los pies, las botas y los disparos. La ficción fronteriza se esfuma, no
solo para los que ansían cruzarla, sino también para los que tratan de
impedírselo. Unidad de destino en lo policial.
Que la aceituna ideal de los
festines palaciegos sea esférica de vocación, y no oblonga ni triangular,
supongo que significará algo, pero ya me da lo mismo. Ni siquiera me
escandaliza demasiado que los jefazos de la OTAN se hinchen a delicias turcas
mientras en Melilla aún cuentan cadáveres: también lo hacemos los demás, que no
somos ni jefazos ni nada. Eso sí, tampoco pienso sorprenderme cuando por fin
esa frontera caiga y se nos pase la factura por toda nuestra indiferencia,
nuestro cinismo y nuestra realpolitik. Igual que no se puede convencer a los
glaciares para que no se derritan, tampoco se puede esperar que los
desesperados se lo tomen con calma porque no es el momento, porque aquí
gobiernan los nuestros, los suyos, los de los glaciares y los desesperados, y
de algo servirá que sean ellos los que inviten a aceituna esférica a los
líderes más contaminantes del planeta y cosechen cuerpos humanos en Melilla en
lugar de aceitunas en Jaén como la gente honrada.
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