QUE CAIGA ESPAÑA...
ESTHER PALOMERA
Querían el luto. Y
ahora que lo tienen, el contraste espanta. Banderas a media asta, crespones
negros y solo un minuto de recogimiento. Lo de la reflexión en su caso no llega
ni a los 60 segundos. Ni los muertos, ni los parados, ni los enfermos… Todo ya
es exabrupto, trazo grueso, rabia, desestabilización y gatillo suelto.
No es nuevo. Cada
vez que la derecha pierde el poder repite la estrategia de la crispación,
dentro y fuera del Parlamento. El conflicto constante. En el Congreso y en la
calle. Tocan a rebato a su electorado más ideologizado e instalan en las
instituciones y fuera de ellas un clima tóxico e irrespirable que inunda la
vida pública.
Las fórmulas de
desgaste para la refriega son siempre las mismas, al margen de los charcos que
pisen los Gobiernos o los errores que cometan. Se repiten desde hace décadas.
Siempre la rabia y el odio, con la excusa de un patriotismo ramplón y un
sentido patrimonialista del poder que creen que les pertenece por derecho o por
linaje.
¿Recuerdan?
"Había que terminar con Felipe González (...) Al subir el listón de la
crítica se llegó al extremo y en muchos momentos se rozó la estabilidad del
propio Estado. Esto es verdad. Tenía razón González cuando denunció el peligro
pero era la única manera de sacarlo de ahí. La cultura de la crispación existió
porque no había manera de vencer a González con otras armas. Ganó tres
elecciones por mayoría absoluta y volvió a ganar la cuarta, cuando todo
indicaba que iba a perder. Fue un ejercicio de acoso y derribo". Fin de la
cita.
El entrecomillado
es de Luis María Anson. Fue una confesión a la revista Tiempo en febrero de
1998, dos años después de que el otrora presidente del Gobierno saliera de La
Moncloa y el PP ganara por primera vez en democracia unas elecciones generales.
Desde entonces cada
vez que la derecha ha ocupado los bancos de la oposición se repite la historia.
Si Zapatero fue un "presidente por accidente" que ganó las elecciones
por las consecuencias del atentado del 11M, Pedro Sánchez está a dos minutos de
ser el autor intelectual de un virus que ha matado a casi 30.000 personas.
Primero apuntaron sobre Fernando Simón, después contra Illa, ahora contra
Marlaska y todo el rato contra Sánchez y contra Iglesias. El problema ya no es
tanto el PSOE, sino su alianza con Unidas Podemos y ese maridaje que ha
convertido al Gobierno en un émulo del populismo bolivariano bajo una
"dictadura constitucional".
No pararán porque
los gobiernos son ilegítimos cada vez que no gobiernan ellos. Las formas son
las de siempre. Lo que cambian son los canales de reproducción de sus consignas
y su alcance porque con las redes sociales todo se multiplica, todo se propaga
a la velocidad de la luz y todo se contamina.
El único método del
principal partido de la oposición, que ahora compite en extravagancia,
hiperventilación y radicalidad con la ultraderecha de Vox, consiste en
desgastar al Gobierno de Sánchez no con argumentos, ni con control, ni con
propuestas, sino con el conflicto permanente, la acritud en las formas y la
distorsión de los hechos en torno a una crisis sanitaria de la que ya ni
siquiera hablan.
Además de la
utilización nauseabunda de la bandera y el dolor en beneficio propio, ahora
aprovechan los charcos que pisa el Gobierno por torpeza, por arrogancia, por
bisoñez o por desconocimiento de un virus sobrevenido para abrir una causa
general contra los inquilinos de La Moncloa. Y todo les vale. Incluso
arremeter, difamar o sentenciar contra padres, parejas, abuelos o hijos de
cualquiera que tenga una mínima exposición pública.
El nivel de
agresividad y los argumentarios redactados con las tripas en los cuarteles
generales de las derechas no respeta los mínimos exigibles en democracia y,
además, ha logrado empobrecer el debate político hasta reducirlo a un ejercicio
permanente de "cuñadismo" y matonismo que se repite en el Congreso,
en las mesas de debate, en los editoriales de algunos diarios y en las redes
sociales.
Lo que de verdad
importa no son los muertos, ni los profesionales sanitarios, ni el cierre de
las empresas, ni los autónomos, ni que la UE por fin vaya a habilitar un fondo
para la reconstrucción económica de 750.000 millones, ni la degradación
institucional… Lo que les preocupa de verdad es que caiga España, y que caiga
cuanto antes, que ya la levantarán ellos. Lo verbalizó Cristobal Montoro en la
crisis del 2008 y ahora no lo han dicho, pero lo piensan y lo han susurrado en
algunos despachos del poder económico y judicial. Una auténtica vergüenza
democrática. Si Sánchez merece un castigo y la tarjeta roja de expulsión serán
los ciudadanos quienes lo decidan en las urnas, pero no los empresarios, ni los
jueces, ni los medios de comunicación, que están para la crítica legítima por
supuesto, pero no para quitar o poner Gobiernos.
Y todo mientras
asistimos ojipláticos a lo que llaman "comisión para la
reconstrucción", un marco de trabajo que en sus primeras sesiones se ha
convertido ya en un espacio para la destrucción del contrario. Unos llaman
"pirómanos comunistas" a otros y los otros acusan a los unos de
querer dar un golpe de Estado. Lo de llamar 'terrorista' al padre de Pablo
Iglesias, mal. Acusar a Espinosa de los Monteros de golpista en sede
parlamentaria, igual de mal. Y lo de "cierre al salir", una chulería
impropia en un vicepresidente del Gobierno. Entre los "hunos y los
hotros", que diría Unamuno, la fatiga se hace insoportable.
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